9 Eres odio y querer
Regina Carlos corrió a recibir a sus invitados, mientras Regina permanecía en la cocina apurada por servir todas las entradas que su novio y ella habían preparado para su familia. Después de su reconciliación, Carlos le había llamado a su padre para invitarlo a cenar, cosa que la castaña aceptó para demostrar que estaba en la mejor disposición con su prometido.
Escuchó las voces de las visitas entrando a la casa. Su suegro y su insoportable cuñada estaban riendo de algo que Carlos les había mencionado.
—¡Mi bella nuera! —Exclamó Daniel dándole un beso en la mejilla—. ¡Qué gusto verte de nuevo!
Su suegro era un tipo extremadamente pulcro, que apreciaba la imagen por sobre todas las cosas. Daniel siempre se empeñaba en estar bien peinado, afeitado y vestido. Acostumbraba ir de compras a cada oportunidad, renovando con frecuencia su guardarropa, pues según sus palabras «un abogado puede cobrar tanto como su imagen se lo permita». Regina había comprobado en varias ocasiones que su suegro no era tan hábil en los asuntos jurídicos pero jamás se había atrevido a mencionarlo frente a Carlos, ya que si lo hacía, a su novio seguro le daba un infarto. Era por eso que a Regina no le gustaba frecuentar a su familia política, sentía que no tenía mucho en común con ellos.
—Huele delicioso, Regi —dijo Camila yendo a la cocina sin esperar invitación.
—Toma lo que quieras, hermana —comentó Carlos mientras le daba un plato a Camila, que empezó a servir todo lo que encontraba.
—Yo puedo ayudarte. —Se ofreció Regina, intentando que Camila no dejara todo hecho un desastre—. Siéntate con tu padre y con Carlos, ahora les llevo la comida y la bebida.
Regina prefería mil veces dar vueltas en la cocina que sentarse toda la noche con Daniel y Camila. Su suegro adoraba a su única hija, pues los demás hermanos de Carlos eran todos varones. Camila era la niña mimada de su padre, que no le exigía nada en la vida, solo que siempre estuviera bien vestida. Obviamente Camila estaba fascinada al ser la princesa de su papá, y le encantaba salir de compras a visitar todas las tiendas con la tarjeta de crédito de su papi.
—Entonces, ¿qué les falta para la boda? —Escuchó a Daniel sentado en la mesa del comedor.
—Ya tenemos todo listo papá, no te preocupes.
—¿Seguro? ¿Hasta la luna de miel?
—Sí, ya todo está reservado.
—Tengo un cliente que es dueño de una isla en el caribe. Un tipo extraordinario. Me ha dicho que la isla está a mi disposición cuando guste. Si lo deseas puedo hacerle una llamada y pedirle que la tenga lista para ustedes —comentó Daniel con aire de mafioso italiano.
—Mil gracias, Daniel —dijo ella dejando varios platos en la mesa—. Tal vez en nuestro siguiente viaje podría ser. Tenemos lleno el itinerario de la luna de miel.
—¡Ay, cuñis! Eres una suertudota. Ya quisiera yo una boda como la tuya —dijo Camila con voz chillona.
—Para eso debes buscar un novio de buena familia —aclaró su suegro mientras se servía unas papas horneadas—. No te vayas con cualquier papanatas.
—Obvio no, papá. Primero me aseguraré de que no sea un «don nadie».
—Traeré el vino. —Regina volvió a retirarse hacia la cocina. Ahí estaba sacando las copas cuando su celular sonó. Era un mensaje que Jessica había mandado al grupo que tenía con María y con ella para pedirles su opinión sobre un vestido que quería comprarse.
—«Es lindo».—Escribió María.
—«¿Cuál es la ocasión?» —preguntó ella frunciendo el ceño.
Enseguida llegó la respuesta de Jessica.
—«Invitaré a Mauri a una cena romántica en mi departamento».
Regina se sintió incómoda con aquella respuesta. Observó el vestido que Jessica había enviado. Era sensual.
—«Cómpralo, de todas maneras no lo tendrás mucho tiempo. Mauri te lo arrancará con los dientes en cuanto te vea, jajaja». —Envió María.
¿Por qué decía esas cosas? Regina prefirió dejar esa conversación en visto y regresó al comedor. Ahí Carlos y su padre hablaban de las nuevas reformas al código penal y Camila miraba las redes sociales en su celular mientras comía. Regina sirvió su copa hasta el tope y empezó a beber.
—¿Y por qué no vino Sandra? —le preguntó a su cuñada, quien soltó una risita y miró a Daniel, que seguía con su monólogo sobre la incompetencia del gobierno y sus reformas.
—Ya pasó a la historia.
—¿Qué? —Regina se inclinó hacia su cuñada. Sandra era la sexta esposa de su suegro y, sinceramente, la persona más agradable de esa familia.
—Hace unos días mi papá me dijo que se divorciaría.
—¿Por qué?
—No lo sé. Yo supongo que porque Sandra se estaba volviendo una floja. Mi papá dice que ya hasta había dejado de ir al gimnasio.
—Claro. —Regina observó a su suegro y pensó un momento en su inminente divorcio. Definitivamente Sandra era una mujer muy afortunada.
Mauri Intentó mantener su expresión neutral mientras su madre la observaba sin parpadear. La pelirroja sabía que en cada cena familiar, Bibiana separaría unos minutos para interrogarla sobre su vida amorosa.
—¿Terminaste, madre? ¿O tienes más preguntas?
—Creo que es todo por ahora —declaró Bibiana acomodándose bien sobre su silla.
Mauri fue a la cocina en busca de más aderezo. Paulina estaba ahí, terminando de cortar una lechuga. La mujer empezó a reír en cuanto la vio abrir el refrigerador.
—Mamá nunca te dejará en paz hasta que le presentes a alguien —le dijo su hermana. Mauri seguía revisando la nevera en busca de más cosas para comer.
—No sé por qué tanta obsesión con eso. Antes me parecía divertido pero ahora…
—Supongo que quiere asegurarse de que eres feliz.
—¿Y una relación me haría feliz?
—A las personas normales les hace feliz una relación —dijo su hermana mirándola feo y arrojando la lechuga dentro de un bowl.
—Sí, bueno… tal vez… pronto le presente a alguien.
—¡¿Tienes novia?! —gritó Paulina.
—¡¿Quieres callarte?! ¡No quiero que mamá sepa todavía!
—¿Quién es? —susurró su hermana acercando su cara a la de ella.
—Alguien del trabajo.
Paulina se quedó callada un momento. La miraba con el ceño fruncido.
—¿De la oficina?
—Sí, está en el área de contabilidad.
—¡¿Volviste con Regina?! —Volvió a gritar su hermana. Mauri quiso golpearla con el aplanador de carnes pero solo la pellizcó.
—¡Que te calles! Para tu información, Regina no es la única contadora de la oficina —dijo molesta—. No sé por qué te cuento estas cosas.
Mauri tomó su aderezo y se dio la vuelta pero Paulina la jaló.
—¡Espera! Déjame entender… Estás saliendo con una chica que trabaja contigo y con Regina en Café Latino. ¿Así es?
—Sí, pero no sé por qué vuelves a mencionar a Regina en esta conversación.
—Bueno, creo que no es un error decir que ella es la única relación significativa que has tenido en tu vida.
—¿De dónde sacas que tuvimos una relación?
—Mauri, por Dios, no insultes mi inteligencia. Te conozco y también conozco a Regina —dijo Paulina con practicidad—. ¿Qué tan en serio vas con esta niña?
—Se llama Jessica —aclaró a regañadientes.
—Wow, lindo nombre —se burló su hermana—. ¿Qué tan en serio vas con Jessica? ¡Espera! Cambiaré mi pregunta… ¿Cuándo piensas presentarla a la familia?
Mauri dudó.
—Pues… un día de estos —dijo bajando la mirada—. Solo debo… Su madre me ha invitado en Navidad… tal vez pueda traerla aquí… —Mauri no pudo evitar torcer el gesto. Entonces se fijó en la mirada de preocupación de Paulina—. ¿Qué?
—No deberías hacer nada a menos que estés lista para ello —le recomendó su hermana—. Según tu perspectiva, traer a alguien aquí con la familia es señal de compromiso. Esa es tu métrica. Si aún no sientes eso con esta chica, mejor no la traigas.
—Eres horrible —reclamó.
—No lo soy. Y no lo digo porque no quiera conocer a Jessica, al contrario, me encantaría. Pero… —Paulina pareció escoger con pinzas sus palabras—. No quieras apresurar las cosas solo porque hace años te quedaste atorada en una relación. Realmente un clavo no saca a otro clavo, Mauritania. Debes sacar ese clavo tú misma sin tener que romper un nuevo clavo en el proceso.
—Yo no tengo atorado ningún clavo en ninguna parte —se quejó ella.
—¿No? Yo veo uno bien incrustado aquí. —Su hermana le picó sobre el corazón—. Su nombre empieza con erre.
Aunque Mauri quiso responder con una buena defensa, fue muy tarde. Paulina ya había regresado con los demás al comedor, dejándola ahí parada con su miserable frasco de aderezo.
Paulina estaba en un error. Lo de Regina había quedado muy atrás y ella había avanzado. Había salido con muchas chicas y si no las había presentado a su familia era solo porque ninguna de sus exnovias era «la chica indicada». Por el contrario, Jessica sí lo era. Era perfecta para ella, ya que tenía sentido del humor, era bella, comprensiva, inteligente, amable, atenta y un sinfín de cualidades.
Por un momento Mauri sintió el arrebato de ir por la chica a su casa y llevarla ahí con su familia, pero se contuvo. De mal humor, volvió a la mesa. Ahí su padre le hacía bromas al pequeño Josh, que miraba a su abuelo con incredulidad. Seguramente ya no confiaba en las historias exageradas del hombre.
Paulina cruzó una mirada con ella, aunque Mauri no pudo descifrar lo que significaba. Era verdad que Regina era lo más serio que había tenido en su vida, pero ambas lo habían superado. En unos cuantos meses más, Regina se casaría con un imbécil y ella buscaría una muy buena excusa para no asistir a ese horrible evento.
Volvió a su comida y sonrió cuando su sobrino y su cuñado empezaron a hablar sobre dinosaurios. Manuel siempre le había agradado mucho, desde que empezó a pretender a su hermana, Mauri tuvo la corazonada de que ese era el chico indicado para alguien tan odiosa como Paulina. Y sí, habían pasado casi diez años juntos y parecía que su amor seguía creciendo. ¿Alguna vez ella tendría algo así? ¿Lo tenía con Jessica? ¿Su relación podría volverse tan sólida como la de Paulina y Manuel? Sentada ahí con aquellas personas, tomó una decisión: llevaría a Jessica a esa mesa muy pronto.
Todo parecía ir en cámara rápida. Las semanas en la oficina eran duras, Mauri estaba empezando a sentirse estresada por el lanzamiento y por las exigencias de Lorena. Su jefa le había dicho que trataría de no sobrecargar al personal con trabajo, pero estaba fracasando terriblemente. Y es que, por un lado, Mauri podía entender aquello. Estaban a punto de entrar al mercado internacional y además ya se estaba trabajando en ampliar la plantación. Esa eventualidad no estaba contemplada en el ritmo laboral de los departamentos.
Cuando por fin se anunció que Galicia sería la responsable de las nuevas oficinas en Los Ángeles, Lorena había convocado a los jefes de departamento para que le dieran a la mujer toda la preparación necesaria para el cargo. Incluso se había sugerido que en caso de ser necesario, una persona de cada departamento se integraría al nuevo equipo que se mudaría a las nuevas oficinas. Mauri pudo notar cierto pánico en ella cuando alguien mencionó que Regina debía trasladarse también a L.A., pero Lorena descartó aquello de inmediato.
—Pasando a algo más divertido, debo anunciar que ya tenemos lugar y fecha para nuestra posada navideña —dijo Lorena mientras todos aplaudían con emoción—. Sí, lo sé. He sido una tirana estos últimos meses. Lo lamento, en verdad. La buena noticia es que estamos a punto de brincar hacia el otro lado. Estoy muy feliz por el trabajo de todos y por eso quiero que les informen a las personas de sus respectivos departamentos que esta fiesta navideña será digna de todos ustedes.
Mauri sonrió feliz mientras sus compañeros salían de la sala de juntas. Vio a Regina suspirando aliviada al otro lado de la mesa. Desde la conversación que habían tenido en su oficina no habían vuelto a estar a solas, aunque Mauri estaba segura de que todo estaba en paz entre ellas.
—Entonces, ¿emocionada por la fiesta? —le preguntó a Regina, quien levantó inmediatamente la vista hacia ella.
—Emocionada por tener un respiro. Siento que he envejecido como diez años en estos meses. ¿Tú qué tal?
—Apenas recuerdo mi nombre. —Se habían quedado a solas. Mauri se sentó sobre la mesa mientras Regina permaneció en su silla frente a ella.
—¿Y cómo va todo? —preguntó la castaña acomodando la cabeza en el respaldo.
—Todo… igual… aburrido.
—¿Aburrido?
—O sea no aburrido… solo monótono, ya sabes, casa, trabajo, casa, trabajo… Se está volviendo mucha presión para todos —admitió Mauri.
—Sí, ya sé. Yo hace semanas que no pienso en nada más que en los números que todos los días me pide Lorena. Cuando duermo, sueño con los informes sobre la compra del nuevo terreno, despierto asustada pensando que olvidé pagar los impuestos… es una locura.
Mauri observó a Regina. No le parecía estar frente a una chica cansada. Su examiga lucía tan espectacular como siempre. En toda esa conversación había sonreído y Mauri encontraba demasiado encantador ese gesto. Le gustaba saber que podían hablar sin sentirse incómodas.
—Oye… estaba pensando… en aquello que me dijiste en mi oficina hace como mil años —dijo titubeante.
—¿Qué cosa?
Mauri intentó decidir si la siguiente frase le sonaría tonta a Regina.
—En ir por… el pay.
—Oh, ya lo recuerdo. —Regina sonrió con malicia—. ¿Por qué te costó tanto preguntar eso?
—Porque no sé si estás a dieta y estoy poniendo a prueba tu fuerza de voluntad.
—¿A dieta? —La castaña soltó una carcajada.
—Sé que las novias dejan de comer meses antes de la boda para entrar en sus vestidos.
—Yo no lo necesito —soltó Regina con altanería fingida mientras recogía sus cosas de la mesa.
—Uuf, qué segura de ti misma. —Mauri siguió a Regina. Cuando llegó el momento de ir por un pasillo diferente, la castaña se detuvo y la miró un segundo antes de hablar.
—Suena bien el pay. Más tarde paso por ti a tu oficina, ¿te parece?
Regina Miró por el retrovisor de su Mini Cooper para asegurarse que el auto rojo la seguía. Regina sujetó fuerte el volante pensando si aquello era una buena idea. ¿Por qué no lo sería? Desde semanas atrás sentía una nueva atmósfera en la oficina, una más agradable y estaba convencida de que se debía a ese momento que compartió con Mauri en su oficina. Sentía que por fin podían ser amigas de nuevo, que habían madurado y superado el pasado. Mauri era la persona en la que más había confiado, ¿podía ser ese el nuevo inicio de su amistad? ¿Era prudente dar ese paso? Recordó los sueños que meses atrás había tenido con la castaña, esos en los que hacían cosas que Regina nunca sería capaz de mencionar en voz alta. Pensando en aquello se sintió avergonzada y a la vez lejana. Parecía que eso había sucedido en otra vida. ¿Qué esperaba Mauri de aquello? ¿Qué había sentido esa tarde en su oficina?
Estacionó y esperó a que el Golf se colocara a su costado. Bajó del auto lista para ser amable y adulta. Mauri observaba el local frente a ellas, una pequeña pastelería muy pintoresca con unas mesitas en el jardín.
—¿Cómo encontraste este lugar? —preguntó la pelirroja aspirando el delicioso aroma del ambiente.
—Redes sociales. Ya sabes, esas cosas en las que trabaja esa gente loca de marketing…
Mauri sonrió y caminó con bastante alegría a su lado, viendo todo en el interior de la pastelería cuando ingresaron. Mucho tiempo atrás, Regina estaba buscando una receta para preparar pay de limón, pues de repente se había obsesionado con ese postre y había encontrado un video publicitario de esa pastelería. Cuando probó el pay que vendían ahí, se enamoró. Por mucho tiempo pensó en si sería buena idea llevar uno a la oficina, pues sabía que era el postre favorito de Mauri.
—Estoy nerviosa. —Escuchó a su lado.
—¿Por qué?
—Es que es delicioso.
Regina negó con la cabeza y se acercó al mostrador.
—¿Quieres un pedazo o uno entero?
—Entero, obvio. Eh… —Mauri miraba las pequeñas mesas redondas—. ¿Quieres comerlo aquí?
Regina sintió un cosquilleo. La última vez que estuvieron en un lugar parecido fue cuando terminaron su relación. Intentó encontrar un pretexto para salir de ahí pero decidió que era muy infantil de su parte.
—Claro. De todas maneras Carlos llegará tarde a casa.
—Perfecto. Entonces… —Mauri se adelantó a pagar el postre y caminó feliz hacia una mesita en el jardín.
—Nunca creí venir aquí contigo —dijo Regina. Levantó la vista hacia Mauri que la miraba con algo de tristeza.
—Supongo que la vida da sorpresas. Yo no había comido un pay de limón desde que… ya sabes.
—De verdad lo lamento, Mauri. Si pudiera cambiar lo que pasó… —Eso ya no importa. Y creo… yo no cambiaría nada realmente —dijo la pelirroja con expresión pensativa—. Si cambiaras algo de nuestro pasado tal vez no seríamos las mismas ahora, ni estaríamos a punto de comer este sabroso pay —terminó Mauri optimista.
—Creo que ya te lo había dicho antes, pero agradezco que a pesar de todo siempre eres amable conmigo. —Regina admiró la sonrisa en el rostro de la pelirroja, que solo asintió y le sirvió un generoso pedazo de pay.
—Brindo por… —Mauri parecía pensar en una palabra perfecta.
—La armonía —declaró Regina—. Es lo que deseo.
Regina no supo en qué momento el tiempo se aligeró, pues en un parpadeo ya habían pasado más de una hora ahí. Platicar con Mauri era fácil cuando ambas estaban de buen humor. La pelirroja usó su celular para enseñarle algunas cosas que deseaba comprar para su departamento.
—Sigo pensando que el sofá morado es lindo —dijo Mauri cruzando sus brazos.
—Lo es, pero claramente no combina con las otras cosas que quieres —respondió Regina sin poder evitar clavar su cuchara en otro pedazo de pay—. Ya aleja esto de mí, llevo como tres pedazos.
—Hay que dejar de hacernos mensas, sabemos que nos lo vamos a acabar —declaró Mauri observando que solo quedaba la cuarta parte del postre.
—Es cierto —admitió la castaña suspirando—. Supongo que hay cosas que son inevitables.
Mauri Se movió despacio para no despertar a Jessica, que dormía a su lado. Aunque no era la primera vez que pasaba la noche en casa de la chica, Mauri aún sentía algo extraño en esos momentos.
Se dirigió a la cocina en busca de agua helada, necesitaba estar en movimiento. Sentía tanta energía en su cuerpo que no podía dormir aunque se esforzara. Pensó en que solo unas horas antes había estado con Regina, platicando como antes, riendo, bromeando. ¿Qué significaba eso? Cuando muchas semanas atrás su examiga le había dicho que la extrañaba, ¿se refería a que quería retomar su amistad? ¿La estaban retomando en esos momentos? Entonces, ¿por qué no le había contado a Jessica sobre Regina? ¿Por qué sentía que lo que Regina y ella compartían era privado? ¿Y qué sentía realmente por la castaña?
Mauri se quedó de pie en la penumbra de la cocina, con un vaso de agua en la mano y los ojos clavados en la nada. No tenía una respuesta a eso último. Pero de repente tuvo miedo. Recordó a la mujer dormida en la recámara, la chica a la que le había prometido que se tomaría en serio esa relación. ¿Lo estaba haciendo? Frunció el ceño tratando de decidir si lo que compartía con Regina era algo malo en realidad. No habían hecho nada incorrecto. No tenían nada romántico, solo se limitaban a pasar el rato charlando. Y si de algo estaba segura Mauri, era que unas cuantas rebanadas de postre y unas horas de convivencia no dañarían a nadie.
Regresó a la cama junto a su novia y respiró hondo para tranquilizarse. Aquello era bueno. Si lograba ver y tratar a Regina como a una simple amiga, significaba que había superado el bache emocional en el que estaba.
Dejó que el sonido de la pecera de Jessica la relajara, sintiéndose en ese limbo entre la realidad y los sueños.
Sonrió mientras un recuerdo muy lejano llegaba a su mente: Regina se quitaba la blusa y se lanzaba al lago durante unas vacaciones de verano muchos años atrás. El agua resbalando por su piel había hipnotizado a Mauri, quien solo pensaba en encerrarse de nuevo en la habitación con la castaña.
—Yiyí… —susurró.
Regina No había duda que una de sus épocas favoritas era la Navidad. Cuando era pequeña se emocionaba por los regalos, por las reuniones familiares donde podía ver a todos sus tíos y primos. En estos momentos de su vida, lo que más amaba Regina de la Navidad eran los días de descanso lejos de ese edificio.
En la oficina se iba sintiendo más emoción según se iba acercando la posada, esa noche en que todos se olvidaban del estrés y Lorena se encargaba de consentir al personal. Regina se había maravillado por el presupuesto que su jefa estaba destinando a esa noche de celebración.
Encerrada en su oficina, había solicitado la presencia de María y Jessica para terminar con los pendientes de la fiesta.
—Bien… creo que esto ya está listo —dijo María sentada frente a ella—. Tenemos las confirmaciones de casi todo el personal. Solo falta la confirmación de Mauri y su gente. ¿Jessi, podrías preguntarle?
Regina levantó la mirada cuando notó que Jessica no contestó la pregunta de María. La chica parecía ausente y solo miraba un punto fijo en el suelo mientras mantenía el ceño fruncido.
—Jessica, ¿estás bien? —preguntó la castaña, haciendo que Jessi diera un brinco.
—Sí, perdón… estaba pensando… mi madre quería un regalo. Lo siento, ¿qué decían?
—Que si podrías preguntarle a Mauri si ya tiene la lista de los asistentes a la posada —repitió María de mala gana—. Necesito esos datos para darle carpetazo a ese asunto. Carajo, odio organizar fiestas.
—¿Por qué no le pides a Pablo esa información? —preguntó Jessica regresando su atención a su laptop.
—Te estoy dando la oportunidad de correr a la oficina de tu amorcito ¿y la rechazas? —María abrió los ojos de par en par—. ¿Terminaron?
Regina sintió un creciente interés por aquella conversación. —No —respondió Jessi negando con la cabeza—, solo… Bueno, estoy algo confundida.
—¿Por qué? —María cerró su laptop y concentró toda su atención en su amiga—. ¿Qué hizo Mauri?
—Realmente… creo que es una tontería. Tal vez no sea nada…
—No te entiendo.
—Si no te sientes cómoda hablando de esto no tienes porqué hacerlo —intervino Regina ante los titubeos de Jessica.
—¡Pero podemos darte consejos si nos cuentas! —se quejó María. Regina le lanzó una mirada asesina.
—Es solo… creo que Mauri está viendo a otra chica.
Regina sintió una punzada en su estómago.
—¡¿Quién es?! ¡¿La viste?! —María se había acercado más a Jessica.
—No, solo… ella habla… en sueños.
—¿Qué? —María parecía más confundida.
—Desde hace un par de semanas ella menciona un nombre… Mauri dice una y otra vez… Yiyí.
Regina sintió cómo el calor subía por su rostro. Desvió la mirada tratando de evitar los ojos de Jessica. De repente el pánico la recorrió. ¿Jessica sabía la verdad? ¡¿Qué carajo había hecho Mauri?!
—¿Yiyí? ¿Y eso qué? ¡Ni siquiera suena a un nombre! —debatió María.
—¿Entonces qué es?
—Cualquier cosa. Creí que le habías descubierto mensajes, fotos de chicas desnudas o la habías descubierto en la cama con alguien más. Un balbuceo entre sueños no significa nada. ¿Verdad? —María giró el rostro para buscar su apoyo, pero Regina no podía articular ni una palabra. Con temor, miró a Jessica a los ojos y negó lentamente.
—No creo que signifique algo —dijo intentando que su voz no sonara insegura.
—Vamos, no seas paranoica… aunque… si quieres puedo preguntarle a Pablo —propuso María.
Regina quería que esa conversación se acabara, quería correr a la oficina de Mauri y gritarle por su imprudencia. ¡¿Cómo se ponía a mencionar su nombre?! Entonces una verdad le cayó de golpe: Mauri soñaba con ella… Un cosquilleo subió por su cuerpo y la hizo sonreír. Giró el rostro para que sus amigas no notaran su sonrojo, pues hasta ella podía notarlo en el ardor de sus mejillas. Lo que se decía en esa oficina perdió importancia, ella solo pensaba en Mauri. ¿Qué soñaba? ¿Lo mismo que ella? Entonces el pánico volvió.
—Debo ir… al baño —balbuceó mientras salía deprisa de su oficina. Miró hacia atrás para asegurarse de que sus amigas no la veían y dobló por otro pasillo. La puerta de Mauri apareció. Dio dos golpes y entró sin esperar respuesta. Cerró la puerta detrás de ella, usando su cuerpo para obstruirla.
—¿Robaste un banco? —preguntó una voz. Mauri la observaba desde su silla, con una ceja levantada y su estúpida sonrisa burlona.
—Esto es peor.
—¿Homicidio?
—Shhht. —Regina le puso seguro a la puerta y se acercó.
—Me estoy asustando.
Regina rodeó el escritorio y se colocó frente a Mauri, ¿Cómo carajo empezaba la conversación?
—¿Qué has estado soñando, Mauritania? —La pelirroja parecía muy confundida.
—¿Qué?
—Jessica cree que la engañas.
—¡¿Qué?!
—No grites. —Se acercó más a Mauri—. Ella dijo que hablas dormida, que sueñas con… bueno… —Apartó la mirada al sentirse muy nerviosa.
—¿Con quién? —La confusión en la cara de Mauritania hizo que Regina se sintiera fuera de lugar. ¿Sí había soñado con ella? ¿Jessica había entendido mal sus balbuceos? ¿Haría el ridículo?
—Conmigo —terminó Regina con la cara ardiendo más que antes. Mauri palideció por unos segundos. Parecía haber recordado algo. Regina vio la verdad en sus ojos—. ¡Mauri! ¡¿Qué hiciste?!
—¡¿Qué hice?! ¡Tú fuiste la primera que soñó conmigo! ¡Y te recuerdo que yo no me ofendí cuando me enteré!
—¡Pero yo no me puse a decirle tu nombre a mi novio!
—¡¿Y cómo se supone que iba a controlar eso?! —La pelirroja se levantó de su asiento, haciendo que Regina diera un par de pasos hacia atrás al notar su proximidad.
—Esto está mal. —Empezó a dar vueltas por la oficina—. ¿Le contaste a alguien…?
—¿Que fuimos pareja?
—¡No fuimos pareja! —reclamó ella enojada.
—Claro, claro. —Mauri levantó las manos en señal de culpabilidad—. Mi error, todos esos besos, abrazos y momentos no existieron.
—¡Solo responde! ¿Le contaste a alguien? —Regina sintió que el mundo se le venía encima cuando Mauri titubeó—. ¿A quién?
—Solo a Pablo.
—¡¿A Pablo?! ¡¿Estás loca?!
—¡Él no dirá nada!
—¡María piensa interrogarlo!
—¿María? ¿Por qué?
—Porque le encanta el chisme y piensa que Pablo podría saber si engañas a Jessica.
—¡Yo no la engaño! —Esto fue un error… —De pronto Regina lo tenía bien claro. ¡Qué tonta había sido!
—¿A qué te refieres? —Mauri se acercó a ella, visiblemente preocupada.
—A esto… no debimos hacer esto. Es claro que tú y yo no podemos estar cerca. ¡Mira lo que pasa!
—Antes no estábamos cerca y aún así soñabas conmigo. ¿Por qué? —Regina se quedó muda ante esa pregunta, ante la mirada intensa que Mauri le dirigió—. Quiero saber… antes… ¿estuviste enamorada de mí?
Terror. Eso sintió Regina. Su mente le decía que saliera de ahí pero sus pies no podían moverse.
—No quiero hablar de eso —lanzó usando todas sus fuerzas—. No quiero lastimarte de nuevo.
—Entiendo. —Mauri bajó la mirada. Parecía tan indefensa y derrotada, que Regina tuvo que reprimir el impulso de abrazarla y consolarla—. ¿Qué quieres hacer? —preguntó la pelirroja sin mirarla.
—Estar lejos de ti. Lo siento, creí… por un momento creí que podíamos ser amigas de nuevo, pero tenemos demasiada historia y no quiero que las personas la sepan.
—Eso es lo único que te importa ¿no? Que nadie sepa lo que fuimos.
—Mauri, por favor no empieces.
—Descuida, me aseguraré de eso. —Entonces la pelirroja la miró a los ojos y Regina se sintió helada. De nuevo había hielo en ellos—. ¿Necesita algo más, contadora?
—Mauri…
—Si es todo lo que quería decirme por favor le pido que se retire. Necesito volver a mi trabajo.
Realmente Regina no tenía más palabras, pero por varios segundos se quedó ahí inmóvil. Todo eso había sido su culpa. Nunca debió empezar a hablar con Mauri, ni debió ir a su departamento, ni charlar con ella por los pasillos y mucho menos salir a buscar un maldito postre. Había bajado la guardia y tontamente había creído que podían retomar algo que estaba destruido.
Regina aguantó las terribles ganas de llorar, se dio la vuelta y salió de la oficina de Mauritania.
Mauri Cuando se quedó sola cerró fuerte los ojos. ¿Cómo podía Regina hacerle eso de nuevo? ¿Cómo podía decir que nunca fueron pareja? Más que antes se sintió como un juguete en las manos de la castaña. Regina solo jugó con ella antes y lo repetía en ese momento. ¡Y qué estúpido de su parte preguntarle si la amó! ¡Por supuesto que no! Regina Leal solo se amaba a sí misma.
Resopló varias veces intentando deshacer el nudo en su garganta. Se dobló sobre el sofá apretando su cabeza, intentando no correr detrás de Regina para gritarle lo mucho que la detestaba. Entonces lo entendió. La tonta había sido ella por creer que podían tener un trato civilizado y familiar. Por preocuparse por alguien que hacía mucho tiempo había elegido seguir por un camino distinto al suyo. No era su problema lo que Regina hiciera con su vida. Si la había amado o no, eso era algo sin relevancia. En la vida lo que importan son las decisiones que se toman y su examiga había realizado su elección años atrás.
Ella debía retomar su camino. Había decidido estar con Jessica y por tontear con Regina estaba poniendo en riesgo su relación. No dejaría que Regina Leal le robara eso también. Tomó su celular y le mandó un mensaje a su asistente. Apenas se había sentado en su silla cuando la puerta se abrió y Pablo hizo acto de presencia.
—Bien. Diré esto solo una vez —dijo ante la mirada de extrañeza del chico—. Primero: Todo lo que te he mencionado sobre la relación que la contadora Leal y yo tuvimos en el pasado queda guardado bajo llave. No quiero ningún comentario de ese asunto con nadie. Sé que María probablemente te preguntará algo al respecto y tú te quedarás callado. Segundo: desde este momento quiero que evites mencionar a la contadora Leal en esta oficina. Todo lo que ella solicite lo atenderás tú sin mencionarme nada. ¿Entendido?
—¿Puedo preguntar qué está pasando?
—No. ¿Entendiste lo que te pedí?
—Claro. La contadora Leal está totalmente vetada en esta oficina.
—Es correcto. Puedes regresar a tus ocupaciones.
Si Pablo tenía más dudas, al menos fue lo suficientemente prudente para guardarlas. Solo se retiró y dejó a Mauri de nuevo a solas. Sonrió con tristeza y decidió que ese sería el último momento de su vida en que se permitiría sufrir por Regina.