El pulso del corazón

Un movimiento súbito de su cabeza hizo que abriera los ojos. Parpadeó varias veces intentando recordar dónde estaba. Las paredes blancas, los sillones y el demás mobiliario hicieron que en una milésima de segundos todo regresara a su memoria.

—¿Todavía sigues aquí?  Creí que ya estabas en casa… —Willy se sentó frente a ella y  le ofreció un sorbo de su café—. Tienes cara de que no has dormido en días.
—¿Será que es cierto? —dijo ella esbozando una sonrisa antes de tomar la bebida de su amigo.
—Gal… no sé qué te detiene. El doctor Cepeda dijo que tu guardia ya había terminado.
Ella se encogió de hombros.
—No tengo nada que hacer en casa, mejor me quedo aquí a trabajar.
—¿Nada qué hacer? ¿Dormir no te parece una buena idea?
—Puedo hacerlo aquí sentada.
—Necesitas una vida.
—Estoy en mi primer año de especialidad, es claro que no sabré lo que es «vivir» por un largo tiempo.
Gal escuchó a varias personas caminando por el pasillo del frente. Por instinto, observó los rostros de aquellas chicas pero no encontró a la que buscaba.
—Seguro está en cirugía —comentó Willy sin levantar la vista de su celular.
—¿Qué?
—¿Estás buscando a Ana, no?
—Claro que no.
—Oh, vamos. —Entonces su amigo la miró—. ¿Cuando piensas hablarle?
—Nunca. No tengo intención de…
—¡¿Qué chiste tiene eso?! Esa chica te gusta desde nuestro primer año en la universidad.
—Cállate —pidió ella mirando nerviosa alrededor—. No me gusta.
—Claro, como digas. —Willy regresó a lo que hacía en su celular—. Pero seguro está en quirófano. Escuché que es la favorita de la doctora Rendón. Dicen que le ofrecerá un lugar en su equipo al terminar la especialidad.
Gal no dijo nada. No quería que su amigo pensara que Ana le importaba más de lo que en realidad lo hacía.
Era obvio que le gustaba, porque ¿a quién no? Era guapa, lista… y aunque nunca habían cruzado palabra ni compartido clases, Gal la había visto con demasiada frecuencia por los pasillos de la escuela, y ahora, por los pasillos de ese hospital. Pero no quería involucrarse. No quería ningún otro compromiso en ese momento de su vida. Solo quería enfocarse en su carrera, en lo que debía hacer.

Se despidió de su amigo y se dirigió al área de urgencias. Ahí siempre eran bien recibidas unas manos extras. Pasó las siguientes horas de la tarde atendiendo a diferentes personas y se negó a marcharse incluso cuando el doctor Cepeda la apresuró para que se fuera a casa.
—Llevas casi 48 horas aquí, largo —le dijo su mentor.
Pero ella estaba bien en ese lugar. Ahí estaba cómoda y sentía que no descuidaba su objetivo de convertirse en la mejor cardióloga de Castilnovo.
Después de salvarle la vida al tercer accidentado del día, su cuerpo pedía algo de alimentos, haciendo que Gal admitiera que incluso ella tenía que comer para vivir. Pasó a la cafetería a comprar algo, lo de siempre, un sándwich, café y papas, y se decepcionó al ver que no había ninguna mesa disponible.
No era fanática de comer afuera, pues las palomas de los árboles podían dejar caer sus gracias sobre su comida, tal y como le pasaba a Willy cada vez que comía en los jardines.
Pero no tenía opción, ya que seguramente la sala de descanso estaría ocupada por sus demás compañeros que aprovechaban cada minuto libre para dormir un poco.
Con su comida en una bolsa de papel y el café en la otra mano, caminó hacia la salida. Estaba justo llegando a la puerta cuando alguien dijo:
—Si quieres puedes sentarte aquí.
Gal volteó a mirar a la persona que había hablado para comprobar si aquellas palabras eran para ella. Lo primero que vio, fue unos ojos verde oscuro. Lo segundo, fue la mano de Ana mostrándole una silla vacía frente a ella. Estaba segura de ser una persona en control de sus emociones, pero los latidos frenéticos de su corazón le hicieron pensar que tal vez necesitaría hacerse un electrocardiograma. No era normal lo que estaba sintiendo ahí parada mientras los segundos pasaban.
—Eh, sí… Gracias… —dijo torpemente al sentarse a la mesa.
En cuanto levantó de nuevo la mirada, entendió que había cometido un error y se arrepintió de no haber salido a comer con las palomas. Ana mantenía sus ojos sobre ella y Gal estaba segura de que debía decir algo, pero de pronto su cerebro se había apagado.
—Y… ¿cómo estás? —preguntó Ana, con una sonrisa gentil en el rostro.
Gal bajó la mirada por sus ojos, su nariz perfecta, sus labios delgados, sus dientes derechos, su cuello esbelto… Al recordar que la chica le había hecho una pregunta, su cerebro volvió a funcionar a marchas forzadas.
—¡Bien! —dijo con más emoción de la que debía—. Ahm… bien… todo tranquilo… —terminó, poniendo toda su atención en su comida.
—Me alegra saber eso.
Ana volvió a sonreírle y Gal no pudo evitar preguntarse qué se sentiría besar a esa mujer. Enseguida frunció el ceño, enojada con ella misma. No tenía tiempo para eso, ni ganas de interesarse de más por alguien que seguramente ni sabía quien era ella.
—¿Tú qué tal estás? ¿Mucho trabajo? Escuché que hoy asististe a la doctora Rendón en una cirugía… —Apretó los labios y quiso golpearse en cuanto dijo aquello. De repente se sintió como una acosadora—. Es que… alguien mencionó eso hace rato… Yo no… te estoy acechando ni nada de eso.
La carcajada que soltó Ana, hizo que Gal sonriera. Le gustó la expresión de la chica, que volvió a mirarla.
—No te preocupes, sé que en este hospital los rumores corren muy rápido.
—Tal vez somos mejores periodistas que doctores —dijo ella abriendo su bolsa de papas—. ¿Quieres?
—¿Esta es tu cena? —preguntó Ana aceptando su invitación.
—Sí, ¿te parece demasiado lujosa?
—Creo que básicamente es la cena de cualquiera en este hospital.
—¿Eso cenaste?
—Casi… —Ana miró a la distancia mientras le decía—: También escuché que llevas días sin ir a casa.
—¿Dónde escuchaste eso?
—De varios periodistas con bata que andan por ahí. La mayoría muere por irse pero tú pareces odiar la idea de marcharte de aquí.
—Me gusta mi trabajo —dijo ella encogiéndose de hombros—. En la escuela era igual… Ahm… No sé si sabes… fuimos a la misma universidad.
Ana asintió sin dejar de observarla.
—Lo sé, Gal. —No pudo evitar sonreír al escuchar a Ana diciendo su nombre—. Te vi varias veces por ahí… Aunque… —Ana parecía pensar mucho en algo.
—¿Qué?
—Según recuerdo, tu nombre era Galenira…
—¡Ay no! ¡¿Quién te dijo eso?!
Ana estaba riendo de nuevo y aunque Gal sentía su cara ardiendo, le encantaba ese sonido.
—Lo vi en el registro de la biblioteca. ¿No te gusta?
—Fue un tonto capricho de mi madre ponerme ese nombre.
—Creo que es un lindo nombre. —Ana se encogió de hombros y tomó un poco de su jugo—. Aunque si prefieres que te diga Gal…
—Y yo te… diré Ana… 

La chica frente a ella volvió a sonreír antes de ser interrumpida por el sonido de su celular.
—Emergencia en el quirófano… —dijo Ana leyendo su pantalla. Se puso de pie de un salto y le dirigió una última mirada—. Nos vemos luego.
Gal se sonrojó ante el ligero guiño que la chica le dirigió antes de correr hacia la salida. Varios segundos después de quedarse sola, Gal aún miraba el punto por el que Ana había desaparecido.
Despacio, regresó su atención a su comida pensando que definitivamente necesitaba hacerse un electrocardiograma con urgencia.

¿Continuará?