29 Tal vez no es ilógico



Mauri
Apenas había podido dormir y muy temprano había salido a comprar todo lo que necesitaría. Dejó la bolsa en la isla de la cocina y abrió su primera cerveza. Se tumbó en su sofá y puso música a todo volumen. Estaba harta de esa ciudad, de su vida, de sufrir por alguien que no merecía nada suyo.

    Regina había demostrado ser egoísta e inmadura una vez más. Recordó la voz de la castaña pidiendo que le diera su «despedida de soltera». ¿Quién era ella? ¿Su prostituta particular? Lanzó la botella contra la pared haciendo un enorme desastre en su sala. Estaba furiosa. Decepcionada. Ojalá hubiera tenido antes el valor de alejarse de la castaña. Había desperdiciado años de su vida llorando por una chica cobarde que había demostrado muchas veces que no la respetaba. Cuando habían estado juntas, Regina la había obligado a ocultar su relación. Luego había metido sus narices entre Jessica y ella. Abrió otra cerveza y miró su reloj.

    11:05 am.

   Bebió todo de un trago e ignoró las notificaciones de su celular. No quería hablar con nadie. Menos con su hermana. No quería escuchar el tono de lástima de Paulina. Sabía que sería duro, pero podía sola. En su mente tenía algo claro: Yiyí había desaparecido muchos años atrás y la que quedaba solo era Regina, un caparazón vacío.

    11:06 am. Ese sería un día muy largo.



Regina
Miraba a un punto fijo en la pared mientras varias personas iban de aquí para allá en su habitación. Su madre daba instrucciones al maquillista, al peinador, al manicurista, a todo aquel que estuviera en esa casa ese día.

    Se había imaginado muchas veces el caos que podría haber el día de su boda, pero definitivamente aquello superaba su imaginación. Sam y Martha habían llegado con gafas oscuras y aún apestaban a alcohol, así que la castaña no quiso preguntar en qué había acabado la noche de antro. Ella tenía sus propios problemas.

    Desde que había abierto los ojos no podía apartar la cruda moral que sentía. La cara de Mauri enfadada no se le iba de la mente y sus gritos sacándola de su casa la hacían sentir que se moría. ¿Por qué había cometido la estupidez de ir a verla? Quería golpear su cara contra el espejo y quedarse ahí tirada en su habitación, pero no podía. No ese día.

    La puerta volvió a abrirse y tres personas entraron: Jessica, María y Cecilia habían llegado. Su prima y María la habían dejado en su habitación en la madrugada y la castaña estaba impaciente por preguntarles qué era exactamente lo que había ocurrido. ¿Era tan malo como lo recordaba?

    —Hola —dijo su prima detrás de ella, mirándola por el espejo.

    —Hola —respondió apenas moviendo los labios, pues en ese momento se los pintaban.

    Espió los movimientos de María, que había colgado el vestido que se pondría más tarde en un gancho del armario. ¿Podrían tener un momento de privacidad?

    —¿Se bañaron al menos? —Escuchó que Cecilia les preguntaba a sus otras primas, que estaban tiradas sobre el colchón.

    —Luego —dijo Martha tapándose la cara con una almohada.

    —Eh… Ceci… María… ¿me acompañan al baño? —preguntó fuerte para hacerse escuchar sobre el alboroto.

    Se puso de pie con cuidado para no dañar el peinado y caminó bien erguida hasta el tocador. Las dos mujeres aparecieron detrás de ella.

    —¿Necesitas algo? —preguntó María y cerró la puerta.

    —¿Qué hice anoche? —susurró.

    Cecilia y María intercambiaron una mirada incómoda. Fue María la que habló primero.

    —Pues… fuiste con Mauri y… creo que… eh… te desnudaste. Cuando llegamos por ti estabas empapada y Mauri estaba furiosa porque… ahm… creo que quisiste… ya sabes…

    Se tapó la cara con las manos, olvidando por completo su maquillaje.

    —Estúpida… —Sentía muchas ganas de llorar—. Ella… me corrió ¿verdad?

    —Sí… —continuó Ceci carraspeando—. O sea… en el antro balbuceaste sobre acostarte con tu primer amor y… dijiste algo sobre un pay y Mauri… —La mirada de su prima la hizo sentir miedo—. ¿Te… te referías a tu amiga? ¿Ella es tu primer amor?

    Regina miró a María, sintiendo mucha pena al recordar las veces en que había negado todo sentimiento por la pelirroja.

    —Fue por… las bebidas. Creo que debo pedirle una disculpa —terminó con un hilo de voz. Su prima negó con la cabeza.

    —No te lo recomiendo, Regina. Ella dijo que no le llamaras… que había sido suficiente con lo de anoche. Creo que… te detesta.

    Aquellas palabras hicieron que se le fuera el aire. Quería llorar.

    —G-gracias por ir a buscarme —dijo tratando de recuperar el control.

   —Regina… no pasa nada —comentó entonces María, captando de nuevo su atención—. Si sientes algo por Mauri eso no…

    —¡¿Cómo dices eso?! —interrumpió ella—. ¡¿Olvidas que hoy es mi boda?!

    —No —dijo María con calma—. Regina, tal vez no deberías casarte si…

    —¡Cállate! —exigió mirando la puerta con nerviosismo.

   —Opino igual que María —dijo Cecilia—. Prima, te vi anoche. Solo me pedías que te llevara con ella, dijiste que querías besarla…

    —Basta… por favor… —suplicó.

    —De acuerdo. Pero ahora creo más que nunca que todo esto está mal —añadió Ceci—. Aprende de mis errores. Pasé años de mi vida soportando algo que no quería. No hagas lo mismo que yo, no te conformes con lo que hay. Ve por lo que amas en verdad.

    —Yo amo a Carlos.

   —¿En serio? —Cecilia hizo una expresión de incredulidad—. Anoche dijiste que el primer amor nunca se olvida. Si Mauri es tu primer amor, si todavía sientes algo por esa chica… nadie merece ser infeliz.

    Quería responder a eso pero Cecilia salió del baño.

    —Ella tiene razón, Regi… no lo arruines —dijo María antes de salir también.

    Se quedó ahí de pie, intentando ordenar sus emociones y su mente. La cabeza le dolía, su conciencia la estaba matando. Arrugó la expresión intentando recordar todo lo que había pasado en la casa de Mauri.

    Recordó caminar hacia ella mientras se quitaba la ropa, recordó los gritos de Mauri pidiéndole que no la buscara. Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Mauri ya no la quería ver, ya era tarde, lo había arruinado. Respiró hondo para tranquilizarse. No podía salir así, todos la verían. Apretó los labios para reprimir el llanto, pero fue imposible. Lloraba mientras la voz de la pelirroja resonaba en su cabeza. Aquello era definitivo, Mauri ya no la quería cerca y en unos días se marcharía. Ella no podría disculparse, no podría inventar una excusa para su comportamiento, aunque ¿la necesitaba?

    Pensó en la pregunta que Mauri le había hecho: «¿me amas?». Si Mauri sospechaba algo sobre sus sentimientos, ¿su respuesta la había convencido? Y luego ella había montado todo un show horas antes frente a la pelirroja. Esa sería la última cosa que Mauri tendría de ella y Regina tendría sus gritos de desprecio.



Mauri
Todo a su alrededor se escuchaba extraño, era como estar sumergida en agua. Se arrastró por el suelo buscando algo para beber. Estiró la mano intentando encontrar alguna botella. Localizó una pero ya estaba vacía.

    Gruñó tratando de ponerse de pie pero fue imposible. Giró y se quedó boca arriba dejándose llevar por la sensación de estar flotando en el espacio. Su estómago se sentía revuelto, sus pensamientos eran un caos. No sabía si estaba dormida o consciente y, la verdad, no le importaba.

    Un sonido agudo la hizo aullar de dolor. Su celular sonaba de nuevo pero ella no estaba dispuesta a contestar. No quería comprobar la hora, solo quería que al despertar ya hubieran pasado días. Semanas.

    Giró el rostro cuando sintió una arcada. El vómito se regó por el suelo. Resopló intentando liberarse del líquido espeso que resbalaba por su cara. Sus manos estaban cubiertas y decidió no pelear con aquello. Se puso boca abajo para no morir asfixiada y cerró los ojos de nuevo.



Regina
En el espejo estaba de nuevo la chica triste que había visto en la boutique meses atrás. Aunque todos ahí suspiraban maravillados al verla, Regina solo podía pensar que nunca había visto a una novia tan fuera de lugar.

   —Hija, que hermosa. —Su madre sonreía radiante—. Carlos se desmayará cuando te vea.

    —Eres una aparición, prima —dijo Sam levantando los pulgares.

    —¡Es hora! —gritó alguien de la organización de la boda.

    Con torpeza, caminó detrás de sus damas. Todo aquello le parecía irreal, como si ella no fuera Regina, como si su cuerpo estuviera vacío.

    Bajó los escalones con cuidado, sujetando la mano de su padre, que lucía un elegante traje y su habitual porte de militar. Afuera tres lujosos Rolls Royce los esperaban. Ella subió al último. Ceci le acomodó el vestido para que nada lo dañara.

    —María irá aquí contigo y tu padre —le susurró su prima—. Yo iré en el asiento delantero.

    Quiso responder algo pero entonces se dio cuenta de que la voz no le salía. El auto empezó a avanzar. Sentía mucha comezón en los brazos, las manos le sudaban y todo giraba. Su padre se inclinó hacia ella para decirle algo pero no entendió nada. Solo lo veía sonreír y mover la boca. El zumbido era insoportable. Miró por la ventana buscando desesperadamente algo que la calmara pero fue imposible. Iba a su boda. Carlos la esperaba ya en el altar.

    Se imaginó recorriendo ese pasillo alfombrado, se imaginó las palabras que debía decirle, el juramento de amor. La garganta se le cerró por completo. Intentó respirar pero el oxígeno no entraba por su nariz. Quería llorar. Quería gritar, pero estaba paralizada. Frente a ella estaba María, que la miraba con angustia, como si notara el caos que llevaba dentro y no supiera qué hacer para ayudarla. Pero Regina sabía que nada podía hacerla sentir mejor, nada podía quitarle las ganas de vomitar, de morir ahí mismo.

    Se dio cuenta de que algo salía de los altavoces, una canción conocida.


      

«…No sé si fue amor o algo peor
lo que nos sentenció a caer… dime que no…»


    Los recuerdos la golpearon con tanta fuerza que gimió. Mauri y ella habían bailado esa canción solo una semana atrás. La pelirroja había estado con ella toda la noche, se habían reído juntas, la había abrazado.


    

«…Que mi recuerdo te acosa en las noches,
que una ducha no enfría tu piel…»


    Regresó seis años atrás, a la última noche con Mauri. Sintió sus manos acariciándola, sus besos recorriendo su espalda, el cosquilleo intenso, la risa de la pelirroja, sus ojos. Escuchó su propia voz diciendo «te amo»… El auto dobló para tomar una avenida muy transitada. Sintió pánico al reconocer el lugar: estaban a dos calles de la iglesia.


    

«…Que por más que lo niego
tú has sido mi mejor error,
que por más que no tenga sentido
se siente el calor…»


    Iba a morir, podía sentirlo. El nudo en su garganta la asfixiaba mientras era golpeada por recuerdos de Mauri, que se clavaban como dagas en su corazón. Estaban a una calle de la iglesia.


    

«… Tú y yo…
tal vez no es ilógico…»


    Algo dentro de ella creció de manera tan rápida e intensa que fue imposible detener la avalancha que salió por su garganta.

    —¡PARA EL COCHE YA!

    Su orden fue ejecutada por Cecilia, que jaló con fuerza el freno de mano y el auto paró de golpe a media avenida. Los bocinazos no se hicieron esperar al mismo tiempo que Regina saltaba a la calle.

    —¡¿Qué está pasando?! —preguntó su padre mirando hacia todos lados.

    —¡BAJEN TODOS RÁPIDO! —exigió.

   —Perdón, tío —dijo Ceci abriendo la puerta de Fabián, mientras María empujaba al hombre sacándolo del vehículo.

    Regina sujetó al aterrorizado chofer de la corbata y lo bajó tirando de él con brusquedad. Como pudo aplastó el enorme vestido, se colocó detrás del volante y aceleró. El rugido del motor fue como un golpe de vida. Miró en el retrovisor a las cuatro personas que había dejado atrás y soltó una carcajada mientras se perdía por la ciudad.