3 En mi reflejo no reconocí

Regina y la ansiedad Regina
Iba ya por su tercera taza de café del día, pero nada podía calmar su ansiedad por no saber exactamente lo que había pasado la noche anterior. Regina se había levantado con el tiempo justo para llegar a trabajar, mientras rezaba por no encontrarse con Mauritania durante toda la jornada. Tenía vagos flashes de lo que le había dicho a la pelirroja y se sentía tan apenada que hasta pensó en reportarse enferma por las siguientes tres vidas. Y es que lo peor de todo, es que no estaba segura de que aquello hubiera sido real. Solo sabía que Mauri la había llevado a casa y que habían charlado en el bar. Recordaba algo sobre un sueño. ¡¿Qué carajo le había dicho?!

 —Soy una tonta, tonta, tonta —decía una y otra vez golpeando su frente en el escritorio.

 —¿Quieres que vuelva después? —preguntó María de pie frente a ella, haciendo que Regina diera un salto.

 —¡¿Qué haces aquí?!

 —Me llamaste hace un momento, ¿no recuerdas?

 —¿Qué? No… Sí… Yo… Necesito que le pidas a… Pablo las facturas de publicidad para meterlas al corte mensual. Y las notas de gastos de Ma… Su jefa.

 —Claro —dijo María con lentitud mirando a Regina con el ceño fruncido—. ¿Estás bien?

 —Sí, ¿por?

 —Pareces… alterada. Si te sientes mal por lo de anoche…

 —¡¿Qué hice anoche?! —interrumpió.

 —¿Aparte de embriagarte? —María pensó un momento—. Nada fuera de lo normal. Ya sabes, era una celebración. Bebiste, bailaste, te la pasaste hablando con Mauri y…

 —¿De qué hablé con ella?

 —¡Ay, Regina no sé! Yo estaba con Pablo y tú estabas un poco más allá con ella. No pude escuchar.

 —¿Crees que Jessica nos haya escuchado?

 —No, no creo. Y mejor no le preguntes nada porque está un poco… ¿Enojada? ¿Decepcionada?

 —¿Por qué? ¿Qué le pasó? —preguntó ella con verdadera preocupación.

 —Pues que Mauri se le fue viva anoche —dijo María riendo mientras se sentaba al chisme—. ¿No viste lo emocionada que estaba cuando la vio llegar? Cuando Mauri se paró a bailar con ella, te apuesto que en su mente ya estaba la escena de la boda y todo. —María no pudo evitar soltar una carcajada—. Es una tonta, ya le dije que Mauritania no se toma a nadie en serio.

 —No sabía que a Jessica le interesara tanto. —Regina clavó la vista en la pared, sintiendo una leve punzada por lo que había escuchado—. Creí que solo era un capricho.

 —Que va. Cada día se empeña más en que ella será la que logrará atrapar a Mauri. ¿Te lo imaginas? Tendrá cuernos al siguiente día.

 —Mauri no es así. —Se le escapó—. Es decir… no es mala persona.

 —Mala no es. Solo es una coqueta. ¿Por qué estás tan preocupada por lo de anoche?

 —Es que… —Pensó rápido en una mentira—. Creo que dije algo sobre Lorena y me preocupa que Mauri se lo mencione.

 —¿Algo sobre Lorena?

 —Sí, ya sabes… Lorena y ella…

 María volvió a reírse.

 —¡Jamás! ¿En serio piensas eso? Ella es como su mamá. Es más, creo que Lorena la quiere más que a sus inútiles hijos.

 —Por eso me siento mal —dijo ella—. Fue cosa de las copas, no fue algo en serio.

 —Entonces no te preocupes. Mauri jamás le diría algo a Lorena. No te metería en problemas.

 —¿Crees? —Mordió su lapicero con nerviosismo.

 —Por supuesto. No sé… creo que ella te admira mucho.

 —¿P-por qué dices eso? —interrogó con una extraña sensación en su estómago.

 —Me parece que siente mucho respeto por tu trabajo. El otro día, por ejemplo, escuché que le decía a Pablo que tú eras la contadora más eficiente y honesta que conocía. ¡Y eso que casi ni trata con este departamento! Así que no tienes porqué preocuparte por lo de Lorena… Mejor preocúpate por Jessica. Tal vez deberías aclararle lo de anoche.

 —Lo malo es que no recuerdo bien lo que hice anoche.

 —Pues sea lo que sea, no creo que hayas coqueteado con Mauri, ¿o sí?

 —¡Claro que no! —gritó ofendida—. ¡Jamás coquetearía con una chica!

 —Pues dile eso. Creo que está un poco dolida porque Mauritania habló más contigo que con ella. Hasta te llevó a tu casa.

 —Hablaré con Jessica. No tiene porqué enojarse. Si a ella le gusta Mauri, pues… que la invite a salir —terminó con un hilo de voz.

 —Entonces si no hay más pendientes, me retiro, jefa.

 —Claro, solo asegúrate de pedirle las facturas a Pablo. Las necesitamos para mañana a primera hora.

 María salió, dejando a Regina sola de nuevo en aquella oficina que apenas estaba empezando a sentir suya. Había colocado una fotografía de Carlos y ella en el escritorio. Miró por varios segundos aquella imagen y suspiró. Debía dejar de pensar en tonterías, concentrarse en su trabajo y en los preparativos que faltaban o no tendría todo listo para el 6 de febrero, el día en que pasaría al altar a darle el sí a su prometido.



Mauri
Pablo se cruzó de brazos y se quedó parado frente a ella.

 —¿Me estás diciendo que tu mal humor no tiene nada que ver con cierta chica de pelo castaño que tiene una oficina al otro lado del piso?

 —Exacto.

 —Entonces, ¿es una total casualidad que desde que la dejaste en casa con su novio estés de ogra con todos y lleves dos días encerrada aquí?

 —Afirmativo.

 —Curioso. —Pablo se acomodó en el sillón junto a la pared.

 —¿No tienes algo qué hacer?

 —Solo esperarte —dijo el chico tomándose selfies.

 —¿Esperarme? Todavía estaré aquí un par de horas más. Vete, ya pasan de las cinco, todos ya se fueron.

 —Mauritania Alonzo, ¿olvidaste tu compromiso de hoy?

 Ella se quedó pensando. ¿Qué día era?

 —Hoy es… ¿viernes santo?

 —Es el cumpleaños de Joshua.

 —¡A la chingada! —Mauri vió su reloj—. ¡¿Por qué no me lo recordaste en la mañana?! —reclamó cerrando su laptop y tomando su mochila—. ¡Mi madre va a matarme! Se supone que pasaría por ellos para ir con mi hermana.

 —Claro que te lo recordé temprano, pero supongo que me ignoraste, como sueles hacer. Pero tranquila, llamé a tus padres hace una hora, les dije que estabas en una reunión y les envié un taxi. También le dije a Paulina que iríamos directo a la fiesta.

 —«¿Iríamos?» —preguntó Mauri sarcástica.

 —Claro —dijo el chico poniéndose de pie para colocarse la chamarra—. Soy el tío suplente.

 —Te has ganado el cielo. —Mauri le rodeó los hombros con un brazo y caminó con él hasta la puerta—. Eres el mejor asistente del mundo, si un día te vuelvo a gritar…

 —Será un día normal en la oficina —interrumpió el chico.

 Entonces se fijó en que Regina caminaba algunos metros delante de ellos, rumbo al elevador.

 —Vamos por las escaleras —propuso.

 —Son cuatro pisos hasta el subterráneo —se quejó Pablo—. Solo pórtate cínica como siempre.

 Su asistente estaba en lo cierto. No había razón para estar todo el tiempo metida en su oficina. No había hecho nada malo, solo había sido gentil al llevar a Regina a casa. Si la castaña soñaba con ella o la recordaba al ver películas, era su problema. Ella había pasado los últimos años ignorando su existencia y su vida iba bien. Ya no dejaría que Regina Leal la manejara a su antojo.

 —Hola. —Saludó al entrar al elevador y dejó que Pablo se colocara entre ambas.

 —Hola —respondió Regina en un tono casi inaudible.

 Presionó el botón para el estacionamiento y se quedó tranquila en su lugar, mirando al frente.

 —¿Tienes el regalo? —preguntó a su asistente.

 —Todo está en tu auto ya.

 —Mereces un aumento.

 —¡¿En serio?! —A Pablo le brillaron los ojos.

 —Sí. No lo tendrás pero lo mereces —aclaró Mauri.

 Regina soltó un ruido extraño al intentar aguantar la carcajada.

 —¿Te burlas, contadora? —preguntó Pablo con cara de estar ofendido.

 —No. Jamás me burlaría de un esclavo.

 —Ustedes son de lo peor.

 El elevador se abrió y Mauri caminó hacia su auto, notando enseguida que Regina estaba un par de pasos detrás de ella. Sus coches se encontraban a dos cajones de distancia.

 Sin decir nada, subió al Golf y arrancó.


Su hermana normalmente tiraba la casa por la ventana en cada cumpleaños del pequeño Joshua y esa ocasión no era diferente. Cuando por fin encontró un sitio para dejar su coche y se acercó a la casa, creyó que estaba en algún parque temático.

 —¡¿Qué carajo?!

 —¡Esto se ve genial! —dijo Pablo emocionado entrando al enorme jardín lleno de trampolines y juegos inflables.

 —¡Ahí estás! —Su hermana mayor se acercó a ella con su típica sonrisa de satisfacción y le dio un abrazo—. Justo a tiempo para el pastel.

 —¿Dónde está el pequeño engendro?

 —Brincando con sus amigos de la escuela.

 —Pues aquí está su regalo —dijo haciéndole una señal a Pablo para que se acercara con la gran caja adornada con un moño.

 —¡Wow! Se ve pesado. ¿Es algo peligroso? —preguntó su hermana.

 —No, es… eh… algo de… —Frunció el ceño y miró el cielo—. Una sorpresa.

 —No puede ser que ni siquiera te hayas tomado la molestia de comprarle un regalo a tu único sobrino.

 —No exageres, Paulina. Sabes que tengo muchas cosas que hacer.

 —Entonces debo agradecerte a ti, Pablo. Estás más pendiente de esta familia que mi tonta hermanita. —La mujer se dio media vuelta y caminó dentro de la casa. Mauritania escuchó entonces las típicas canciones infantiles y deseó con todo su corazón haberse quedado en la oficina.

 —Llevaré esto a la mesa de regalos —comentó Pablo, intentando no morir atropellado por la cantidad de niños corriendo de aquí para allá haciendo desastres.

 —¡Mi querido querubín! —Se oyó detrás de ella.

 —Ay no… —Mauri sintió un abrazo tan fuerte que la espalda le tronó—. Hola, mamá.

 —¡¿Dónde está?! —preguntó entonces su madre, que era la típica señora risueña y ligeramente gordita que se creía tía y protectora de todos—. ¡¿La trajiste?! —Bibiana miraba detrás de ella, buscando.

 —¿A quién? —preguntó Mauri sin entender nada.

 —¡¿Cómo que a quién?! ¡A mi nuera!

 —¿Qué nuera? Paulina, ¿qué pasa aquí? —Mauri exigió una explicación.

 —No sé. ¿De qué hablas mamá?

 —Me dijiste que Mauri vendría con alguien —dijo Bibiana con tristeza.

 —Sí, trajo a Pablo —aclaró Paulina haciendo un ademán hacia el chico, que en ese momento regresaba hacia ellas.

 —¡¿A Pablo?! ¡Deberías traer a una chica, no a tu asistente!

 —Mamá… —Mauri no quería escuchar otra vez ese sermón.

 —No es nada contra ti, Pablito —susurró Bibiana viendo al chico—. Tú eres bienvenido siempre… ¡Pero esta niña! ¡Creí que por fin nos presentarías a alguien!

 —Lo dices como si tuviera setenta años y una casa llena de gatos —se defendió ella—. Pablo es lo más cercano a una novia, por eso lo traje a él.

 —¿Tu madre sigue queriendo casarte? —Un hombre con rastros de canas entró por una puerta contigua.

 —Hola, papá. —Mauri abrazó a su padre, que siempre había sido mucho más sensato que Bibiana.

 —Fernando, no seas su alcahuete esta vez, ¿quieres? Cuando Pablo avisó que estabas en reunión, creí que era una excusa para ocultar que te estabas preparando para presentarnos a una novia, por fin —dijo su madre.

 —No, mamá. Estaba en mi oficina con mucho trabajo.

 —Qué día tan triste. —Su mamá tomó un vaso de refresco que estaba sobre una mesa y se bebió el contenido de manera dramática.

 —Creo que olvidas que estás en la fiesta de cumpleaños de tu querido nieto —le recordó Paulina a su mamá.

 —¿Ya comeremos pastel? —Un pequeño de cabello rojizo se acercó corriendo a Paulina—. ¡Hola, tía Mauri!

 —Hola, pequeño humano. —Cargó a su sobrino y le besó la mejilla—. Felices cuatro años.

 —¡Cumplí cinco, tía!

 Mauritania pudo ver la cara asesina de Paulina, pero trató de no hacerle demasiado caso.

 —Ya sabía. Solo te puse una prueba para ver si estabas poniendo atención.

 —¿Me trajiste un regalo?

 —¡Uno grandote! —dijo haciéndole cosquillas en la barriga al niño.

 —¡Enséñame cuál! —Josh pataleó para que Mauri lo bajara de nuevo al suelo y la jaló de la mano hasta la mesa de regalos. Pasaron junto a Pablo que estaba entretenido platicando con Manuel, su cuñado, seguramente sobre cuál disfraz llevarían ese año a la comic-con.

 —Ese es. —Agarró orgullosa el regalo más grande y lo colocó junto a su sobrino. La caja era más alta que él.

 —¡¿Es un perrito?!

 —No. Algo más grande.

 —¡¿Un león?!

 —No. Más antiguo.

 Josh se acercó a ella como para contarle un secreto.

 —¿Un retrato de mi abuelita Bibiana?

 Mauritania casi se atraganta de risa al escuchar aquello.

 —Cada día te amo más —dijo ella—. Pero no. Tendrás que esperar para descubrir de qué se trata.

 —¡Josh, ya vamos a cortar el pastel! —Se escuchó el grito de Paulina.

 —¡Voy! —El niño corrió hasta su mamá.

 Mauritania se quedó ahí un momento, intentando colocar el regalo de manera que nada se cayera de la mesa. Entonces una caja con una nota pegada llamó su atención, pues la letra le pareció muy familiar.

 Se acercó y leyó: «Para Josh, de parte de su amiga Regina».

 —¿Qué…?

 Mauritania agarró el regalo y se acercó a su hermana, que estaba dirigiendo la canción para cortar el pastel. La jaló del brazo y la acorraló para que no escapara.

 —¡¿Qué te pasa?!

 —¡¿Qué rayos es esto?! —Le puso el regalo en la cara, con la nota delante de los ojos.

 —Ah… es… un regalo —dijo su hermana como si nada.

 —¡¿De Regina?!

 —¡Sí de Regina!

 —¡¿Por qué hay un regalo de ella aquí?!

 —Acostumbra enviar un regalo para Josh en su cumpleaños —confesó Paulina.

 —¿Acostumbra? ¡¿Desde cuándo?!

 —Desde su primer año.

 —¿Sigues hablando con ella?

 —Tengo que volver con mi hijo. —Paulina la intentó esquivar, pero Mauri se interpuso.

 —Quiero saber por qué ella le envía regalos a mi sobrino.

 —¡Ah no, eso sí que no! No te comportes como la tía ofendida. Ni siquiera te importa Joshua.

 —¡¿Qué tonterías dices?! ¡¿Cómo no me va a importar?!

 —¡No sabías ni cuántos años cumple!

 —¡Tengo diez mil cosas en la cabeza! ¡Y ahora quiero tener una más, así que dime por qué Regina le envía cosas!

 —Porque seguimos siendo amigas. Nos vemos seguido en el gimnasio.

 —¿Desde cuándo?

 —Después de que Joshua nació yo quería bajar los kilos que subí en el embarazo y me metí al gym. Ahí nos reencontramos. Ella es muy amable al enviarle presentes a mi hijo y no voy a permitir que hagas un drama de esto. No hice nada malo.

 —¿Y por qué me lo ocultaste tanto tiempo?

 —Porque sé que… —Paulina pensó un momento—. Te vi hace años cuando ella se alejó. No sé exactamente lo que pasó entre ustedes pero lo sospecho. —Mauri bajó la mirada—. Es por ella, ¿cierto? Regina es el motivo por el que no le cumples el capricho a mamá.

 —No me salgas con tus trucos de psicóloga.

 —No necesito esos trucos contigo. Me basta con verte… Mauri, ¿es por Regina?

 —Claro que no. Ella no tiene ninguna importancia en mi vida.





Regina
La castaña subió los escalones para entrar al restaurante en el que su mamá ya estaba esperando. No le encantaban las comidas con su madre y menos cuando iba sola, ya que cuando Carlos la acompañaba, Olga se la pasaba platicando con él y no le hacía mucho caso a ella. Sin embargo, ese sábado su prometido había tenido que ir a la oficina a adelantar sus pendientes.

 —Hola, mamá —dijo inclinándose para besar la mejilla de Olga.

 —Hola, cariño. ¿Por qué llegaste tarde?

 —Solo fueron diez minutos.

 —La puntualidad es una virtud de las almas elevadas.

 —Lo siento.

 —Ya he pedido algo de comer para las dos. Tenemos que darnos prisa para ir con la modista.

 —¿Otra vez? Fuimos la semana pasada.

 —¿Y eso qué?

 —Pues tal vez hay que darle más tiempo para que haga los ajustes que pedimos.

 —Precisamente por eso hay que ir con frecuencia, para meterle presión. Además debemos estar midiendo el vestido para saber si estás engordando. ¿O quieres que te pase lo mismo que a tu prima? ¿Llegar al día de tu boda y que el vestido no te quede?

 —Está bien, mamá. —Aceptó Regina para evitar discusiones—. ¿Cómo va todo en casa?

 —Todo está perfecto ahora que tu padre por fin me hizo caso y cambió toda su dieta por solo avena. Ya se estaba descuidando mucho… —Olga dio un sorbo a la copa de vino que tomaba—. A nuestra edad hay que alimentarse mejor que nunca. Al menos yo quiero estar en perfectas condiciones ahora que mis nietos nazcan. —Un mesero llegó para llenar la copa de la castaña. Regina aprovechó para quitarle la botella de sus manos y la dejó sobre la mesa. La necesitaría.

 —No tendrás nietos pronto, mamá.

 —¿Y por qué no?

 —Porque todavía tengo veintiséis años y acaban de darme un ascenso en la empresa. No puedo distraerme cuidando a un bebé.

 —¡¿Qué estás diciendo, Regina?! La maternidad es un mandato divino. Es el verdadero fin de la unión entre esposos. Deberías embarazarte pronto, no creas que veintiséis años es poco. Yo a tu edad ya te había tenido. Además, ¿te imaginas? ¡Un lindo bebé corriendo por la casa! Sería una bendición para ustedes. Y eso que Dios no debe estar muy contento, ¿eh? No está bien eso de vivir juntos antes de casarse. Es un pecado. Al menos ya están corrigiendo ese error.

 Regina sirvió más vino para ella.

 —Solo queríamos saber si estábamos listos para un compromiso así.

 —¿Y por eso hay que pecar? En mis tiempos esto hubiera sido un escándalo.

 —Bienvenida al siglo XXI.

 —La moralidad no tiene nada que ver con el siglo. Se es moral o no. Todas esas cosas raras de ahora… ¡Dios nos perdone!

 —Veamos el lado bueno, ¿sí? —sugirió Regina, ya que realmente no tenía ganas de pasar las siguientes horas escuchando las posturas moralistas de su madre.

 —Está bien —dijo Olga con una sonrisa a medias—. Me alegra que te esté yendo bien en tu trabajo y que vayas a casarte. Elegiste un excelente partido. Carlos te dará una vida de reina. ¡Hasta podrías dejar de trabajar!

 —Me gusta mi trabajo. Café Latino es una compañía socialmente responsable. Además, Lorena es una excelente jefa, el ambiente de trabajo es muy bueno y la paga es mucho mejor que en cualquier otro lugar.

 —Si eso te hace feliz… solo ten presente la opción de renunciar. Ahora o en unos meses cuando lleguen los hijos.

 Hablar de aquello le estaba poniendo los pelos de punta. Ella no quería renunciar. Amaba su trabajo. Ir a la oficina era lo que le daba sentido a sus días.

 —Lo pensaré —dijo sin comprometerse demasiado. Solo quería comer rápido, terminar sus pendientes y correr a casa.

 Durante el resto de la comida, Regina se mantuvo callada. Solo asentía a las opiniones de Olga, que repasaba una y otra vez los detalles de la boda. Su madre le contó a cuáles amigas ya les había platicado sobre tan importante fecha y quienes de esas amigas se habían muerto de envidia.

 Después de lo que pareció una eternidad, Regina y su mamá se encontraban a bordo del Mini Cooper, en dirección al centro comercial donde estaba la boutique de vestidos de novia.

 —Quería comentarte que sería buena idea invitar a las hijas de mi difunto tío Pedro —le dijo su madre mientras una de las modistas les traía el vestido.

 —¿A quiénes?

 —A mis primas, ¿las recuerdas? Las viste una vez en el funeral de mi abuela.

 —¡Mamá, eso fue hace como veinte años!

 —Pero son familia.

 —Nunca las ves.

 —Pero quiero que les quede claro que yo sí tengo educación —objetó Olga—. Cuando sus hijos se casaron, ¿crees que se tomaron la molestia de invitarme? ¡Pero me enteré del desastre que fueron esos matrimonios! Todos se han divorciado ya. ¡Divorcio, ¿entiendes?! ¡Nunca serán bien recibidos en la casa de Jesús Nuestro Señor!

 —Tal vez Jesús Nuestro Señor tiene otras políticas para admitir gente en su casa…

 —¡Deja de estar blasfemando y ponte ya ese vestido!

 Intentando ocultar su sonrisa, Regina hizo lo que su madre le pidió y se metió al cambiador. Habían encontrado ese vestido varias semanas atrás y solo había pedido una serie de modificaciones. Se quitó la ropa y con mucho cuidado se subió el vestido blanco.

 Regina volteó y se encontró cara a cara con una chica que, al igual que ella, se probaba un traje de novia. Se le quedó observando por varios segundos, preguntándose por qué su mirada reflejaba una tristeza infinita. Sintió tanta angustia por su semblante, que tuvo el impulso de acercarse a la chica para ver si se encontraba bien o si necesitaba ayuda con algo. Entonces se dio cuenta: estaba viendo su reflejo.

 Intentó sonreír, pero fue imposible. Era como si su rostro se hubiera congelado en aquel gesto de dolor. Verse en aquel espejo le estaba causando un terror inexplicable. Empezó a respirar con dificultad. Sentía su corazón golpeando cada vez más fuerte su pecho, mientras las paredes se acercaban a ella.

 —¡Oh, qué preciosa! —Una mujer apareció a su derecha, acompañada de Olga.

 —Te queda perfecto, mi amor. Serás la novia más hermosa del mundo —le dijo su mamá.

 —Yo… —Sentía el estómago revuelto—. Necesito… aire…

 —¡Con cuidado, hija! —Olga se acercó para ayudarla cuando vio que ella se estaba sacando el vestido con brusquedad—. ¡Qué niña tan atrabancada!

 Regina se vistió a toda prisa y corrió hasta el estacionamiento mientras su mamá se quedaba a darle sus acostumbradas recomendaciones a la modista encargada de su pedido.

 —¿Qué me pasa? —susurró tocándose el corazón, apoyándose contra un auto rojo. Sentía lágrimas en sus mejillas.

 —Señorita, ¿se encuentra bien? —Escuchó una voz junto a ella. Encontrarse con aquella chica le sacó un respingo—. Ah, eres tú. —Mauri frunció el ceño al verle el rostro.

 —¿Qué haces aquí? —preguntó ella limpiando sus lágrimas.

 —Vine a comprar un microondas nuevo —le respondió la pelirroja con cara de pocos amigos—. ¿Me permites pasar?

 —¿Qué?

 —Es mi auto —le aclaró la chica. Entonces Regina se apartó un poco del coche y lo miró. Era el Golf de Mauri.

 Su examiga abrió la puerta trasera y metió la caja con su compra.

 —¿Hiciste explotar otro microondas? —quiso saber ella al recordar un incidente de años atrás.

 —La verdad sí. Siempre olvido ese asunto de no meter nada de aluminio —confesó Mauri, que volvió a clavar su mirada analítica en ella—. ¿Estás bien?

 —Sí… No sé… —admitió mientras otras lágrimas amenazaban con salir.

 —¿Estás aquí sola?

 —No. Vine con mi mamá por el… —Regina se detuvo antes de mencionar «vestido de novia». Se sentía incómoda hablando de su boda frente a Mauri. Pero la chica volteó y vio la boutique de novias a su espalda.

 —Claro. Te alistas para el matadero ¿no?

 Aquel comentario la hizo enojar un poco.

 —¿Matadero? Es una boda.

 —Es casi lo mismo —dijo Mauri encogiendo sus hombros—. Al menos lo es si la novia se pone a llorar.

 —Cállate.

 Regina quería estar enfadada, pero cuando Mauri le lanzó una de sus sonrisas torcidas, ella no pudo evitar sonreír.

 —Entonces viniste con tu adorable mamá… —La pelirroja se cruzó de brazos y se apoyó sobre su coche.

 —Sí.

 —Supongo que está fascinada con tu boda.

 —También —dijo ella negando con la cabeza—. Me está volviendo loca —¿Por qué le contaba eso a Mauritania?—. Supongo que es la emoción de toda madre —agregó para intentar componer las cosas.

 —Seguramente. Así estuvo mi mamá con la boda de Paulina.

 —Sí lo… recuerdo. —Desvió la mirada mientras sentía la cara ardiendo. Fue justo después de la boda de Paulina cuando ella terminó su relación con Mauri. Al levantar la vista, notó que la pelirroja tenía la misma expresión triste que la chica en el espejo.

 —¡Ahí estás! —Su mamá se acercaba.

 —Ay no… —susurró—. Lo siento —le dijo a Mauri, que se mantuvo en su postura despreocupada.

 —Hola. —Saludó la mujer, abriendo mucho los ojos—. ¿Mauritania?

 —¿Cómo estás, Olga?

 —Bastante sorprendida de verte así… ¡Aquí, perdón! —Su madre le lanzó a Mauri una de las sonrisas más hipócritas que tenía.

 Cuando Mauri y Regina eran amigas del colegio, Olga adoraba a la chica. Pero luego se enteró de la orientación sexual de la pelirroja y prohibió rotundamente que volviera a poner un pie en su casa, además de exigirle a Regina que terminara su amistad con aquella «chica aberrante». Por su parte, Regina y Mauri llevaban ya un año de romance, mismo que se prolongó durante dos años más, obviamente a escondidas de Olga.

 —Tú sigues igualita —comentó Mauri, con un tono irónico que Regina reconoció de inmediato.

 —Gracias. Es por las bendiciones que Dios envía a los hijos que cumplen con Su Palabra. Mientras que a los otros, los enviará al fuego eterno.

 —Qué mensaje tan amoroso. Fue un placer verlas, queridas damas. Yo me retiro —dijo Mauri mirando su reloj—. Tengo una orgía lésbica ahora. Sacrificaremos pollos en ofrenda a Satán. Bueno, en realidad ya están muertos, rostizados en salsa verde.

 Regina se tapó la boca para aguantar la risa ante aquel comentario y el efecto de horror que le causó a su mamá.

 Mauri encendió su vehículo y salió del estacionamiento.

 —¡Esa chica arrogante! —soltó Olga caminando hacia el Mini Cooper.

 —Tú fuiste grosera primero.

 —No es grosería decir la verdad —debatió Olga. Regina subió al coche y arrancó—. ¿De qué hablaban?

 —De su horno de microondas —dijo la chica. Su mamá pensó un momento.

 —¡Já! Orgía lésbica… ¡Un rayo debería caerle a esa gente!

 —Solo estaba jugando, mamá.

 —¡Con eso no se juega! ¡No se andan diciendo cosas así en público, como si fuera motivo de orgullo estar desviado!

 —¡Mauri no está desviada! ¡Es una excelente persona! —replicó con rabia ante los comentarios horribles de su madre.

 —¡No la defiendas!

 —¡Claro que lo hago! ¡Ella es gentil y divertida!

 —¿Sigues siendo su amiga? —Aunque tenía su atención en el camino, Regina notó la mirada acusadora de su madre.

 —No. —Sintió una terrible punzada en el pecho ante aquella negativa.

 —Gracias al cielo —dijo Olga respirando hondo—. No debes estar cerca de gente como ella. Sabrá Dios las cosas que harán.

 —¡Ya basta! —gritó Regina acelerando para pasarse el semáforo antes de que cambiara a rojo. Dio un giro brusco a la derecha.

 —¡¿Qué haces?!

 —Te llevaré a tu casa, madre.

 —¡Pero nos falta ir a la banquetera! —Ella no hizo caso, solo siguió conduciendo hacia la zona residencial donde sus padres tenían su casa—. ¡Regina, ¿qué te pasa?!

 No podía hablar por el coraje que tenía hecho nudo en la garganta. Recordó las palabras de Olga hacia Mauritania.

 —¡¿Fuego eterno?! ¡¿En serio, madre?!

 —¡Está en la biblia!

 —¡¿Y qué hay de «amarse los unos a los otros como yo los he amado»?!

 —¡Ay, Regina! ¡Esa gente no sabe nada de amor! ¡Ellos viven de la lujuria y el pecado!

 —¡Ya bájate, mamá! —dijo frenando de golpe en la entrada de la privada.

 —¡Esto es increíble! ¡Te enojas conmigo y defiendes a una lesbiana!

 —Mauri es mucho mejor persona que muchos que conozco —lanzó viendo duramente a su mamá que, ofendida, bajó del auto y azotó la puerta. La castaña volvió a pisar el acelerador para alejarse de ahí—. Ni siquiera somos amigas. No somos nada —susurró. ¿Por qué aquello la perturbaba tanto? Llevaba muchos años empeñada en apartarse de la pelirroja, ¿por qué de repente la idea de tenerla lejos le causaba tal angustia? Respiró hondo varias veces para tranquilizarse y paró el auto a un costado de la calle. Nunca hubiera creído poder explotar así contra su mamá, pero no estaba dispuesta a permitir ningún insulto hacia Mauritania.

 Entonces supo lo que debía hacer. Tomó su celular y buscó un contacto que muy pocas veces había utilizado. Presionó el botón de llamar y esperó mientras el timbre sonaba.

 —¿Diga? —La voz de Pablo retumbó dentro del Mini Cooper.

 —Hola, soy Regina.

 —¡Ah, sí contadora! ¿Qué pasó?

 —Necesito pedirte un favor.

 —Claro. Dime.

 —¿Me podrías enviar la ubicación del departamento de Mauri?