25 Aún se siente el calor


Mauri
Había bajado de la habitación apenas terminó de alistarse dejando a Regina sola arriba. Durante el camino intentó hacer que Regina hablara, pero la chica solo la miraba ceñuda, ignorando sus preguntas. Podía entender que Regina se hubiera acostumbrado a estar con ella, a salir, a charlar, pero Mauri sabía que quedarse sería un suplicio. Saber que Regina era la esposa de otro, que dormía abrazada de otro… verla haciendo un hogar con alguien más… eso la mataría. Si se quedaba moriría de tristeza. No podía quedarse a menos que no sintiera nada por esa hermosa chica castaña, pero estaba perdida. La amaba. Y no sabía cómo hacer para dejar atrás todo eso que sentía.
    Bebió el último sorbo de su gin tonic. Era tan patética, tan ridícula. Cerró los ojos tratando de encontrar fuerzas para soportar esas semanas que faltaban para su partida. Pidió otro trago y dio un par de sorbos más antes de descubrir al amigo de Lorena entrando a la estancia.
    —Ahí estás —dijo Andrés dándole un beso en la mejilla—. ¿Llego tarde? —preguntó el sujeto mirando su Rolex.
    —Justo a tiempo. ¿Quieres algo de tomar? —preguntó señalando a la persona que esperaba su orden.
    —Uno como el de ella —le dijo el hombre al barman—. ¿Y Regina?
    —Ya viene.
    —Excelente… —Andrés clavó sus ojos azules en ella y sonrió—. Es muy guapa, ¿no te parece?
    —Uhm… sí, lo es.
    —¿Tiene novio?
    —Está a unos días de casarse.
    —¡¿En serio?! ¡Qué lástima! Aunque… —El hombre aceptó su bebida y bebió un trago—. No soy celoso —terminó guiñando un ojo hacia ella.
    —¿No crees que es muy pequeña para ti? —dijo en un tono juguetón, pero le parecía que esa conversación era de muy mal gusto.
    —¿Qué son veinte años de diferencia en estos tiempos? Además… —Andrés sonrió mirando hacia la entrada—. ¿Cómo no coquetear con esa belleza?
    Regina caminaba hacia ellos luciendo un hermoso vestido. Tenía el cabello suelto, con unas preciosas ondas castañas cayendo sobre sus hombros.
    —Disculpen la tardanza —dijo la recién llegada evitando mirarla a los ojos.
    —Te esperaría toda la vida, hermosa —comentó Andrés saludando de beso a Regina.
    Los tres caminaron hacia una mesa del restaurante, donde Mauri eligió el asiento frente a la castaña. Aunque intentara fingir que no le interesaba, la verdad era que no quería desaprovechar esa oportunidad. Tal vez sería una de las últimas ocasiones en su vida en que podría estar frente a su examiga. Enseguida les tomaron la orden y la pelirroja intentó captar la mirada de la castaña, pero Regina seguía sin mirarla.
    —Pienso visitarlas muy pronto —dijo entonces Andrés—. Hace un momento me confirmaron que acompañaré a los ejecutivos de la cadena a firmar el trato con Lorena.
    —Eso es fantástico —comentó ella sin sentirlo en realidad.
    —Y ya que estaré ahí, estaba pensando en que podrían enseñarme su ciudad —terminó el hombre posando su atención sobre Regina—. Seguro ha cambiado mucho desde la última vez que estuve ahí.
    —Claro… con gusto —dijo la castaña.
  —Por cierto querida mía, eres encantadoramente hermosa —dijo Andrés levantando su copa hacia Regina—. Eso mismo le comentaba a Mauri cuando llegaste, que eres la chica más guapa que he visto en mi vida, sin ofender, colega. —Se apresuró a decirle Andrés lanzándole una mirada fugaz a ella.
    —Muchas gracias —dijo la castaña con las mejillas rojas—. Aunque creo que Mauri es mucho más hermosa que yo.
    Aquellas palabras de Regina la tomaron por sorpresa, notando que por fin la chica le sostenía la mirada, que parecía algo enrojecida por el llanto. Su corazón saltó un poco al recordar que Regina le había gritado que la quería… pero luego se deprimió al pensar que sí, la quería, pero como se quiere a una amiga.
    —Mauri es bellísima, pero creo que estoy muy lejos de parecerle atractivo. ¿Cómo te va en las cosas del corazón, amiga? —Andrés la miró fijamente, haciendo que ella recobrara el hilo de la conversación. Así que dijo:
    —Excelente. Estoy soltera.
    —¿En serio? Es una tremenda lástima que te vayas mañana, estoy casi seguro de que mi sobrina y tú serían una grandiosa pareja.
    —¿Tu sobrina?
    —¡Sí! Odette es una chica guapísima, divertida, muy lista. —Andrés sacó su celular y prosiguió—. Te enviaré su número. No sé, tal vez puedas echarle una llamada, tengo un buen presentimiento sobre ustedes.
    Su teléfono sonó en su bolsillo, indicando que tenía una notificación.
    —Gracias… creo que pronto tendré unos días libres, la llamaré. —Frente a ella, Regina la miró con hostilidad y se cruzó de brazos.
   —O tal vez deberías esperar un poco —intervino la castaña—. Acabas de terminar una relación.
    —¡Un clavo saca a otro clavo! —dijo victorioso Andrés—. La vida es corta, Mauri. Por ejemplo, lo que hago después de cada ruptura es que me permito estar triste tres días. Al cuarto, ¡salgo a buscar otro amor!
    —Ese es un excelente consejo —reconoció Mauri haciendo chocar su vaso con el de Andrés.
    La comida llegó y la conversación derivó en cosas aún más triviales. Mauri quería patear a Andrés bajo la mesa cada vez que tiraba un piropo hacia la castaña, pero decidió que no tenía una verdadera razón para enfadarse. Además, el hombre no decía mentiras al alabar la belleza de su examiga. Es más, Mauri también tenía muchos piropos para Regina, solo que por todo lo que habían pasado, era lógico que jamás podría decirle algo sobre su hermosura. Se quedó ahí lanzando miradas furtivas a la castaña, intentando guardar en su mente cada detalle de la mujer frente a ella. Muy pronto Regina se casaría y luego ella desaparecería de su vida. Sintió un fuerte apretón en su estómago y bebió todo el contenido de su vaso para aliviarlo.
    Aquella decisión era la correcta. Todo estaría mejor cuando ella se marchara. Podría continuar su vida sin tener que ver a la castaña todos los días. Su familia estaría bien. Café Latino estaba en un puerto seguro. Era momento de retomar su vida, de liberarse de Regina para siempre.

Regina
No entendía el afán de Andrés por acompañarlas hasta el tercer piso. Aunque sabía que ese sujeto había sido el enlace para realizar las negociaciones, Regina estaba a punto de decirle una grosería. Era muy molesta la forma en que el hombre se la había pasado intentando llamar su atención, ¿en serio la creía tan tonta?
    —Entonces, ¿qué dicen? ¿Salimos a divertirnos esta noche? Mauri… tú tienes cara de que mueres de sueño. —Se apresuró a decir Andrés. Haciendo un guiño nada discreto hacia la pelirroja—. ¿Qué te parece salir a bailar, Regina?
    A la castaña la tomó desprevenida aquello.
    —Creo que por esta ocasión te dejaremos mal —intervino Mauri sacándola del apuro—. Hemos quedado con unas antiguas compañeras de la universidad. Tenemos que darnos prisa, Regina —dijo la pelirroja usando su tarjeta para abrir la puerta.
    —¿Comparten cuarto? —preguntó Andrés dando un paso hacia adelante. A Regina le dio pánico aquello, ¿y si ese sujeto entraba?
    —Sí, verás… tenemos un secreto… —Mauri le tomó la mano y la jaló hacia la habitación—. Regina no puede vivir sin mí. —Fue el turno de la pelirroja de hacerle un guiño a Andrés, que parecía muy asombrado.
    —¡Oh! Lo siento, creí que… vas a casarte, ¿no? —le preguntó el hombre algo confundido.
    —Sí, pero ¿quién podría resistirse a Mauri? —siguió ella.
   —Esperamos volver a verte muy pronto. —Mauri le estrechó la mano al hombre.
    —Claro, chicas… eh… nos vemos.
    —Adiós, buenas noches —terminó ella cerrando la habitación.
    Se alejaron rápido de la puerta y soltaron una carcajada.
    —¡Ese tipo! —dijo Mauri negando con asco.
    —¡Qué incómodo fue todo eso! ¿Por qué aceptamos su invitación?
   —Por idiotas. Si no fuera amigo de Lorena le hubiera arrojado una silla a la cara.
    —Y yo la mesa —dijo ella intentando llegar al cierre trasero de su vestido—. Debe sentirse muy confundido por lo que le dijimos. —Soltó una carcajada—. Carajo, no sé cómo lo subí hace rato —se quejó dando brinquitos para llegar al cierre.
    —Eh… ¿te ayudo? —Escuchó la voz suave de Mauri que la observaba desde su cama.
   —Sí, por favor —dijo dándose la vuelta. Sintió la cercanía de la pelirroja e intentó controlar sus repentinos nervios.
    —Creo que esperaba poder meterse a la habitación contigo… —susurró Mauri. El sonido de un cierre le indicó que el trabajo ya estaba hecho.
    —Antes muerta. —Giró para quedar frente a la pelirroja. Cruzó los brazos sobre su pecho para evitar que el vestido cayera al suelo.
   —Lamento si hace rato fui brusca… —Mauri tenía los ojos clavados en los suyos, haciendo que Regina tuviera la oportunidad perfecta para mirarlos de cerca.
    —Está bien. Yo no debí meterme en tus cosas… —¿Por qué sentía un fuerte cosquilleo en su estómago?
    —No me molesta que lo hagas… —La pelirroja negó con la cabeza—. Pero no debí decirte todo eso sobre tu boda. Perdón…
    Aquello hizo que Regina sonriera.
   —De verdad eres maravillosa… —dijo bajito—. Te herí muchas veces y tú sigues siendo gentil.
    —Los modales nunca pasan de moda —bromeó Mauri con las mejillas rojas.
    —Creo que debo… quitarme esto.
   —Claro… puedo salir un momento para que tengas espacio, el baño es muy pequeño —dijo Mauri intentando esquivarla.
   —¡Espera! —Sujetó a Mauri descuidando su vestido, que se deslizó por su cuerpo, dejándola en ropa interior.
    En una fracción de segundos, Mauri se había dado la vuelta.
    —Te juro que no vi nada —dijo la pelirroja riendo. Regina corrió hasta el baño totalmente avergonzada y también empezó a reír.
    —¡Necesitaré mi maleta!
   —Estaré en el pasillo, puedes salir del baño. —Se escuchó la puerta cerrándose.
    —Tini, siempre eres tan linda —susurró la castaña, levantando la mirada hacia el espejo. La chica del reflejo parecía muy feliz. Y sí, Regina sintió que en ese preciso momento definitivamente lo era.

Mauri
Estaba de pie en el pasillo intentando apartar de su mente el cuerpo semidesnudo de Regina. ¿Aquello era su regalo de despedida? Sacudió la cabeza tratando de mantener la cordura. Regina era una chica comprometida que no sentía nada romántico por ella. No debía permitir que la imagen de esa diosa en ropa interior la perturbara.
    La puerta se abrió. La castaña estaba totalmente vestida, pero no era lo que Mauri esperaba. La chica llevaba jeans y un suéter rojo.
    —¿Vas a algún sitio?
    —Vamos —dijo la castaña sonriendo.
    —¿Vamos? ¿A dónde?
    —Pues… anoche llegaste muy feliz, ¿fuiste a un bar?
   —Sí —dijo rascándose la cabeza—. Ni siquiera recuerdo cómo llegué hasta aquí.
    —Yo te lo diré. Llegaste con una chica.
    —¡No inventes! ¿En serio?
   —¿No lo recuerdas? —Mauri negó con la cabeza—. Llegaste con una rubia, bastante grosera debo decir.
    —¿Y qué pasó?
    —La corrí, obvio. ¿Irás con eso? —preguntó Regina tomando su cartera.
   —Sí, me siento cómoda —dijo mirando sus propios jeans—. ¿Seguro que quieres salir?
    —Sí. Quiero disfrutar de la última noche. No solo tú puedes divertirte en Los Ángeles.
    —De acuerdo.
    Salieron del hotel y caminaron disfrutando del aire frío en sus mejillas. Las calles anchas, las luces y las personas caminando a su alrededor le daban una extraña sensación de paz. Decidió que al menos por esa noche quería olvidarse de todo lo que les esperaba a su regreso.
    —¿Aquí? —preguntó Regina viendo el enorme arcoíris en la entrada del bar.
   —No es discreto, lo sé. ¿Quieres que busquemos otro sitio? —preguntó nerviosa. No estaba segura de que Regina quisiera entrar a un bar LGBT.
    —No hay problema —dijo la chica encogiendo sus hombros.
    La música sonaba fuerte, haciendo que su pecho golpeara al ritmo de la canción. Aunque apenas eran las nueve de la noche, el lugar parecía lleno.
    —Iré por los tragos, intenta encontrar un lugar —le dijo a la castaña.
    Fue hacia la barra y levantó la mano para llamar la atención de la chica que servía.
    —Qué gusto verte de nuevo. —Se escuchó una voz a su derecha. Una hermosa rubia la miraba con una sonrisa.
    —Eh… hola —dijo sin saber quién era.
    —¿Viniste a buscarme?
    —¿Disculpa? —Acercó su oído a la chica, pues la música era fuerte.
    —Anoche estuviste aquí.
    —Sí, vine un rato.
   —Yo estuve contigo platicando… —Mauri observó bien a la mujer pero no la recordaba—. Nos besamos… —Abrió mucho los ojos—. Me llevaste a tu hotel y tu novia me echó a gritos.
    —¡¿Mi novia?!
    —Sí, esa chica —dijo la rubia señalando a Regina que estaba un poco más allá hablando con un par de mujeres.
    —Ah, sí. Mi novia —dijo con un cosquilleo en su estómago.
    —No sé si eres una sinvergüenza o solo estabas muy ebria.
    —Creo que lo segundo —dijo con una sonrisa—. Soy Mauri. —Extendió la mano para que la otra se la estrechara.
    —Andrea, gusto en conocerte de nuevo. No eres de aquí, ¿verdad?
    —No, vine por negocios.
    —Claro.
    Entonces la chica de la barra por fin le hizo caso y Mauri pidió sus bebidas.
    —Disculpa por lo de anoche —comentó regresando su atención a Andrea.
   —No te preocupes, será una anécdota divertida. Y… tu novia es de temer. Aunque… muy bella.
    —Sí… —dijo viendo a Regina, totalmente resignada a sus sentimientos—. Ella es perfecta.

Regina
Miró hacia la barra buscando a Mauri. La encontró hablando con una chica.
    —Es la pelirroja de chamarra gris —les dijo a las dos mujeres en la mesa.
    —¡Oh, que linda! —comentó una de ellas.
    —¿La ves desde aquí? —interrogó la otra.
    —Me refería a la chamarra. Desde aquí no puedo verle la cara a nadie.
    —No hay problema chica, pueden sentarse con nosotras, soy Lara.
    —Y yo Isabel.
    Regina les estrechó las manos a ambas.
    —Muchas gracias, son muy amables. Yo me llamo Regina —dijo sentándose en una de las dos sillas libres—. ¿Viven aquí?
    —Claro que no, estamos en nuestro viaje de luna de miel —dijo orgullosa Lara.
    —¿Luna de miel? ¡Felicidades!
    —¿Y ustedes? ¿Son de L.A.?
    —No, tampoco. Vinimos por un asunto de nuestro trabajo.
    —¿En serio? Creí que era tu pareja.
   —¡No, no! Somos… —Miró a Mauri que caminaba hacia ella—. Trabajamos juntas.
    —Hola. —Saludó la pelirroja dejando las bebidas en la mesa—. Soy Mauri —dijo sonriendo.
    —Ellas son Lara e Isabel, nos invitaron a compartir la mesa.
    —Muchas gracias, ¿quieren algo de tomar? —preguntó Mauri lista para ir de nuevo a la barra.
    —No te preocupes, apenas empezamos con estas —dijo Lara señalando sus cervezas.
    —En cuanto las acabemos puedes invitarnos a un trago —comentó Isabel haciendo un guiño.
    —¿Este es el mío? —preguntó Regina reconociendo su bebida favorita.
    —Sí. No te pregunté lo que querías, así que te traje esa.
    —Es perfecta, gracias —dijo dando un sorbo mientras continuaba mirando a Mauri.
    —¿Y qué cuentan? —preguntó la pelirroja a sus nuevas amigas.
    —Le decíamos a Regina que estamos de luna de miel.
    —¡Fantástico!
    —¿Y tú tienes novia? —preguntó Isabel.
    —Pues ella —dijo Mauri señalándola, haciendo que Regina se atragantara. La pelirroja empezó a reír—. O al menos eso me dijo la rubia de la barra.
    —¿La rubia? —Entonces Regina miró de nuevo hacia la chica que vio hablando con Mauri y la reconoció—. Vaya. —Las otras dos en la mesa miraban también a la mujer—. Es que anoche se la espanté a Mauri, le dije… que yo era su novia —dijo con rapidez, ocultando luego su rostro al dar otro sorbo.
    —¡Clásico! —comentó Lara soltando una carcajada.
    —Y no, no tengo novia —dijo entonces Mauri.
    —¡Qué lástima que ya estoy casada! —dijo Isabel, aunque era notorio que solo estaba bromeando.
   —¿Cuánto tiempo llevan juntas? —preguntó Regina intrigada por esas dos mujeres.
    —Nos conocimos hace tres años y nos casamos la semana pasada. —Isabel miró a Lara como si fuera el tesoro más hermoso del mundo. Regina sintió mucha ternura—. ¡Amo esta canción! —«Qué precio tiene el cielo» empezó a sonar. Inmediatamente la mujer se puso de pie y jaló a Mauri a la pista. Regina comenzó a reír por la expresión de susto de la pelirroja, que no se esperaba ese movimiento.
    —¡Eso mi amor! —gritó Lara para darle ánimo a Isabel, que bailaba con entusiasmo—. De verdad le encanta esa canción… y todas las que se puedan bailar así —dijo haciendo una indicación con la cabeza—. Es una de las cosas que amo de ella.
    —Eso es lindo. —Observó a Mauri moviéndose al ritmo de la música. Sus caderas, su sonrisa… Regina también sonrió recordando aquellos días en que salían casi cada noche a bailar.
    —Tu amiga es muy guapa.
    —Sí… es hermosa… —dijo apartando la mirada al descubrir que llevaba mucho tiempo viendo a la pelirroja.
    —¿Y tú tienes novia? —preguntó de repente Lara.
    —No, no, no, yo no soy… —Se detuvo a tiempo al ver la expresión de la chica frente a ella—. Tengo novio. De hecho, el próximo sábado es mi boda.
    —¡¿En serio?! Wow… —Lara dio un gran sorbo a su cerveza—. ¿Y cómo te sientes por eso? ¿Nerviosa?
    Regina pensó un momento antes de responder.
    —La verdad… no estoy segura —dijo soltando una carcajada—. Fueron meses de locura planeando todo y luego pasaron cosas en mi trabajo, este viaje… Creo que el pánico me llegará en cuanto regrese a casa.
    —¿Pánico? —Lara levantó la ceja.
    —Sí, ya sabes. Porque todo salga bien, que acabe pronto.
    —Te entiendo… tal vez en mi caso no fue pánico, fue… —Lara miró de nuevo hacia la pista, como si buscara inspiración viendo a su esposa—. Ella es lo más bonito que me ha pasado en la vida, creo que solo estaba impaciente porque llegara el día de nuestra boda.
    —Qué lindo.
    Regina regresó su atención hacia Mauri. Después del lanzamiento la pelirroja se marcharía. ¿En verdad jamás volvería a verla? Pensó en aquel distanciamiento absoluto que Mauri y ella tuvieron por años antes de ser compañeras de trabajo. Si la pelirroja había cumplido su palabra de no buscarla, Regina estaba segura que en aquella ocasión Mauri haría lo mismo. Desaparecería. El dolor en su pecho llegó tan rápido y tan fuerte que no pudo evitar soltar un gemido. Se llevó la mano a su corazón intentando calmar esa sensación.
    —¿Estás bien? —preguntó Lara, haciendo que Regina se sintiera ridícula por su comportamiento.
    —Sí, solo fue una punzada. —Entonces algo le llegó a la mente—. ¿Fue duro decírselo a tus padres?
    Lara meditó un poco su respuesta con una sonrisa amarga.
    —Lo más duro de mi vida. No hemos hablado en años.
    —¡¿Años?!
    La chica asintió.
  —Pero no me arrepiento, ¿sabes? Crecí sintiéndome culpable por mi sexualidad… —Lara empezó a reír—. Incluso en la universidad me planteé encontrar a un chico para casarme y cumplir con lo que esperaba mi familia.
    —¿En serio?
    —Sí, una pésima idea.
    —¿Y qué pasó? ¿Cómo decidiste decirle a tus padres?
    —Bueno… fue un proceso largo y emocionalmente complicado. Pero todo se aclaró para mí en una cena de Navidad. Ahí estaba toda mi familia, riendo, contando estupideces. No sé… fue como si mi vida pasara frente a mis ojos. Me vi haciéndome mayor, tal vez casada con un hombre, o tal vez no. Pero me vi triste. Eligiendo hacerlos felices a ellos y no a mí. Fue escalofriante. —Lara suspiró antes de continuar—. No estaba dispuesta a sacrificar mi vida por nadie, ni por ellos. Yo ya era independiente y me considero una buena persona, no veía ningún sentido a vivir sola. También merecía lo que todos quieren: amor.
    —¿Y se los dijiste ahí? ¿Esa noche?
    —No. Primero se lo dije a mis amigos. Uno a uno.
    —¿Y qué pasó?
   —Magia —dijo la chica—. Esperaba rechazo o sermones, pero lo que recibí fue… indiferencia.
    —¿Indiferencia?
    —O sea no indiferencia mala. Ellos me dijeron que eso no les importaba, que me querían igual y luego seguimos como si nada. Y me di cuenta de que le había dado mucho peso a su reacción. A veces eso pasa, ¿no crees? Pensamos que las personas están al pendiente de nosotros, como si su vida girara en torno a la nuestra. Y no. Cada quien tiene sus asuntos, lo que hagas con tu vida les vale un cacahuate.
    —Pero las críticas… la gente dice cosas.
    —Sí pero son momentáneas. Tienen que ocuparse de sus propios problemas. Tal vez se tomen dos minutos para decir alguna tontería sobre ti, pero luego regresan a sus asuntos. A los problemas con sus hijos, deudas, los cuernos que les pinta el marido, ya sabes. Cada quien pelea sus batallas.
    —¿Y tu familia?
    —Tenemos buena relación. Los que cortaron lazos fueron mis padres, pero mis hermanos me invitan a un café cada que nuestros trabajos lo permiten. —Lara se encogió de hombros—. Supongo que algún día lo entenderán. Y si no, pues… —La chica le enseñó su anillo de bodas—. No me arrepiento de mis elecciones.
    —Eres valiente —dijo Regina con la mirada fija en el anillo, recordando el que seis años atrás había encontrado en el cajón de Mauri.
    —Todos lo somos —comentó la chica con la voz suave—. A nuestro tiempo.
    Regresó su atención a Mauri, que reía mientras Isabel la hacía dar vueltas. Cuando había terminado su relación, Regina se había pasado las siguientes semanas llorando, incapaz de levantarse de la cama. En ese entonces creyó que se moriría, pero no podía llamarle, no podía volver. Sabía que le había roto el corazón a Mauri y se había odiado mucho tiempo por eso, por esperar demasiado para terminar aquello, por dejar que su corazón fuera ocupado por la pelirroja. Había necesitado años para lograr olvidarla y luego… el día en que descubrió a Mauri en Café Latino sintió de nuevo que moriría. Estuvo tentada a renunciar, pero algo se lo había impedido.
    —¡Vengan! —Isabel había regresado y antes de que la castaña pudiera hacer algo, ya estaba en la pista bailando salsa con Lara. Sus pensamientos fueron sustituidos por las risas y las vueltas.
    Se dejó llevar por lo que sucedía, mientras de reojo veía a Mauri haciendo un paso extraño que Isabel le mostraba. Entonces la música cambió y Lara le hizo dar una vuelta que la arrojó hasta los brazos de Mauri. Isabel y Lara se tomaron de las manos, moviéndose al ritmo de la balada que empezó.

    
«Tu y yo suena algo estúpido, yo loca de atar, tú un poco patán… dime que no.
    Vez tras vez ganaba la inmadurez, no sé si fue amor o algo peor lo que nos sentenció a caer…»


    Los ojos de Mauri le quitaron las fuerzas con esa mirada tan profunda, como si pudiera ver todos los secretos que llevaba en el corazón. Despacio, la chica le tomó una mano y la sujetó por la cintura, acercando su cuerpo al suyo.

    
«Que mi recuerdo te acosa en las noches, que una ducha no enfría tu piel, que por más que lo niegues yo he sido tu mejor error…»


    Dejó que la chica la abrazara y la hiciera girar al ritmo de la canción. Sus pies se movían solos, ella era una marioneta en las manos de Mauritania. Los versos de esa canción le taladraban el cerebro y, aunque intentó mirar hacia otro lado, no pudo apartar la vista. Quería decir algo, quería cantar eso que escuchaba, quería gritarlo.

    
«… Ya lo sé, es algo patético, que estando feliz, amada y feliz, aún me hagas sentir así…»


    Sujetó a Mauri con fuerza y, terminando la distancia que las separaba, pegó su frente a la de la chica y cerró los ojos. Había un tornado en su interior destruyendo todo a su paso. Un viento terrible que por fin se había desatado.

    
«Que tu recuerdo me acosa en las noches, que una ducha no enfría mi piel. Que por más que lo niego tú has sido mi mejor error. Que por más que no tenga sentido se siente el calor…»


    Sonrió con tristeza y miró la cara de Mauri, que en ese instante abrió también los ojos, robándole un suspiro a Regina. No podía permitir que esa chica se fuera, no podría sobrevivir sin verla todos los días.

      
«Tú y yo, tal vez no es ilógico… Que mi recuerdo te acosa en las noches, que una ducha no enfría tu piel, que por más que lo niegues yo he sido tu mejor error, que por más que no tenga sentido me das la razón… Que por más que no tenga sentido, aún se siente el calor… »


    Ahí, bailando lento, con esa chica pegada al cuerpo, con el cosquilleo recorriendo su piel, Regina tuvo que reconocer algo, una certeza que se había estrellado en su cara todo ese tiempo pero que ella rechazaba una y otra vez… Ya no tenía escapatoria, solo había una verdad.