19 Yo quiero el aire que tiene tu alma


Mauri
Arrugó la frente cuando por un descuido se golpeó la herida. Detestaba haberse lesionado precisamente su mano derecha, que era la que más utilizaba. Incluso hacer las cosas más insignificantes como abrir una botella, eran una odisea al solo poder utilizar una mano.
    Había pasado esos días enfocada en el lanzamiento que se acercaba. Su equipo ya empezaba a sentirse más nervioso y eso hacía que ella empezara a dudar de todo lo que habían hecho durante los preparativos.
    Cada vez que Lorena mencionaba el lanzamiento, era como si sus tripas cayeran en picada. Y no es que ella fuera una chica nerviosa, pero había soñado con eso durante años y de repente la expectativa le hacía temblar las piernas.
    —Oye, jefa… —Pablo asomó la cabeza con cara de incomodidad—. Jessica pide hablar contigo de nuevo…
    —No estoy —dijo ella tajante.
    —Pero… ahm… —Su asistente entró despacio y cerró la puerta tras él—. Está aquí afuera…
    —No me interesa, Pablo. No quiero hablar con ella —susurró.
    —¿Y te ocultarás toda la vida?
    —Solo hasta que sepa qué decirle exactamente.
    —¿Pues en cuántos idiomas piensas decirle que su relación terminó?
    Mauri suspiró. Aún no sabía a qué le tenía tanto miedo. Antes había terminado muchas relaciones sin tener ningún problema por cómo decirlo. Pero Jessica… Todo había sido por su culpa y no sabía como hacer para no lastimar aún más a esa chica. Se miró la mano vendada. Eso era lo menos que se merecía.
    —Dile que iré a buscarla luego para hablar.
    —¿Y lo harás? Hace cuatro días que la evitas.
    —Solo dile que me espere a la hora de la salida. Dile que iré a buscarla.
   —De acuerdo… de todas maneras seguro la verás en un momento… Lorena pidió que todos estuviéramos en la sala de descanso para eso de la Rosca de Reyes.
    —Qué fastidio…
    —Escuché que trajeron muchas y que están deliciosas… —dijo Pablo con cara de niño hambriento.
    —Ve a entregar mi mensaje, ¿quieres? —Su celular empezó a sonar. Sonrió al ver el nombre y respondió.
    —¿Qué haces? —preguntó Regina al otro lado de la línea.
    —Justo ahora estaba regañando a Pablo. —La risa de la castaña la hizo ampliar su sonrisa.
   —No quisiera ser tu asistente, suenas como una de esas jefas horribles… ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu mano?
    —Es una mierda. Pero seguro sanará.
    —¿La estás lavando como dijo la doctora?
    —Sí, mamá.
   —Jum… estaba… estaba pensando en ir a la sala de descanso por un café… ¿Te veo ahí?
    —Claro… pero… Pablo dijo algo sobre unas Roscas…
   —¡Coño, es cierto! —Regina parecía molesta por ese detalle—. Todos estarán ahí.
   —Tal vez podríamos ir luego a cenar… si quieres… —dijo conteniendo la respiración.
    —Esa idea es mejor que la mía. Entonces… te veo en esa cosa de las Roscas y luego… ¿nos vamos juntas? No sé, a cualquier lugar a hacer tiempo hasta la cena.
    —Eso suena grandioso.
    La llamada se cortó. Mauri observó su celular por un par de segundos. ¿Qué estaba haciendo? Durante esos días Regina y ella se habían encontrado de manera furtiva en los pasillos o se habían mantenido en comunicación a través de mensajes. La chica estaba al pendiente de su recuperación y se portaba muy amable con ella, como si quisiera mantener la amistad que había resurgido entre ellas durante sus vacaciones.
    A Mauri esa cercanía le encantaba pero también una parte de ella estaba preocupada. En un rincón de su cerebro, una voz le gritaba que Regina estaba a unas cuantas semanas de casarse y que debía salir huyendo de ella para mantenerse con vida. Pero eso era algo que Mauritania no sabía cómo hacer.
    Unos minutos después se encontraba en la sala de descanso esperando que todos sus compañeros llegaran. Pablo estaba junto a ella, demasiado feliz como de costumbre. Regina estaba a unos cuantos metros de distancia. Mauri notaba su sonrisa discreta y sus hermosos ojos cada vez que sus miradas se cruzaban. Observó los jeans ajustados y la chamarra que Regina tenía ese día. Su cabello castaño suelto, esos mechones que caían con gracia sobre su frente, su piel suave y sus labios rosas, eran como un poema a la perfección.
    Desvió la mirada cuando notó que Jessica la estaba observando. No quería que la chica se acercara a ella. Ese no era el lugar para hablar.
    Aquella cosa empezó. Lorena les pidió que partieran las Roscas para cumplir con la tradición. Esperó su turno para cortar un pedazo y tomó un sorbo del café que Pablo le había entregado.
    —También prueba eso, está buenísimo aunque no tengo idea de lo que es —le dijo su asistente señalando un pan frente a ellos. Por la pinta, aquel panecito se le antojó mucho, así que probó un pedazo.
    —No está nada mal. —Estaba tan bueno que apenas terminó ese pedazo se acercó por uno más.
    De repente, sintió que el aire desapareció de aquella sala. Sujetó el brazo de Pablo y quiso decirle algo pero no pudo. Intentó respirar, cosa que le fue imposible. Se sujetó la garganta.

    —¿Qué sucede? —Pablo parecía confundido y ella empezó a sentirse aterrada. Abrió la boca pero el oxígeno ya no entraba. Se apoyó en la mesa y las fuerzas se le fueron. Había caído arrodillada y trataba por todos los medios de respirar. Quiso ordenar su mente pero la falta de oxígeno la estaba mareando. No podía levantarse, no podía correr para ir por lo que necesitaba. Se tumbó en el piso.
    —¡MAURI! —gritó una voz conocida. La cara de Regina apareció frente a ella—. ¡¿Qué tienes?! ¡Mauri! ¡Pablo, ¿qué le pasó?!
    —¡No sé! ¡Solo estábamos comiendo y…!
    —¡¿Qué es esto?! —Regina mordió un pedazo del pan que momentos antes ella había tenido en la mano. La castaña abrió mucho los ojos, aterrorizada—. ¡Su mochila! ¡Trae su mochila, ya!
    —¿Por qué…?
    —¡La mochila rápido! —exigió Regina desesperada—. Mírame, Tini… —Pero ella apenas podía enfocar. Todo empezaba a nublarse—. ¡Mírame! ¡No te duermas! ¡Mírame, Tini! —La mano de Regina sujetó la suya, haciendo que Mauri se esforzara por mantenerse despierta. Miró los ojos de Regina—. Tranquila, estoy aquí, no te duermas, pronto podrás respirar ¿de acuerdo? Solo mírame por favor… —La voz de la chica se quebró y las lágrimas empezaron a brotar en sus ojos. Mauri sabía exactamente lo que quería decirle a Regina. Si su garganta se lo hubiera permitido, esas dos palabras serían lo único que deseaba decir. Ya no podía más. Trató de respirar con todas las fuerzas que le quedaban pero fue imposible. La cara de Regina empezó a oscurecerse. Los párpados le pesaban… se le cerraron. Su cabeza se fue de lado. Sintió que alguien la sacudió con fuerza.
    Eso había acabado y lo que más lamentaba era no haber podido decirle a Regina… Un ardor intenso surgió en su pierna y subió rápidamente por su cuerpo. Algo la impulsó hacia arriba y una bocanada de aire entró a sus pulmones. Abrió los ojos de golpe, inhalando con fuerza. Su pecho subía y bajaba con rapidez. Sentía cómo el oxígeno volvía a llenarla de vida a bocanadas.
   —¿Estoy… en el cielo? —le preguntó a la hermosa chica que la miraba sonriendo.
   —Eso quisieras.
    Sonrió también sin dejar de ver a Regina, que tenía los ojos rojos e inundados de lágrimas. La chica le ayudó a sentarse. Entonces vio la jeringa vacía en su mano.
    —Que bueno que me leíste la mente —bromeó—. Justo lo que necesitaba.
    —La próxima vez recuerda revisar que lo que te comas no tenga nueces.
    —¿Por qué? —preguntó Pablo, que estaba pálido, arrodillado junto a Regina.
    —Porque es alérgica —le dijo la chica a su asistente—. Por lo menos siempre tiene una de estas inyecciones en su mochila. ¿Te sientes mejor?
    —Todo es mejor cuando puedes respirar… —Quiso levantarse pero Regina la detuvo.
    —Con calma, ¿sí?
    —Estoy bien… —Entonces miró a su alrededor. Todos sus compañeros tenían cara de espanto y nadie hablaba—. De verdad estoy bien.
    —Yo no sabía que eras alérgica a alguna cosa… —dijo Pablo apenado.
    —Creo que olvidé hablarte de eso.
   —Ni yo lo sabía… —Jessica también parecía asustada, pero había algo más. Estaba molesta—. Y eso que soy su novia.
    —Vamos… —Regina le ayudó a levantarse y Mauri notó que la chica estaba temblorosa.
    —Ya pasó —le susurró, acercando su cabeza a la suya. Regina apretó los labios y asintió.
    —Tal vez deberías descansar —le dijo Pablo parándose entre ellas y Jessica, tratando de ocultar la escena.
    —Ya recuperaste el color. —Regina le revisó el rostro—. ¿Quieres que le llame a Paulina? ¿A tu madre?
    —No, por favor —dijo con espanto—. A mi mamá no. Se volverá loca como aquella vez… —Mauri se detuvo al recordar que no estaban solas.
    —¿Por qué no vamos a la oficina? —propuso Pablo.
    —De acuerdo, vámonos —dijo Regina jalando su mano.


Regina
Sentía un nudo atorado en su garganta. Cuando entró a la oficina de Mauri, sus ojos seguían clavados en la pelirroja, intentando descifrar si de verdad se encontraba bien.
    —¿Necesitas algo? —le preguntó Pablo a su jefa—. ¿Un café? ¿Agua?
    —Estoy bien. Solo necesito descansar y seguir respirando.
    —Pablo, ¿podrías dejarnos a solas por favor? —dijo ella.
    El chico dudó un momento, pero luego Mauri le hizo una indicación con la cabeza.
    —Estaré cuidando la puerta —dijo al pasar a su lado.
    Algunos metros la separaban de Mauri y lo que Regina quería hacer con aquella chica era algo totalmente prohibido. Pero su cuerpo no le pidió permiso para continuar con aquello.
    Con decisión caminó hacia Mauri y se le echó al cuello.
    —¿Qué…?
    —Eres una tonta —dijo ella sollozando sin apartarse de la chica.
    —¿Por qué? —preguntó Mauri algo divertida—. Yiyí…
    —No —pidió ella cuando sintió que la pelirroja quiso romper el abrazo para mirarle la cara—. Déjame llorar aquí.
    Dejó salir todo el terror que había sentido minutos atrás. La idea de ver morir a Mauri, la impotencia de verla quedarse sin aire fue algo terrible que quería olvidar.
    —Estoy bien… estoy bien… —repetía la chica acariciando su espalda.
   —¿Por qué nunca revisas la comida? ¿Y porqué nunca tienes contigo la inyección? ¡¿En qué estabas pensando cuando probaste algo sin saber lo que era?! —dijo muy molesta.
    —Perdón. —Mauri estaba ruborizada—. No tienes porqué sentirte así…
    —¡¿Y cómo quieres que me sienta?! —Volvió a abrazar fuerte a Mauri—. No quiero… no puedo… —dijo casi sin aliento con más lágrimas cayendo por sus mejillas.

    —Yiyí… oye… todo está bien, ¿de acuerdo? Estoy aquí contigo…
    Regina asintió mientras seguía llorando.
    —Fue horrible.
    —Lo sé… de verdad creí que iba a…
    —¡Cállate! —dijo ella con rapidez—. No lo digas. Fue peor que aquella vez… —Ocultó su rostro contra el cuerpo de Mauri. Sintió el aroma de la chica. Rozó la piel de su cuello. Despacio se alejó un par de centímetros de su rostro. Los ojos de Mauri estaban fijos en los suyos.
    —Me has salvado la vida varias veces ya… —susurró la pelirroja.
    —Deberías pagarme por ello —dijo tratando de controlar el cosquilleo en su cuerpo.
    —¿Basta con invitarte a cenar?
    Ella negó con la cabeza. Su cuerpo tembló cuando Mauri deslizó la mano por su espalda, sujetando con suavidad su cintura—. Ya… —dijo la chica limpiando los últimos rastros de lágrimas de sus mejillas—. Todo pasó. Hay que olvidarnos de esto.
    —Solo promete que no comerás nada nuevo sin antes preguntar lo que es.
    —Te lo prometo.
    Escuchó la puerta abrirse pero no volteó.
    —Oigan, Lorena vino a ver a Mauri.
    —Claro, adelante.
    Se apartó un par de pasos de la pelirroja y se limpió las lágrimas con rapidez. Su jefa hizo acto de presencia.
    —¡¿Pero qué pasó ahí?! ¡Mauri! —La mujer aún tenía cara de espanto—. ¡Dios mío! ¡Eso fue terrible!
    —Estoy bien.
    —Creo que iré a mi oficina a continuar mis pendientes…
    —No es necesario Regina…
    —Sí, lo es. Necesito distraerme. Mauri, ¿te veo después?
    —Es un hecho —respondió la pelirroja con una sonrisa.
    Confiando en que la chica ya se encontraba bien, Regina se dirigió a su oficina. Aunque se sentía bastante aturdida por lo ocurrido, quería dejar de pensar en eso. Sin embargo, sus dos amigas la esperaban en el pasillo.
    —¿Cómo está Mauri? —le preguntó María.
   —Mejor. Se quedó con Lorena —dijo ella abriendo la puerta. Con disgusto comprobó que las dos chicas la siguieron.
    —¿Cómo sabías eso? —interrogó Jessica.
    —¿Qué cosa? —preguntó ella como si nada.
    —Todo. Sobre su alergia y sobre dónde tenía sus inyecciones.
   —No sé… creo que lo comentó alguna vez… —dijo revolviendo cosas en su escritorio.
    —¿Lo comentó? ¡Ni Pablo ni yo lo sabíamos!
    —Jessica, no sé por qué no se los había dicho…
    —¿Y por qué la llamaste Tini?
    —¿Qué?
    —Cuando estaba en el suelo… la llamaste Tini.
    —Ah… sí… —Se rascó la cabeza—. Así le dicen en su familia.
    —¿Conoces hasta a su madre?
    —Sí… María, ¿trajiste el informe que te pedí en la mañana?
    —Te lo envié al correo, si quieres te lo imprimo —dijo su amiga con practicidad rodeando el escritorio para usar su computadora.
    —¿Por qué nunca habías mencionado nada de esto?
    —Jessi, tengo muchos amigos de los cuales no te platico, no tiene importancia.
    —Pero Mauri es la hermana de tu amiga. ¡Conoces a su familia! ¡Es mi novia! ¡Algo debías decir! No sé, algo como «oye Jessi, ¿qué crees que me dijo Paulina sobre Mauri? Que cuando era pequeña…»
    —Pues perdón, ¿sí? Cuando estoy con ustedes hablamos de otra cosa. ¿Ese es el informe? —le preguntó a María que le entregó una hoja recién impresa.
    —Sí, de las proyecciones… Jess, deja en paz a Regina. Si tienes problemas con Mauri ve a hablar con ella.
    Jessica le sacó la lengua a María y salió de la oficina azotando la puerta.
    —Está muy enojada…
    —Insoportable, querrás decir —susurró María—. ¿Y tú ya estás mejor?
    —¿Qué?
    —Vamos, Regi, te pusiste como loca. O sea obvio, fue horrible todo eso pero… ¿hay… algo que quieras contarme?
    —¿Otra vez con eso? No. No tengo nada que contar —dijo ella regresando su mirada a la hoja entre sus manos. María se la arrebató.
    —¿Segura? Porque… ahm… si no te conociera… tal vez…
    —¿Tal vez, qué?
    —Es como si Mauri y tú tuvieran algo.
    —Pff… ¿algo sobre qué? —El corazón le latía muy fuerte.
    —No sé. Algo. Se tratan con tanta indiferencia y luego con tanta confianza que uno ya ni sabe qué pensar. A veces parece que se odian y luego parece que te morirías junto con ella. ¿Qué sucede? —María terminó sus preguntas bajando más la voz.
    Regina dudó. Quería acabar con esa conversación. Quería sacar a Maria de su oficina. Pero la confusión, la emoción de lo que acababa de ocurrir y el peso de su secreto la hicieron plantearse una posibilidad loca y estúpida.
    —Sé quién es Yiyí —soltó de golpe.
    María se tapó la boca.
    —¿Desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no habías dicho nada?
    Regina quiso rectificar, buscar una forma de acabar eso con una mentira. Pero necesitaba decirlo, necesitaba que alguien le ayudara a descifrar qué demonios le estaba pasando.
    —Lo sé… desde siempre. Y si no dije nada fue porque… —Cerró los ojos con fuerza—. Carajo María, yo soy Yiyí.
    —¿Qué? —Su amiga parecía muy confundida—. Eso es imposible…

    —No… es verdad, yo soy Yiyí…
    —Pero… Yiyí es el nombre de la tipa que enloqueció a Mauri…
    —No es un nombre, es un apodo. «Reyina»… Yiyí… ella me llamaba así… Aún lo hace cuando estamos a solas. Y ella es Tini. Así es como le llamo…
    —Entonces… —María miró a la pared como si fuera infinita—. ¿Mauri estuvo enamorada de ti?
    —Sí —dijo con la voz ahogada—. Nos conocimos a los doce años. Fuimos mejores amigas hasta que… bueno… luego nos alejamos. En realidad a Paulina y a sus padres los conozco por Mauri, porque fue mi mejor amiga.
    —¡¿Por qué nunca me dijiste nada?!
    —María, no sé lo que estoy haciendo… —Su voz temblaba—. Me alejé de ella para no lastimarla pero… hemos estado viéndonos desde hace días.
    —Entonces es cierto, Mauri sí salió con Yiyí cuando Jessi no estuvo.
    —Sí, nos vimos. Primero fue por apoyar a Paulina en el hospital y luego… nos acercamos de nuevo…
    —Pero solo se trata de eso, ¿verdad? ¿Solo son amigas?
    —¡Claro que sí! —dijo ella escandalizada.
    María la observó durante varios segundos.
    —¿Segura? Porque si fuera de otra manera yo no tendría problema, lo sabes, ¿verdad?
    —¿De otra manera?
    —Regina… —María sonrió con timidez—. ¿También te enamoraste de ella?
    —¿¡Cómo se te ocurre eso, estás loca?! —El calor subía por su cuerpo. Los ojos de María seguían fijos en ella, haciendo que Regina se sintiera examinada y juzgada—. ¡Jamás pasaría algo así, María! ¡Yo nunca sentiría algo así por una chica!
    —Solo fue una pregunta —dijo su amiga con despreocupación—. Y no tendría nada de malo…
    —¡Por supuesto que sí! ¡Yo nunca…! ¡Mi familia…! —Apartó la mirada—. No debí contarte… —De repente se sintió terrible por haber abierto la boca.
    —Regina… —María la llamó. A regañadientes, Regina regresó su atención a su amiga—. En serio… no tendría nada de malo.
    El pánico llegó cuando una visión de ella junto a Mauri pasó por su mente. Era ilógico y estúpido plantear un escenario así aunque fuera hipotético, aunque fuera producto de un mal chiste.
    Semanas atrás su pasado permanecía bajo llave y de repente todo se había vuelto de cabeza: pasaba todo su tiempo libre con Mauri, le había gritado a Jessica y le había revelado a María quien era Yiyí.
    Regina se dio cuenta que estaba caminando en arenas movedizas. No podía continuar con eso. Había cometido un terrible error y debía solucionarlo esa misma noche.