15 Y así te fui queriendo a diario


Mauri

Colocó la escoba, el recogedor y el trapeador en el armario de limpieza antes de regresar a la habitación. Se había apurado para dejar todo en orden, pues no quería que Regina le ganara.

   Miró la puerta del baño y sintió un hormigueo por todo el cuerpo. Detrás de ese pedazo de madera, Regina estaba desnuda. Escuchaba el agua cayendo. A su mente le llegaron recuerdos de todas las ocasiones en que compartieron una ducha. Sacudió la cabeza y dio dos pasos hacia atrás. Debía alejarse de ahí. Fue hacia la cocina donde un delicioso aroma salía del horno. ¿Qué había preparado Regina? Enfocó la vista intentando ver desde su lugar, pero la estufa estaba lejos. No quería anticiparse a la sorpresa.

   Así que se quedó ahí de pie en medio de su departamento, intentando controlar sus pensamientos y su cuerpo. Regina y ella habían pasado por muchos altibajos para poder llegar a ese momento. Incluso habían logrado superar el beso que se habían dado en la azotea.

   Pensar en eso la hizo sentir más nerviosa.

   —Calma, es solo una chica. —Tragó en seco—. La chica más hermosa del mundo está desnuda en mi baño y yo estoy aquí hablando sola como una idiota —susurró.

   El agua dejó de correr.



Regina
Habían pocos lugares en el mundo en los que realmente se sentía cómoda, pero definitivamente aquel departamento era uno de ellos. Tomó la toalla y salió de la ducha. El enorme espejo frente al lavabo le devolvió el reflejo. El cabello mojado le caía sobre los hombros y esa sonrisa en su rostro era más amplia que todas las que recordaba. Se secó el cuerpo y el cabello. El aroma del shampoo de Mauri era uno de sus favoritos y estaba encantada de sentirlo en ella.

   Examinó la ropa que la pelirroja le había dado. Pasó la mano por la tela y la acercó a su nariz.

   —Olor a Tiní —dijo sonriendo mientras se colocaba las prendas.

   Cuando salió le hizo gracia encontrar a la pelirroja parada en medio de la sala. Mauri abrió la boca cuando la vio, pero no mencionó nada. Solo tenía los ojos clavados en ella.

   —Te ves… limpia —dijo Mauri después de varios segundos. Regina pudo notar las mejillas rojas de la chica.

   —¿Miraste el horno? —preguntó intentando no perderse ningún movimiento de la pelirroja.

   —No —dijo aquella negando con la cabeza—. Solo terminé de limpiar y me quedé aquí. ¿Crees que ya esté lista la comida? Tengo hambre.

   —Debe faltar poco. Tienes el tiempo justo para quitarte la tierra de encima.

   Regina esperó a que Mauri cerrara la puerta del baño y fue directo hacia el balcón para buscar las plantas. Colocaría todo antes de que la pelirroja terminara. Fue poniendo las macetas en los lugares que antes había seleccionado en su mente. Iba comprobando que se vieran bien o que no fueran demasiado grandes para los espacios.

   Echaba un ojo al horno mientras llenaba la regadera que había llevado. ¿Por qué la vida no podía ser siempre así de simple? Miró hacia la habitación. Era tan extraño aquello. Tan irreal. Y tan perfecto.

   Intentó recordar la última vez que se había sentido así en su casa. ¿En cuál? ¿La de sus padres? ¿La de su prometido? Entonces se dio cuenta de algo: nunca había vivido sola, en su propio espacio.

   El sonido de una alarma sonó. Se apresuró a apagar su celular y se acercó al horno. Aquello estaba listo. Con cuidado sacó la comida, la sirvió y, como Mauri no tenía comedor, dejó todo sobre la isla. Colocó los taburetes uno junto al otro, verificó la consistencia del postre en la nevera y sacó los vasos.

   Estaba dando los últimos toques cuando escuchó a Mauri caminando en su habitación. Se sentó en uno de los taburetes para esperarla. Lo que vio le hizo saltar el corazón. No podía explicar cómo una chica a la que veía casi todos los días podía sorprenderla de esa manera.

   —¿Ya? —Mauri se acercó sonriendo. Regina tuvo el impulso de abrazarla para impregnarse aún más de su aroma pero logró contenerse.

   —¡Sorpresa! —dijo destapando la bandeja.

   —¡Yiyí! —La pelirroja dio un salto de alegría cuando vio las papas rellenas frente a ella—. ¡Las amo!

   —¿En serio? —bromeó ella—. Espero que hayan quedado bien.

   —Seguro sí. —Sin perder más tiempo, Mauri se llevó un pedazo a la boca. Cerró los ojos mientras masticaba—. Es como comerse a Dios.

   Eso hizo reír a Regina, que la imitó. Aquello le había quedado delicioso.

   —Carajo, quiero casarme con esta papa —dijo metiendo otro pedazo a su boca.

   —Llevarla de luna de miel a Hawai —siguió Mauri.

   —Vivir con ella en un palacio —continuó Regina.

   —Hacerle el amor tres veces al día.

   —Tener a sus bebés papitas deliciosas.

   —Y comerlas también. Eres la más grandiosa chef del universo —dijo Mauri mirándola a los ojos. Regina sintió que sus cachetes le ardían un poco.

   —Cuando quieras, Tini.

   —Todos los días.

   —¿Me recibirás a diario? —Regina giró el cuerpo para quedar frente a Mauri. Sus asientos estaban muy cerca.

   —Haces de comer y decoras el departamento. Me parece que yo salgo ganando.

   —Y sigo pensando… que esto es muy extraño.

   —¿Qué cosa? —Mauri dejó sus cubiertos sobre el plato y también giró el cuerpo.

   —Estar aquí… juntas —terminó Regina en un susurro.

   La pelirroja la observó un momento y luego sonrió.

   —Sí, pero… es dvertido, ¿no crees? Tenemos estas deliciosas papas y unas hermosas plantas. Creo que solo debemos disfrutarlo, ¿no te parece?

   —Sí, estoy de acuerdo.

   Mauri regresó a su comida y carraspeó.

   —Además… sinceramente… yo también he extrañado a mi mejor amiga.

   Regina se mantuvo en su sitio, viendo el perfil sonrojado de Mauri que continuaba masticando. La chica se veía sumamente adorable cuando se apenaba. Regina sonrió y decidió continuar comiendo.

   —Tardaste meses en decir eso —lanzó después de varios segundos.

   —Sí, es que… no decidía si de verdad te había extrañado.

   —¿Y qué te convenció? —Entonces Regina miró los ojos de la pelirroja, que fingió que pensaba mucho su respuesta.

   —Esto definitivamente sumó muchos puntos —dijo Mauri señalando su plato de comida medio vacío.

   —¿Sí? —La castaña caminó hacia la nevera y sacó un recipiente—. ¿Y esto a cuántos puntos equivale? —Había revelado el postre: el famoso pay de limón.

   La expresión de Mauri valió todo el trabajo puesto en preparar aquello.

   —Eres la mujer perfecta, te lo juro.



Regina vertió el agua caliente en dos tazas, mientras Mauri terminaba su llamada con Paulina. La enorme ventana frente a ella mostraba ya los últimos rayos del sol, ¿en qué momento pasaron tantas horas? Sacó el café, el azúcar, y terminó de preparar las bebidas. Regresó a la sala y esperó paciente hasta que Mauri cortó la llamada.

   —¿Todo bien? —quiso saber.

   —Sí. Manuel sigue fortaleciéndose. Me pidió ir por Joshy mañana al hospital. Podrá ver a su papá unos minutos.

   —¿Hoy te quedarás con Manuel?

   —No. Dice Paulina que ella se encargará —terminó la chica encogiéndose de hombros—. ¿Cuál es el mío?

   —El negro.

   —¿Sigues tomando tu café con tres litros de leche?

   —No critiques mi café.

   Mauri sonrió y dio un sorbo a su taza.

  —Muchas gracias por todo. Por este café, la comida y las plantas. Son hermosas. ¿Segura que no quieres que te las pague?

   —Segura. Es mi ofrenda de paz por todos los empujones y por aquella bofetada en la oficina —dijo bajando la mirada. Le apenaba recordar aquel momento.

   —Entonces estamos a mano.

   Levantó la vista cuando sintió a Mauri acercarse más a ella. La pelirroja tenía clavados los ojos en los suyos y parecía que quería decir algo importante.

   —¿Qué?

   —Solo… no quisiera arruinar esto…

  —¿Por qué lo arruinarías? —susurró Regina acercando su rostro al de la pelirroja.

   —Estuve pensando en lo que te dije en la azotea. Sobre tu matrimonio…

   —Ah. —La castaña dejó su taza en la mesita frente a ella y respiró hondo lista para lo que sea que Mauri quisiera decirle.

   —Creo que me excedí. Tu boda no es asunto mío. Perdón.

   Regina asintió esperando que la chica continuara, pero Mauri no dijo nada más.

   —¿Ya? ¿Es todo?

   —Sí, ¿por?

   —Creí que empezarías con una exposición de los mil motivos por los que mi boda es una tontería —dijo sonriendo.

   —En primer lugar, esa exposición sería de dos mil motivos y en segundo lugar ya te dije: no es mi asunto.

   —Pues… gracias. —Regina se quedó observando los ojos de Mauri un momento pero no pudo quedarse callada—. De acuerdo, quiero escuchar lo que realmente piensas.

   —No sigamos con esto —dijo la chica poniéndose de pie y caminando hacía la cocina de nuevo.

   —¿Por qué no? —Regina la siguió.

   —Porque este día ha sido perfecto y no quiero pelear contigo de nuevo.

  —Eso significa que lo que quieres decirme es algo negativo —comentó ella sonriendo—. Seguro lo mismo que me gritaste en la azotea.

   Mauri miró al suelo antes de atreverse a hablar.

   —Creo que… bueno… no te imagino casada con Carlos. Es decir… te puedo imaginar, pero… creo que no serías realmente tú.

   —¿Crees que es un error?

   Mauri asintió.

   —Lo siento.

   —Está bien —dijo ella algo nerviosa desviando la mirada hacia la ventana con vista a la ciudad. Las luces ya estaban encendidas, haciendo que las calles parecieran infinitas.

   —Yiyí… —Mauri se había parado a un paso de ella—. No tienes porqué hacerme caso. Seguro estoy equivocada.

   —Gracias por preocuparte, Tini. —Sin pensarlo, Regina llevó una mano hacia el rostro de Mauri, acariciando su mejilla—. Adoro tu departamento.

   —Ven cuando quieras —respondió Mauri tomando la mano que tenía en su rostro.

   —Lo haré.



Mauri
Solo media hora antes Regina se había marchado. Se habían quedado hasta tarde hablando de mil cosas y luego bajaron al estacionamiento, donde habían permanecido una hora más platicando junto al auto de la castaña.

   Fue por ese motivo que Mauri no había visto su celular hasta que se metió a la cama después de la ducha. Tenía cinco llamadas perdidas de Jessica. Presionó el botón para devolver la llamada. Su novia respondió al quinto timbre.

   —Hola. —Escuchó en la línea.

  —Hola, perdón, no vi tus llamadas. ¿Cómo estás? —preguntó mientras se acomodaba mejor en la cama.

   —Bien… ¿qué hacías? Hace dos horas que intento localizarte.

  —Estaba con mi sobrino, lo llevé al parque —improvisó sintiéndose terrible inmediatamente.

   —¿A esta hora?

   Mauri consultó su reloj, eran las 11 de la noche.

   —No, fue hace rato pero llegué a bañarme, cenar algo y olvidé el celular. ¿Cómo va todo por ahí?

   —Bien, todo tranquilo con mi familia. Mis padres lamentaron mucho no poder conocerte.

   —Sí, yo también lamento mucho eso. Podemos ir de visita luego… apenas las cosas mejoren en mi familia.

   —Me encantaría conocerlos.

   —Será pronto… tal vez en un par de semanas. —Mauri sintió una sacudida en su estómago cuando dijo eso.

   —¿Y pudiste dormir?

   —¿Qué?

   —Me dijiste que dormirías todo el día…

   —¡Ah, sí! Sí, pude… todo estuvo perfecto —dijo sonriendo al recordar su tarde.

  —Genial, mi amor. Entonces te veo en dos días. Llego muy temprano en la mañana. ¿Recuerdas que te invité a desayunar en mi departamento?

   —Claro. Te llamo mañana, ¿sí?

   Cuando se cortó la llamada, Mauri se quedó tumbada en su cama pensando en que no tenía motivos reales para mentirle a Jessica, ¿o sí? ¿Por qué sentía que lo suyo con Regina era una cuestión aparte? Mauri tenía la sensación de que la historia con la castaña se desarrollaba en un universo paralelo, como si existieran en otra dimensión, lejos de Jessica y de Carlos. ¿Aquello era correcto?

   Se sentó en su cama y miró de nuevo su celular. ¿Regina habría llegado bien a casa? Sin pensarlo demasiado, abrió su aplicación de mensajería y escribió.

   —«¿Ya estás en casa?».

   Enseguida vio que Regina escribía de vuelta.

   —«Sí, estoy regando mi jardín. He descuidado mucho mi acacia».

   Mauri buscó en internet una imagen de aquella planta. Sí, recordaba haber visto las flores amarillas en el jardín de su examiga. Respondió.

   —«Sus flores son muy bonitas. También tienes muchas rosas, ¿verdad? Tus favoritas».

   —«Sí. Amo las rosas. Creo que soy muy básica jaja».

   Mauri rió leyendo aquello.

   —«Yo diría que eres clásica».

  —«Ahora que lo pienso, creo que soy una romántica. Las rosas significan amor».

   —«¿Y las acacias?».

   —«Amor no correspondido».

   —«Jaja tu jardín es dramático. Por cierto, ¿qué harás mañana?».

   —«Iré a desayunar con mi madre. ¿Por qué? ¿Tienes una genial idea para saltarme ese desayuno?».

   —«Me temo que no». —Mauri pensó un momento—. «¿Quieres salir con Josh y conmigo mañana?».

   En cuanto mandó aquel mensaje sintió un cosquilleo recorriendo su cuerpo. ¿Y si Regina decía que no? ¿Y si decía que sí? Los segundos pasaban y la castaña no respondía. Dejó su celular sobre la cama y fue a la cocina por agua. ¿Era buena idea pasar sus ratos libres con Regina? ¿Por qué no lo sería? La castaña y ella habían llegado a un lugar desconocido en su extraña relación. Pero se sentía bien. Su amistad podría ser solo eso, una amistad. Volvió a su alcoba y vio una notificación. Regina había contestado.

   —«Me encantaría. ¿Dónde y a qué hora nos vemos?».

   Mauri sonrió.



Regina
Cuando se aseguró de haber regado todas sus plantas, cerró la llave. Se quedó ahí respirando el aroma de tierra mojada. La noche era perfecta, las estrellas y la luna adornaban el cielo. Sonrió pensando en que ese día había sido genial y cerraba de forma maravillosa.

   Al entrar a su casa lo primero que notó fue que la televisión estaba encendida. Carlos tenía los pies sobre la mesita de la sala, veía el fútbol y tomaba una cerveza.

   —Hola —dijo colgando su bolso en el perchero.

   —Hola —respondió Carlos bajando el volumen—. ¿Dónde estabas?

   —En casa de María —dijo sin pensar—. Ya sabes, noche de chicas. ¿Llegaste hace rato?

   —Como una hora. ¿Cenaste? Traje comida china.

   —Sí, ya cené. —Se sentó junto a su prometido.

   —Regina, ¿estamos bien? —preguntó Carlos con precaución.

  —Sí —dijo ella—. La verdad… ya no quiero pelear. Quiero pasar unos días tranquilos para empezar el año con energía.

   —Eso suena bien. —Su prometido le dio un beso—. Te invito a cenar mañana. ¿Qué te parece? Podemos tener una salida romántica. Dar un paseo por el centro, tomar algo rico —dijo Carlos con esperanza.

   —Es que… ya quedé con mi madre.

   —¿Mañana?

   —Sí. Iré desde temprano y estaré ahí con ella. Supongo que adelantaré algunas cosas de la boda. —¿De dónde sacó aquello?

   —Creí que querías descansar de los preparativos estos días.

   —Sí, yo también pero… los días son largos y puedo ver algunos pendientes… —Se levantó para huir de ahí—. Me daré una ducha.

   —Claro. —Carlos la observó—. ¿Ropa nueva? Te queda un poco grande ¿no?

   Entonces Regina se miró el cuerpo. Traía la ropa de Mauri. ¡Había olvidado la suya en la lavadora de la pelirroja!

   —¡Sí! Es que… es más cómoda así. ¿Vienes?

   —En un momento. Ya falta poco para que acabe el partido. —Su novio regresó su atención al televisor y Regina aprovechó para alejarse de ahí.

   Se metió al baño y se quitó la ropa con cuidado. Tendría que devolverle todo eso a Mauri. Sonrió al recordar que años atrás usar la ropa de la otra era algo muy común entre ellas.

   —Esa era una ventaja de ser su novia… —susurró, haciendo que ella misma se sorprendiera—. Su novia. —La castaña se miró en el espejo. Nunca antes había externado aquella palabra, pues de solo pensarla sentía pánico. Sin embargo, en aquel momento le parecía algo obvio, algo que siempre había estado ahí. Además, debía admitir que sonaba lindo. Pensar en su noviazgo con Mauri le provocó una extraña sensación de ternura—. Tini… ¿estarás ya dormida?


Regina tenía sentimientos encontrados cada vez que visitaba a su madre. Por un lado se sentía culpable por no verla tanto y por otro lado se sentía aliviada por no verla tanto. En aquel momento su culpabilidad se había transformado en ganas de terminar con ese desayuno lo más pronto posible.

   Y es que ya no sabía sobre qué temas hablar con su mamá, pues Olga era experta en encontrar siempre las cosas negativas y pasar horas criticando aquello. En ese momento Regina había cometido el error de hablarle del viaje que realizaría a Los Ángeles con su jefa.

   —Me parece una insensatez de tu parte salir de viaje con la boda encima —dijo su madre mirándola feo.

   —Ya prácticamente todo está listo. Margot se ha encargado de eso.

   —Pues creo que deberías ordenar tus prioridades. No debería haber nada más importante para ti que ese día. ¡Yo no puedo pensar en nada más! Me siento tan feliz. Verte caminar hacia el altar es el sueño de mi vida —terminó Olga suspirando—. ¡Te verás divina con tu vestido! Por cierto, ¿te ha llamado la modista?

   —Sí, antes de navidad. Dijo que los primeros días de enero me lo enviará.

   —¡Excelente! Ahora… deseo hablar contigo de algo muy importante para mí. —Regina sintió pánico. ¿Qué le diría su madre?—. Me gustaría que salieras de esta casa vestida de blanco.

   —¿Qué?

   —Sabes que nunca estuve de acuerdo con eso de que te mudaras a casa de Carlos sin haberte casado antes. —Olga apretó los labios—. Pero quisiera que pensaras en mí, en darme gusto en esto. Regresa a la casa, ven unos días antes de la boda y permite que tu padre y yo te veamos salir de aquí de blanco, como se debe.

   —Pero, mamá…

  —Yo sé que puede sonar absurdo pero es algo que necesito ver para estar tranquila. Yo sé que… bueno… sé que no llegarás pura al altar… sé que ustedes han pecado.

   La castaña suspiró.

   —¿Es necesario hablar de esto?

   —Perteneces a una familia con principios morales sólidos, Regina. Sé que la modernidad le resta importancia a estos asuntos, pero la virginidad es importante para Dios. La mujer debe ser inmaculada.

   Regina no sabía qué decir, ¿qué se respondía a algo así?

   —La virginidad tampoco es garantía de ser buena persona…

  —¡Pues yo llegué virgen al matrimonio y te aseguro que mi nombre está apuntado en el cielo!

   —¡Mamá! —Regina tomó de un sorbo todo su jugo.

   —Como ya no puedo remediar las cosas al menos me consuela saber que le entregaste tu virginidad al que será tu esposo.

   El calor cubrió la cara de Regina. Desvió la mirada para evitar los ojos de su mamá. Temía que Olga leyera la verdad en ellos.

   —Señora, ¿desea más café? —La muchacha del servicio había captado la atención de su madre, cosa que Regina agradeció. Sonrió pensando en la identidad de la primera persona en su cama. Miró su reloj. Faltaban seis horas para verla.