4 Tu recuerdo sigue aquí

Encuentro inesperado Mauri
Salió de su baño al acabar de darse una ducha. Quería relajarse después del encuentro que había tenido una hora antes con Regina y su dulce madre. Olga era muy desagradable, aunque Mauri ya sabía la clase de comentarios que acostumbraba la mujer. Durante muchos años fue testigo de las hipocresías y las palabras mordaces de Olga, así que responder no era problema para ella. Conocía muy bien a la madre de Regina. Pero Regina… era otra historia.

 Durante ese tiempo de convivencia forzada, Mauri se había vuelto experta en pasar de largo de sus conversaciones o encuentros en la oficina, pero desde aquella noche del bar, sentía que Regina tenía un nuevo poder sobre ella. Había estado tan cerca de la castaña que hasta la había tocado. Esa sensación le había encantado.

 Lo que no le había gustado para nada, era lo que había visto en ella en el estacionamiento. Regina estaba llorando y Mauri odiaba verla llorar. ¿Qué había pasado? ¿Olga había dicho algo feo? ¿Había peleado con el novio? ¿El vestido le había quedado mal? Sintió un ligero malestar imaginando a Regina con un estúpido vestido blanco puesto. Agudizó el oído cuando escuchó un golpe en el pasillo de afuera.

 Toc-toc.

 Efectivamente, alguien estaba en su puerta. Abrió.

 —Hola.

 Mauri se quedó sin habla por varios segundos viendo a la joven de hermosa mirada miel parada frente a ella. Regina le regaló una tímida sonrisa, que hacía una linda pareja con el sonrojo de sus mejillas.

 La pelirroja puso todo de su parte para salir del trance en que había caído.

 —¿Vienes a la orgía? —preguntó intentando poner la expresión burlona que usaba con la castaña.

 —En realidad escuché algo sobre pollos rostizados con salsa verde —respondió la chica encogiendo sus hombros—. ¿Puedo pasar?

 —Claro.

 Mauritania se hizo a un lado para permitir que su examiga entrara. La chica se quedó de pie en la sala, pues no había ningún mueble. Resultó bastante extraño ver a Regina ahí. Hacía mucho tiempo que Mauritania no presenciaba aquello: Regina ocupando un espacio en su casa.

 —¿Acabas de mudarte?

 —Hace unas semanas. Aunque esto es todo lo que tengo en realidad.

 —Tienes un departamento grande en un edificio hermoso, ¿y solo tienes un microondas? —quiso saber Regina señalando la caja sobre la isla de la cocina.

 —Solo necesito un micro y un colchón para vivir bien —bromeó—. ¿Cómo me encontraste?

 —Le pregunté a Pablo. Él llamó a recepción para autorizar mi entrada. Quería… sorprenderte —dijo Regina mirando al suelo.

 Empezó a sentirse un silencio incómodo, así que Mauri se apresuró a preguntar:

 —¿Quieres algo de beber?

 —¿Tienes refri? —ironizó la castaña.

 —Lo necesito para enfriar las cervezas. ¿Quieres una?

 —No, no. Nada de alcohol esta vez. ¿Tienes jugo?

 —Creo que sí. —En su nevera encontró jugo de uva, así que sirvió la mitad en su único vaso y ella se quedó con la mitad de la botella. Cuando regresó a la sala, Regina se había acomodado en el suelo, con las piernas cruzadas. Le entregó su bebida.

 —Gracias.

 —Perdón por no tener una silla que ofrecerte. —Se sentó frente a la castaña.

 —Esto está mejor —dijo la chica con una sonrisa—. Además, la que viene a disculparse soy yo. Perdón por las tonterías que dijo mi madre. Ella es tan odiosa a veces…

 —No te preocupes. Sé cómo es. No me tomo en serio las cosas.

 —Eso me hace sentir mejor contigo… —Regina tomó un sorbo del jugo—. Le grité y la bajé de mi auto.

 —¿En serio?

 —Sí. Me iré al infierno de las malas hijas.

 —¿Y… estás bien? —Mauri conectó sus ojos con los de Regina, sintiendo un vuelco en su estómago ante la suavidad de aquella mirada. La chica pareció no entender a qué se refería—. Lloraste.

 —¡Ah! No, eso no fue…

 —No mientas, Yiyí. —En cuanto aquello salió de su boca, se arrepintió. Regina la miró con asombro y Mauri se apresuró a corregir aquel atrevimiento—. Lo siento, no quise… perdón —dijo desviando la mirada.

 —No… está bien, solo… Me sentí algo sofocada ahí dentro con el vestido. Los nervios, ya sabes. —Regina tampoco la miraba.

 —Entiendo.

 Se quedaron calladas durante un breve momento.

 —Lo cierto… —Empezó a decir la castaña como si midiera cada palabra—. Yo… quiero que sepas que… Carajo, no sé qué hago aquí —dijo de repente Regina poniéndose de pie.

 —Dijiste algo sobre el pollo —comentó ella incorporándose también.

 —Boba. —La chica sonrió a medias. Los ojos se le empañaron de nuevo.

 —No —dijo Mauri dando un paso hacia su examiga—. No llores, por favor.

 —Mi madre me preguntó si somos amigas… le dije que no. —A Regina se le quebró la voz—. Ni siquiera somos amigas ahora y… no sé por qué eso me duele tanto, Tini.

 Aquellas palabras habían tomado desprevenida a Mauri, haciendo que todo su cuerpo temblara.

 —¿Por qué me dices esto? Fuiste tú la que acabó con lo que teníamos y luego me pediste mantenerme lejos. Yo he cumplido y… apareces un día en mi puerta y te metes a mi departamento vacío —dijo con melancolía mientras el corazón le latía muy fuerte.

 —Y tú te metes a… —Regina se detuvo.

 —¿Tus sueños? —terminó ella.

 —¿Eso dije, verdad? Cuando me llevaste a casa.

 —Sí, eso dijiste.

 —Qué pena. —Regina se tapó la cara un segundo—. Uno no va por ahí diciéndole a la gente: «hey, soñé contigo anoche».

 —No debes preocuparte por lo que dijiste. Nos vemos casi todos los días en la oficina, es normal que al dormir algunas cosas se mezclen. Yo a veces sueño que despido a Pablo.

 —Gracias —dijo Regina esbozando una sonrisa—. Por ser tan gentil a pesar de lo que pasó. Yo… quiero que estés bien.

 —Lo estoy. No te preocupes por mí.

 La castaña abrió la boca para agregar algo más, pero se detuvo a pensar un momento. Luego dijo:

 —¿Piensas… amueblar? —Regina miró alrededor.

 —No estoy segura de eso. ¿Tú qué opinas?

 —Que deberías. Al menos compra una vajilla completa.

 —¿Para qué? ¿Vendrás de nuevo? —preguntó sin querer.

 —Tal vez —dijo la castaña con una amplia sonrisa.

 —Podrías traer tu plato y tu vaso, como se pedía antes en la primaria…

 —Solo compra una vajilla, ¿quieres?

 —De acuerdo.

 —Y creo que… —Regina miró la amplia sala—. Te quedarían bien unas plantas por aquí —dijo la chica caminando hacia el otro extremo—. Unos cuadros y… ¿qué?

 Mauri no pudo evitar reír.

 —Siempre haces eso. Ves algo vacío y quieres decorarlo. En la sala de juntas, por ejemplo, apareció una maceta en el rincón el otro día.

 —¿En serio? Yo no…

 —Fuiste tú, Regina —interrumpió.

 —Bueno, está bien. Yo la puse. ¡Es que ese rincón necesitaba vida!

 —Esa es tu especialidad… —dijo la pelirroja colocándose a dos pasos de la castaña—. Le das vida al lugar donde estés.

 Regina se quedó callada, con sus ojos mirando los suyos. Mauritania no podía pensar en nada. Solo estaba quieta, atrapada por el paisaje miel de la mirada de Regina. Siempre le habían fascinado el color de aquellos ojos y en esos días había tenido la fortuna de verlos de cerca nuevamente. Entonces llegó a ella un recuerdo: la tarde en la que toda su vida había colapsado al escuchar ese «Quiero que esto se acabe para siempre». Su mente se nubló. ¿Qué carajo quería Regina con esa visita? ¿Alterar su vida de nuevo?

 —Me dio mucho gusto verte hoy —susurró Regina, con la mirada brillante y una sonrisa en sus labios.

 —Claro —respondió ella, intentando apartar la sensación de vacío al recordar el día de su ruptura.

 —Debo irme. —Regina caminó hasta la entrada, mientras ella iba detrás. Le abrió la puerta, pero la castaña giró de nuevo hacia ella—. La razón de estar aquí… es que… extraño a mi mejor amiga —confesó la chica con tristeza.

 Mauri no dijo nada y Regina tampoco parecía esperar una respuesta de su parte, pues solo se dio la vuelta y se marchó.



Mauritania iba por su cuarto vaso de whisky, sentada en la barra del bar LGBT que frecuentaba cada fin de semana desde varios años atrás.

 —¿Quieres algo más fuerte? —le preguntó Chepa, dueña y barwoman estrella, que presumía sus múltiples tatuajes en los brazos usando siempre camisetas sin mangas.

 —No. Con más de estos estaré bien.

 —¿Problemas en el trabajo? —preguntó aquella mientras le cobraba un martini a un chico rubio a su derecha.

 —Peor.

 —¡Uf! ¿Una chica?

 —Sí… una chica.

 Chepa hizo una mueca de dolor.

 —Haremos lo siguiente: tú pides y yo te daré todo el alcohol que necesites.

 —Por eso me encanta este bar —dijo levantando su vaso para dar un sorbo.

 —¿Por qué no te lanzas sobre una de ese grupito? —dijo Chepa acercándose para que nadie más la escuchara. Mauri volteó para examinar a las aludidas.

 —¿Crees?

 —¡Claro! Puedes usar de nuevo la oficina de atrás para estar con ella.

 —No sé. Tal vez necesite más de estos —dijo señalando su vaso.

 —¡¿Y eso por qué?! ¡Vamos Mauri! ¡Nunca has sido tan cobarde con las chicas! ¿O esa mujer te jodió tanto? ¿Era tu novia?

 —Pues… no.

 —¿Una amante?

 —Eh… no tan así.

 —¿Amiga? —preguntó Chepa ya bastante confundida.

 —No.

 —Entonces, ¿qué carajo era?

 —Creo que… nada. Y todo.

 —¿Cómo?

 —Ella era… —Mauri bebió todo el alcohol antes de continuar, pensando en qué adjetivo describiría mejor a Regina. Chepa no tardó en servirle más whisky—. Perfecta —concluyó—. Éramos todo lo que la otra necesitaba… O al menos así lo creía. Pero luego ella se marchó.

 —¿Y te dijo por qué?

 —Sí. Dijo tonterías… simplemente ella no me… ella… carajo. —Se tomó más de la mitad del vaso—. ¡Que se joda! No voy a dejar que sus miraditas y sus tontas sonrisas me afecten. No sé qué pretende, pero no seré su juguete otra vez.

 —¿Mauri? —Alguien se acercó a ella. Mauritania hizo un esfuerzo por enfocar bien aquel rostro. Las malditas luces del bar la estaban mareando. O tal vez era tanto whisky.

 —Hola… eh…

 —Jessica —dijo la chica frente a ella.

 —¡Jessica! Claro, claro. Perdón, es que tantas luces me aturden un poco.

 —Qué gusto encontrarte aquí. ¿Estás sola?

 —Como debe ser —respondió ella dando otro trago.

 —¿Te puedo acompañar un rato?

 Mauri giró el rostro de nuevo para ver a Jessica, que tenía la cara roja y movía las manos con nerviosismo.

 —¡Este es un país libre, chica! —dijo ella dando dos golpes a la silla alta junto a la suya—. ¿Quieres? —le ofreció su vaso.

 Con la mano un poco temblorosa, Jessica aceptó su ofrecimiento y bebió un sorbo, tosiendo al tragar.

 —Está fuerte.

 —El alcohol debe ser fuerte ¿o para qué nos serviría entonces? ¿Para curar heridas en la rodilla? No… el alcohol es mejor curando el corazón —terminó Mauri en un susurro.

 —¿Qué te sirvo, preciosa? —le preguntó Chepa a la recién llegada.

 —Una cerveza, por favor. —Jessica se quedó callada, mirando encantada el perfil de Mauri mientras Chepa le entregaba su pedido—. ¿Cuánto es?

 —Nada, nada. —Se metió la pelirroja—. Yo te invito hoy.

 —¿Cómo crees? Qué pena.

 —Insisto. Creo que nunca me he tomado la molestia de hablar contigo en la oficina. Es que trabajamos juntas —le aclaró a Chepa, que solo las observaba con una sonrisita en los labios—. Dime, ¿cómo te va?

 La pelirroja giró el cuerpo hacia la chica, apoyando su brazo izquierdo sobre la barra. Parecía que Jessica había olvidado cómo se pronunciaban las palabras o es que tal vez nunca creyó que Mauri pusiera toda su atención sobre ella.

 —¡Bien! —dijo de pronto, bebiendo de su cerveza—. Es decir… todo en orden.

 —¿Vienes con alguien? —intervino Chepa. Jessica dudó un poco en responder, así que la barwoman agregó—: Para que le hagas compañía a mi amiga Mauri. No está bien que una chica linda beba sola. Yo estoy atendiendo a más gente y no puedo cuidarla toda la noche.

 —¡Hey, no necesito que me cuiden! —se quejó la pelirroja.

 —Yo me quedaré con ella —dijo Jessica con una amplia sonrisa—. Si no te molesta, claro —terminó mirando a Mauri.

 —¡Tú me caes bien! —declaró la pelirroja, pidiendo más whisky. Su vaso volvió a llenarse.

 —¿Vienes seguido? —La chica de cabello negro se acercó más a ella.

 —Sí. Casi todos los sábados.

 —Vaya, de haber sabido… Es la primera vez que entro a este bar. Si no fuera porque mis amigas insistieron no hubiera venido.

 —Pues te has perdido de un gran ambiente. ¡Otra cerveza para la señorita! —exigió Mauri.

 —Pero aún no me la acabo —objetó Jessica. Entonces la pelirroja le hizo beber lo que quedaba en la botella.

 —Hoy te vas a embriagar conmigo. ¡Vamos a festejar la soltería! Porque… estás soltera, ¿no?

 —¿Esa es… tu forma de averiguar sobre mí? —preguntó Jessica con una tímida sonrisa, desviando la mirada.

 —¡Pff! Si estás con alguien sería tonto celebrar la soltería ¿no crees? —Ya era muy notorio que Mauri tenía algunas dificultades para pronunciar las palabras.

 —Soy soltera… ¿Y tú?

 —¡Hasta la muerte! —gritó Mauri soltando una carcajada.

 —Pero tenías novia, ¿no?

 —Sí, pero nada importante.

 —Qué bien… estamos solteras las dos.

 —¡Qué coincidencia, ¿no te parece?! —Mauri parecía en verdad sorprendida por ese dato.

 —Sí, es… muy bueno. —Jessica pensó un momento antes de hablar de nuevo—. Oye Mauri, ¿me podrías acompañar a casa?

 —¿Qué día?

 —Hoy… ahora —dijo Jessica con las mejillas rojas.

 —¡Oh! —Mauri pensó. O al menos intentó pensar—. ¿Tienes whisky en tu casa?

 —Sí.

 —Entonces sí voy.

 Tambaleante, la pelirroja se puso de pie.

 —¿Ya se van? —preguntó Chepa regresando hasta donde ellas estaban.

 —Sí, la llevaré a casa —dijo Jessica.

 —Me apuntas todo a mi cuenta —pidió Mauri.

 —Como siempre.

 —Por aquí. —Jessica la guió, colocando una mano en la espalda de Mauri, quien trató de caminar lo más derecho posible, aunque era algo difícil con el suelo moviéndose así—. ¿Trajiste tu auto?

 —Claro. Mi bebé no puede salir sin mí. ¿Y tú?

 —No. Vine con una amiga. Dame tus llaves.

 —¿Qué? No, no, no… yo conduzco.

 —Claro que no. —Con un movimiento atrevido, Jessica la acorraló contra su Golf y metió la mano en un bolsillo de su pantalón.

 —¿Me estás asaltando? Sé karate, te lo advierto.

 —¿En serio? —quiso saber la chica, encontrando las llaves en el bolsillo derecho de Mauri.

 —Fui a una clase una vez… tenía ocho años. Pero vi Cobra Kai.

 —Por Dios, eres un encanto. —Entonces Mauri sintió una presión fugaz sobre sus labios.

 —¿Qué fue eso? —dijo girando el rostro por aquí y por allá.

 —Debemos irnos.

 Jessica la ayudó a subir y se colocó como piloto. El coche se abrió paso por la ciudad, rumbo a la casa de la chica de cabello negro.

 Mauri se golpeaba un poco la cabeza en cada cambio de dirección. La pelirroja tenía entrecerrados los ojos, intentando protegerlos de las luces que pasaban veloces por su ventana.

 Solo sabía que iba a continuar con la borrachera en casa de… ¿quién era? ¡Jessica! Aquella chica a la que había conocido… ¿dónde? La conciencia se iba de ella a ratos, haciendo que Mauri entrara al mundo de los sueños… o de los recuerdos.

 Mauritania atravesó la calle con prisa, segura de que Regina ya se encontraba esperándola en el café donde la había citado. Se sintió muy nerviosa cuando pasó su mano derecha sobre el bolsillo de sus jeans, sintiendo un pequeño objeto redondo en su interior. No estaba segura si aquel regalo le parecería muy cursi a la castaña, pero desde que habían asistido juntas a la boda de Paulina, la idea de ponerle al fin un nombre a su relación le había entrado a la cabeza.

 Levantó la vista cuando llegó a un local con acabados de madera y enormes vitrales al frente. «Café Latino», leyó. Según su reloj, llevaba quince minutos de retraso. Apenas entró, un delicioso aroma a café se coló por su nariz.

 —Hola. —La saludó una joven con delantal—. ¿Mesa para uno?

 —Ya están esperándome —le aclaró a la chica.

 Pasó la vista por el lugar, pero no encontró a Regina.

 —Hay más mesas por el pasillo —le indicó la mesera—. Por ahí, hasta llegar a la terraza.

 Mauri caminó por un pasillo largo y lo suficientemente ancho para colocar algunas mesas para dos personas en él. Esa parte se sentía más íntima que la delantera, además de que las paredes pintadas de colores estaban decoradas con cuadros muy bonitos.

 Regina la esperaba sentada en la última mesa. La chica castaña estaba seria y tenía la mirada perdida en la terraza del frente, que estaba adornada con muchísimas plantas.

 —Perdona la tardanza —dijo Mauri cuando estuvo a una corta distancia, logrando que la chica la mirara. Sabiendo que nadie las vería, se inclinó y buscó los labios de Regina, que le tomó el rostro con ambas manos para prolongar el beso más de lo usual. Aquello sorprendió un poco a Mauri, que sabía que la castaña no era muy afecta a darle besos en lugares públicos.

 —No te preocupes, Tini —respondió la chica en cuanto se separó unos centímetros de ella.

 —¿Estás bien? —quiso saber examinando los ojos miel de aquella.

 —Sí —contestó Regina, regresando la mirada a la terraza.

 —Entonces… —Mauritania se sentó—. ¡Oficialmente he acabado el semestre!

 —¿En serio? —La castaña clavó sus ojos en ella y sonrió a medias.

 —Sí. Acabo de ver las calificaciones y aprobé todo, incluso aquel examen que presenté drogada. ¿Ves? Y tú preocupada por mis dibujos de pechos en las hojas.

 —Significa que el profesor se apiadó de ti. —La chica del delantal apareció de nuevo para recibir su orden. Las dos miraron el menú en medio de la mesa—. Yo quiero… un… mocca, por favor.

 —Y yo… un latte… ¡No! Un… sí un latte, porfa. —La mesera se marchó y Mauri levantó la vista, notando que Regina la miraba con nostalgia—. ¿Segura que estás bien?

 —Sí, es que estoy cansada.

 —¿Por lo de anoche? —Se acercó más a la castaña para evitar que alguien escuchara—. Estuvo fantástico… diferente…

 —¿Diferente? —Regina se sonrojó un poco.

 —Sí… fue como… —Tomó la mano que la chica tenía sobre la mesa—. Hay algo que… —Con su mano libre, sintió de nuevo la sortija en su bolsillo. ¿Ya? ¿Era el momento ideal para pedirle que fuera su novia?

 —¿Qué tal la luna de miel de Paulina? —interrumpió entonces Regina separando sus manos unidas.

 —Pues… —Ella intentó recuperar la concentración—. Volverán mañana.

 —¿Tan pronto?

 —Manuel solo consiguió una semana de permiso en la constructora.

 —Paulina me dijo que le dieron dos.

 —A ella. Así que Manuel volverá al trabajo mientras mi hermana se queda una semana disfrutando su nueva casa, relajándose y comiendo toneladas de helado. O al menos eso le contó a mi madre. Dice que quiere olvidar la pesadilla que vivió con los preparativos de la boda y empezar su matrimonio viendo series mientras su esposo va al trabajo —terminó riendo.

 —Eso de casarse suena horrible —comentó Regina—. Uno tendría que estar loco o muy enamorado.

 Mauri la miró en silencio, con el corazón latiendo muy fuerte. ¿Ya? ¿Se lo pedía?

La conversación en Café Latino

 —Yiyí… —dijo con la voz cortada—. Hablando de locos enamorados…

 —Sus cafés —interrumpió la mesera.

 La pelirroja esperó paciente a que les dejaran las tazas y que la chica se alejara para retomar su conversación. Después de muchos años de amistad y tres años de ser más que amigas, Mauri había decidido que era momento de confesarle a Regina que en verdad la amaba. Ya no quería besarla a escondidas.

 La castaña bebió un sorbo de su café y abrió mucho los ojos.

 —Esto es… —dijo dando otro trago. Mauri la imitó bebiendo. Aquella cosa era lo más sabroso que había probado.

 —¡¿Qué le echaron a esto?! ¡Está muy bueno! —En medio de la mesa había un papel plastificado, así que Mauri lo leyó buscando información—. Ellos cultivan este café… —Le decía a Regina mientras pasaba la mirada por la hoja—. Pequeña plantación… negocio familiar… única sucursal… Carajo, con un poco de publicidad esta cafetería podría estar llena a reventar.

 —Tini, necesito decirte algo.

 —Claro. —Pero la atención de la pelirroja seguía en el papel frente a ella.

 —Ya no quiero verte más.

 Lentamente, Mauritania alzó la vista en busca de la persona que había dicho eso. Pero solo estaba Regina.

 —¿Qué? —preguntó confundida.

 —Vine aquí a decirte… Mauri, ya no podemos vernos más.

 —¿De qué hablas?

 Regina parecía muy incómoda, pero continuó:

 —Esto está mal. Nos pasamos de la raya.

 —¿Qué raya? Yiyí, no estoy entendiendo nada.

 —Tú y yo… lo que hacemos… no es correcto.

 La pelirroja se quedó en silencio por varios segundos, tratando de descifrar si eso era una broma, una pesadilla o si su mente estaba confundiendo palabras y significados.

 —¿Lo que hacemos? Regina, ¿de qué carajo estás hablando? —preguntó molesta.

 —Quiero que terminemos esto, Mauri. Ya no podemos seguir tonteando juntas. Este juego se nos salió de las manos.

 —¿Juego? Esto no es un juego, Yiyí. Estamos juntas.

 —¡No lo estamos! No podemos estarlo. Tú eres una chica y yo también. Eras mi mejor amiga y de repente ya estaba haciéndolo contigo.

 —Por eso es perfecto.

 —No, Mauri. No es perfecto, ¿no lo entiendes? Mis padres se morirían si supieran que nos acostamos desde hace años.

 —¡Por favor, Regina! ¡No seas ridícula!

 —¡¿Ridícula?! ¡Tú lo tienes fácil! Tus padres son las personas más relajadas del universo, pero los míos no. Soy su única hija, no puedo decepcionarlos así, lo sabes.

 —¿Decepcionarlos? Lo dices como si fueras una asesina serial.

 —Debo tener una vida correcta. No puedo seguir teniendo sexo con mi mejor amiga como si nada.

 —No soy tu mejor amiga. Estamos juntas, Regina. Somos felices, ¿por qué lo arruinas?

 —Lo que arruiné fue nuestra amistad al empezar con los besos y el sexo. No debimos cruzar ese límite.

 —Yiyí, tú me gustas y yo te gusto, ¿cuál es el problema?

 —¡Es que no me gustas! —Los ojos de Regina se llenaron de lágrimas—. No así. —Se tapó la cara.

 —Entiendo, tienes miedo. —Mauri suavizó su voz y se acercó más a la castaña—. Pero yo estoy aquí. Enfrentaremos lo que sea juntas, ¿de acuerdo?

 —Es que ya no quiero —susurró Regina recobrando el control—. Ya no quiero, Tini. No sé cómo corregir lo que hice contigo… Necesito ser la Regina que debo ser.

 —¿Una Regina heterosexual?

 —Soy heterosexual.

 —Claro que no —dijo ella molesta de nuevo.

 —Dejaré el dormitorio de la universidad, regresaré a casa de mis padres, me graduaré, conseguiré un buen empleo y me casaré con un chico —terminó Regina.

 —No te hagas eso —suplicó ella.

 —Debo casarme de blanco en una iglesia, darles nietos a mis padres.

 —Entonces yo me casaré contigo. En una iglesia no, pero lo haré. ¿Y has escuchado de la fecundación in vitro? ¿Adopción?

 —Mauri, no lo hagas difícil, por favor. Ya no quiero continuar con esto.

 —¿Por qué no?

 —¡Porque no te amo! —gritó Regina—. ¡No te amo, ¿entiendes?! No como tú me amas. —Mauri miró a la castaña con asombro—. Sé que estás enamorada de mí y… lo siento —dijo la chica llorando al fin—. De verdad lo siento. No puedo permitir que pienses que esto tendrá futuro, porque no es así.

 —Tú me amas. —Mauri recordó algo—. Anoche tú… me lo dijiste.

 —¿Qué? —Regina la miró confundida.

 —Te escuché… Aún no estaba dormida y… creo… lo dijiste…

 —No —dijo la castaña con seguridad.

 La pelirroja intentó revivir la noche anterior, cuando Regina se había comportado como nunca antes en su cama. Había tanta dulzura en sus caricias y en su mirada, que aquella noche parecía ser el comienzo de algo nuevo.

 —¿Y lo de anoche que fue?

 —Una recaída. Llevo tiempo pensando esto y… anoche debí contener mis ganas. Lo siento, de verdad. Pero ya entendí que todo esto fue un error. Jugar contigo fue un error. Arruinamos nuestra amistad, Mauri. Tú no debiste fijarte en mí y yo no debí permitirlo.

 —Yiyí…

 —No —la interrumpió Regina, tajante—. Yiyí ya no existe, Mauri. Esto ya no existe.

 —¿De verdad es lo que quieres? Porque yo estoy dispuesta a todo por ti, pero esto no funcionará si tú no estás dispuesta a lo mismo.

 Regina suspiró. Parecía muy harta de toda aquella conversación.

 —Sinceramente… —La castaña la miró a los ojos. Era la primera vez que Mauri veía tanta frialdad en ellos—. Quiero que esto se acabe para siempre.

 ¿Morir se sentiría así?

 Mauritania no podía tragar ni apartar el picor que sentía en los ojos, pero no estaba dispuesta a derramar una sola lágrima frente a Regina. Después de tanto juntas, ¿en serio se merecía eso?

 —Si de verdad es lo que deseas…

 —Sí. Quiero dejar atrás todo lo que hicimos. Ya no me busques, por favor. Olvida lo que sientes.

 Mauri clavó su mirada en los ojos miel de la castaña. ¿Cómo haría eso? ¿Cómo dejaría atrás esos años con ella? Quiso continuar la discusión, pero de repente Regina era una persona desconocida. La chica miraba su reloj, como si toda aquella conversación le causara una flojera infinita. Haciendo un enorme esfuerzo, Mauri logró articular unas palabras:

 —Ten una vida perfecta, Regina —dijo la pelirroja usando el mismo tono gélido que la castaña.

 Regina se puso de pie y se marchó, mientras Mauri se quedó ahí, incapaz de voltear a ver cómo aquella a la que amaba se marchaba de su vida.