10 El fuego en que me quemo
Regina
No sabía cómo, pero había logrado sobrevivir ese par de semanas a la presencia de Mauri. O mejor dicho, a la ausencia de Mauri. Durante las dos reuniones a las que habían sido convocadas como jefas de departamento, la pelirroja no la había mirado en ningún momento y mucho menos le había dirigido la palabra. Volvía a comportarse distante, aún más que antes. Y Regina agradecía eso. Sabía que Mauritania seguiría manteniendo su palabra de guardar el secreto de su pasado.
Regina miró su reloj. Ya por fin había acabado sus pendientes y podía irse a casa. De hecho, estaba segura de que era la última en ese lugar. Al día siguiente sería la dichosa posada y luego todos tendrían unos días libres para disfrutar de la Navidad y del Año Nuevo. Esos días, Regina pensaba estar en casa y dedicar tiempo para ella. En esos momentos deseaba que los días pasaran rápido, quería casarse lo más pronto posible y continuar su vida con Carlos.
Tomó su bolso y salió hacia el elevador. Cuando una figura apareció unos metros delante de ella, se detuvo en seco. Mauri caminaba también hacia el ascensor mientras hablaba por teléfono.
—Sí, la reservación es para dos personas… —decía la pelirroja con el celular pegado a su oreja. Regina se percató de que Mauri no había notado su presencia, así que se ocultó mientras la chica esperaba a que el elevador abriera sus puertas—. Quisiera agregar un detalle extra a la habitación. Vi que tienen un paquete romántico… ¡Exacto! A nombre de Mauritania Alonzo. Muchas gracias.
Regina se mantuvo quieta cuando el silencio cayó sobre el pasillo. No quería que Mauri volteara y descubriera que ella estaba en un rincón pegada a la pared. Solo hasta que escuchó que el elevador se cerró, salió de su escondite.
Sonrió con melancolía al recordar lo detallista que Mauri podía ser. Jessica tenía mucha suerte.
Mauri Frunció el ceño cuando vio un Mini Cooper estacionado en la fila frente a su auto. Creyó que ya todos se habían marchado, incluyendo a la dueña de ese coche. Era ridículamente pequeño y Mauri realmente no podía creer que alguien encontrara lindo ese auto. Giró la cabeza para comprobar que Regina no apareciera.
No quería verla. Había soportado suficiente en las reuniones semanales de Lorena. Aunque estuvo sentada lejos de ella, pudo notar su perfume. No sabía si era físicamente posible percibir el olor, pero ella lo sentía. Era como si la dulzura de esa fragancia se burlara de su estupidez. Porque realmente eso era, una estupidez pensar que se podía ser amiga de alguien que le había roto el corazón.
—Debería hacer un podcast para alertar a los tontos enamorados —dijo para sí misma encendiendo el motor.
Entonces hizo a un lado sus pensamientos y decidió enfocarse en la sorpresa que tenía para Jessica. Aprovecharía esos días de descanso para llevarla lejos de ahí. Esas dos semanas se había esforzado por estar todo el tiempo posible con su chica, para demostrarle lo mucho que le importaba. Le regalaba flores, chocolates, la invitaba a salir y se acostaba con ella a cada oportunidad. Llevaba ya casi cuatro meses de relación con Jessica y quería poner todo de su parte para que ese noviazgo durara mucho más.
Aunque esa noche no podría ver a su novia, había quedado en pasar por ella al día siguiente para ir juntas a la posada. Y ya que tenía tiempo libre, había decidido comprar algo para cenar y pasar a casa de su hermana. Apenas llegó, su sobrino saltó sobre ella para arrebatarle la caja de pizza.
—Parece que tu mamá te mata de hambre —le dijo al pequeño Josh cuando el niño logró quitarle la caja y correr con ella hasta la cocina.
—¡Mamá, mira qué me trajo mi tía!
—¡Es para todos! —aclaró ella—. Hola, zonza —le dijo a Paulina mientras le daba un beso en la mejilla.
—Por fin llegas. Josh lleva dos horas parado junto a la puerta.
—Te dije que venía a cenar, no a comer.
—Lo sé, pero tu sobrino es un impaciente.
—Se parece a ti. —Mauri sacó un jugo de la nevera y se sentó en un banquito frente a la barra mientras Paulina sacaba unos platos de la alacena—. ¿Cómo va todo?
—Genial. Manuel regresa el martes en la tarde.
—¿Dónde está?
—Fue a supervisar una obra. Lo enviaron ahí desde el martes pasado. Tenía que entregar la construcción, ya sabes.
—Su trabajo suena tan aburrido.
—Seguro que a él le suena aburrido el tuyo.
—No todos podemos ser unos divertidos psicólogos como tú. Ojalá me pagaran por fingir que escucho problemas ajenos.
—Yo no finjo nada, tonta. Me gusta escuchar. Toma tu pizza. —Paulina le entregó un plato con sus rebanadas y caminó hasta el comedor. Mauri siguió a su hermana y observó a su sobrino sentarse a comer frente al televisor.
—¿Le permites eso?
—Solo los viernes. Los demás días siempre se come en familia. Además, dijiste que necesitabas decirme algo, ¿qué pasa?
—Tú no esperas para tomar al toro por los cuernos… necesito tu ayuda.
—¿Qué hiciste?
—Nada, mujer de poca fe. Solo… bueno… he estado pensando y… quiero preguntarte si podrías prestarme tu casa… digamos algunos días después de Navidad para… quiero hacer una comida para que… conozcan a Jessica. —Su hermana permaneció muda por varios segundos solo parpadeando. Mauri se sintió muy incómoda por su reacción—. ¿Dirás algo? —¿Qué?
—¡Paulina!
—Perdón, perdón… es… ¿segura?
—No sé por qué usas ese tono conmigo.
—¿Qué tono?
—¡Ese! Como si fuera una impedida mental que no tiene idea de lo que dice.
—No pienso que seas una impedida mental, solo… no me pidas que no me asombre, Mauritania —reclamó Paulina enfadada—. Tú eres la que nunca quiere hablar de sus sentimientos ni de sus relaciones. No te he conocido ninguna pareja desde…
—No es necesario mencionarla —interrumpió a su hermana.
—Iba a decir que no te he conocido más novia que aquella chica a la que empujaste dentro de la sala de cine la vez que Manuel y yo nos encontramos contigo, ¿lo recuerdas?
—¡Ah sí! Ella… sí, lo había olvidado. Fue gracioso.
—Fue embarazoso.
—Ay, equis —dijo mordiendo su pizza.
—Entonces… ¿le dirás a mis papás?
—Sí. Quiero que conozcan a Jessica. He planeado un viaje con ella después de Navidad y… quiero pedirle que vivamos juntas.
—Mauri… —Paulina agachó la cabeza un momento—. De acuerdo, solo quiero hacerte unas preguntas, ¿te parece?
—¿Para qué?
—Quieres que te preste mi casa para presentar a tu chica a la familia. Quiero estar segura de que tú estás segura de esto.
—¡Claro que lo estoy!
—Solo dale gusto a esta psicóloga, ¿de acuerdo?
—Dispara, pues.
—¿Sabes que vivir con alguien es prácticamente casarse con alguien?
—Pues… casarse no. O sea, es vivir juntas, no se firma nada.
Paulina volvió a negar con la cabeza.
—El compromiso debe ser el mismo, Mauri. Que no haya un papel de por medio no significa que las cosas sean menos serias. No se trata de irse por lo fácil.
—Okey, lo tomo en serio. Vivir con Jessica será como casarme con ella.
—¿Y estás dispuesta a casarte con ella?
—Pues… sí. Por eso le pediré que se mude conmigo.
—¿Hace cuánto que no compartes tu habitación con alguien? —Mauri pensó en la universidad, en aquella chica de cabello castaño.
—Desde hace mucho —dijo mirando su plato—. ¿Eso qué importa?
—Vivir de nuevo esa experiencia detonará recuerdos en ti, debes estar lista para eso.
—¿Por qué crees que ella aún tiene importancia en mi vida?
—Porque ni siquiera eres capaz de mencionar su nombre. —Paulina suspiró—. Mi casa está a tu disposición. Mis papás seguro recibirán con los brazos abiertos a Jessica. Solo ten presente que eres una adulta y debes asumir el peso de tus decisiones. Si haces esto, debe ser por las razones correctas.
—¿Cómo cuáles?
—Amor, por ejemplo —dijo su hermana con una mueca de disgusto—. ¿Estás enamorada de Jessica?
—Claro que sí —afirmó intentando no apartar la mirada—. Sé que nunca has tenido mucha fe en mí, pero estoy intentando avanzar con mi vida. Quiero una pareja, una familia, ¿no tengo derecho?
—Claro que lo tienes. Solo quiero que no lo arruines. —Paulina suspiró—. Cuenta conmigo, tonta.
El salón de ese lujoso hotel que Lorena eligió para la fiesta navideña era muy impresionante. Y no solo se trataba de las dimensiones o la decoración. Era más bien la mezcla de todo lo que provocaba un ambiente fantástico. Las luces, la música, el aroma… todo ahí era navidad pura.
Mauri tomó la mano de Jessica para atravesar el salón. Su chica lucía fantástica y la pelirroja no paraba de halagarla.
—Recuérdame compensarte más tarde —le dijo Jess algo sonrojada. Mauri le besó la mano y la guió hasta donde estaba Pablo.
—¡Hola compañeras! ¿Quieren alcoholizarse conmigo? —preguntó su asistente tomando varios vasos de la charola de un mesero que pasaba a su lado.
—Mátame si un día digo que no a esa pregunta —pidió Mauri aceptando con gusto la bebida.
—¿Y tú, preciosa? —Pablo miró a Jess.
—Lo acompaño con un trago, gentil caballero.
—¿Tienes mesa? —La pelirroja miró hacia ambos lados, donde las mesas ya estaban ocupadas por sus compañeros.
—Lorena tiene un lugar separado para ustedes. —Su asistente señaló una mesa al centro de todo, junto a la pista de baile.
—Le pediré que agregue una silla para ti.
—No te preocupes, jefa. Me sentaré junto a ti, en la mesa de los esclavos.
—No digas eso, tonto. Podemos poner una silla más.
—Está bien, tranquila —susurró Pablo acercándose más a ella—. Estaré con María. No tarda en llegar, me dijo que viene con Re… que ya viene.
Mauri prefirió no decir nada más. Quería disfrutar de esa noche y pensar únicamente en los días emocionantes que le esperaban. Estaba segura de que cerraría ese año muy bien. Observó la mesa donde estaba Lorena platicando con Arturo, el aburrido responsable de Recursos Humanos, notando que habían lugares disponibles para los demás directores de área y sus acompañantes.
—Tal vez ya deberíamos ir con Lorena —le dijo Jessica.
En cuanto estuvieron cerca, su jefa se puso de pie para recibirlas.
—¡Qué gusto que ya están aquí! Mauri, ¿qué crees? ¡Contraté a los comediantes que me recomendaste!
—¿En serio? Creí que no tenían la fecha disponible.
—Bueno… nadie le dice que no a Lorena Barbeito —declaró la mujer.
—Tuvieron una cancelación, ¿verdad? —preguntó ella levantando una ceja.
—Sí.
Lorena se movió de lugar, alejándose lo más posible de Arturo el aburrido. Mauri sabía que a Lorena no le gustaban para nada las pláticas de aquel hombre, quien tenía dos pasiones en la vida: contemplar aves y hablar sobre ello. Cuando Jessica se distrajo un momento charlando con Sara, la encargada del departamento de ventas, Mauri pasó la vista por el salón, apreciando cada detalle de la decoración.
—En verdad tiraste la casa por la ventana —le dijo a su jefa inclinándose un poco hacia ella.
—Lo mejor para mi equipo —aseguró la mujer con orgullo—. ¿Qué harás en tus días libres después de Navidad?
—Saldré de la ciudad con Jessica —dijo bajando un poco la voz.
—La cosa va en serio, ¿no?
—Sí.
—Me alegra. Estaba empezando a preocuparme por tu incapacidad de mantener una relación —se burló su jefa.
—Solo estaba esperando a la chica correcta.
—¿Era eso? Creí que se debía a otro factor.
—¿Cuál?
Lorena no respondió con palabras. Solo hizo un ligero movimiento con la cabeza para señalar la entrada. Entonces Mauri volteó y se quedó sin aire. Regina atravesaba el salón luciendo más hermosa que nunca. La pelirroja la observó sin parpadear, incapaz de creer que en el mundo hubiera alguien tan bella. Esa chica no podía ser mortal. Era una diosa del Olimpo. La diosa de la belleza que había descendido para mostrarle a los humanos el significado de «inalcanzable».
La diosa castaña se dirigía hacia la mesa de Lorena, repartiendo sonrisas entre los presentes que levantaban la mano para saludarla. Mauri no supo cuánto tiempo se había quedado hipnotizada por semejante aparición, solo sintió un codazo de su jefa cuando Regina llegó hasta donde ellas se encontraban.
—Buenas noches —dijo la castaña. Por un breve instante, Regina posó sus ojos sobre ella y Mauri sintió mucho ardor en las mejillas.
—Buenas noches, Regina. Por favor, tomen asiento con nosotros —pidió Lorena.
Fue hasta ese momento que Mauritania se dio cuenta que Regina estaba acompañada por su novio. Frunció el ceño cuando vio a Carlos colocando una mano sobre la espalda de la castaña para guiarla hasta una silla vacía junto a Jessica.
Las dos chicas se pusieron a platicar sobre lo impresionante que era el salón. Mauri se estiró en busca de más alcohol, necesitaría muchos tragos para calmar su disgusto.
La música empezó, con el animador dando la bienvenida y solicitando unas palabras por parte de la dueña de la empresa. Como siempre, Lorena puso el corazón en su discurso, logrando aplausos de pie al terminar.
Poco tiempo después la mayoría de los presentes ya estaban en la pista de baile, disfrutando de todo aquello. Mauri acompañó a Jessica hasta donde María y Pablo estaban bailando. Su asistente estaba maravillado al haber sido elegido por María para ser su pareja esa noche.
—¡Me pidió que la acompañara a su casa! —le dijo Pablo emocionado—. ¿Sabes lo que eso significa?
—¿Por qué no te tranquilizas? Lo peor que podría pasar es que te dé un infarto cuando estés ahí con ella.
Entonces Carlos apareció jalando a Regina hasta donde ellas estaban. La castaña se veía bastante perturbada por estar a solo un par de metros de donde ella bailaba. Intentó ignorarla, pero María y Jessica le hacían señas a Regina para que se acercara más.
Entre tanto movimiento Mauri no pudo evitar quedar frente a su examiga. Fue como si todo alrededor se detuviera por un segundo. Como si el tiempo se pusiera de su parte parando y eliminando todo el ruido. Mauri dejó que su cuerpo se electrificara admirando esos hermosos ojos miel frente a ella. El brillo de esa mirada le hizo rebotar el alma, y el corazón le golpeó fuerte en su pecho, mientras intentaba controlar un impulso animal que la invitaba a lanzarse sobre Regina. Pudo ver una ligera sonrisa en los labios de la chica, que terminó por derrumbar cualquier resistencia en ella.
Regina Algo que nunca podría negar era que Mauritania Alonzo tenía algo magnético. Había sido bendecida por el don del carisma, una energía atractiva que la hacía agradable hasta cuando debías detestarla. Regina se alejó lo más posible de la pelirroja, pues sintió que estaba a punto de hablarle, de hacer de lado su decisión de mantenerse a distancia. ¿Cómo ignorar esa fuerza que sentía dentro de ella cuando miraba los ojos de Mauri? Dio varios pasos hacia otra dirección tratando de controlar sus temblores, tratando de apartar de su mente la mirada de esa hermosa chica de cabello de fuego.
Odiaba los eventos sociales de la empresa, pues no podía utilizar la seguridad de su oficina para ocultarse. Ahí estaba expuesta. Sentía que todos podrían notar su pasado, su historia con Mauri. ¿Qué haría si Carlos se daba cuenta? ¿Cómo reaccionaría su prometido? Regina sintió vértigo de solo pensar aquello. Cerró los ojos y trató de regresar al presente. Eso tampoco ayudó, pues lo primero que vio al abrirlos fue a Mauri bailando. La chica movía su cuerpo con soltura, mientras abrazaba a Jessica. Una flecha se clavó en su corazón viendo eso. Sintió tanta ira que estuvo a punto de empujarlas a ambas. ¿Cómo podía Mauri comportarse así en su presencia? ¿Acaso no le debía respeto por lo que habían sido? Entonces sus propias palabras llegaron a su mente: «No fuimos pareja». Eso le había gritado a Mauri dos semanas atrás, pero en esos momentos Regina sucumbió a la verdad: Claro que lo habían sido. Mauri había sido lo único importante para ella por mucho tiempo.
Regresó la mirada hacia la pelirroja y su nueva novia. Se veían felices y Regina sintió que en verdad detestaba eso. ¿Por qué? Dio un respingo cuando Carlos apareció frente a ella y le estampó un beso en los labios.
Mauri De todos los lugares del salón Mauri no entendía por qué sus estúpidos ojos habían tenido que mirar justo hacia ese sitio, precisamente en ese momento. Carlos besaba a Regina, lo hacía de una forma tan posesiva que la pelirroja tuvo el impulso de arrojarle una silla para romperle la cabeza. Entonces se sintió como una idiota. ¿A ella qué le importaba lo que Regina hiciera con sus labios? Seis años atrás esa boca solo la había besado a ella, pero las cosas habían cambiado. La relación con Regina había desaparecido y ambas eran libres de besar a quien se les diera la gana.
Mauri miró de nuevo para descubrir que Regina ya no estaba. Carlos seguía de pie bebiendo su cerveza y riendo con María y Pablo. Giró el rostro en busca de la castaña, pero no la vio por ningún lado. Jessica le decía algo y aunque Mauri no escuchó, asintió con la cabeza y le sonrió a su novia. Intentó por todos los medios recobrar la concentración, pero fue imposible.
—Vuelvo en un segundo. Tengo que… voy con Lorena.
Regina La ciudad se veía hermosa desde ahí arriba. Había subido a la azotea del hotel, que estaba ocupada por una enorme alberca, varios camastros llenos de toallas y un bar. Ahí, bajo las estrellas, se sintió aliviada por la tranquilidad. Había unas cuantas personas al otro lado, pidiendo bebidas a un mesero, mientras ella estaba de pie cerca de la orilla, viendo el mar de luces.
Le parecía encantadora la manera en que Lorena se había empeñado en ofrecer una gran posada a todo el personal, pero Regina agradecía el silencio de ese sitio. Ahí podía pensar con más tranquilidad. Miró el anillo de compromiso en su dedo, ese que nunca había llevado al trabajo y que en ese momento sentía como una enorme roca, una que la jalaba hacia el suelo. En poco más de un mes otro anillo estaría en su dedo. Se imaginó el momento en que daría el sí, en que saldría de la iglesia del brazo de Carlos. Empezaría otra etapa de su vida. Casada. Se abrazó a sí misma intentando darse un poco de calor, pues de repente había sentido mucho frío.
Escuchó unos pasos cerca de ella, pero no giró el rostro, no quería que esa persona viera la lágrima que rodaba por su mejilla. Se asustó cuando alguien colocó una toalla sobre sus hombros.
—Estás temblando —le dijo Mauri, que la observaba con seriedad.
—Sí, es que hace un poco de frío —respondió ella limpiando la lágrima de su rostro—. ¿Qué haces aquí?
—Quería darme un baño. —La pelirroja señaló la alberca. Regina sonrió y regresó la vista hacia el frente—. ¿Estás bien?
—Sí, sólo quería dejar atrás tanto escándalo navideño.
—¿Y los villancicos te hicieron llorar? —Esa pregunta hizo que Regina mirara de nuevo a Mauri—. Bueno, no es mi asunto —dijo la pelirroja con molestia y giró para marcharse.
—Creo que no lo podemos evitar —dijo ella en un intento por capturar de nuevo la atención de Mauri. Y funcionó. La chica la miró otra vez.
—¿Qué cosa?
—No podemos evitar preocuparnos por la otra —soltó Regina sintiendo un vuelco en su estómago.
—¿Quién dijo que estoy preocupada por ti? —cuestionó Mauri titubeante, esbozando una tímida sonrisa—. Carajo.
Regina lanzó una ligera carcajada.
—Sí, yo también lo pensé: te preocupas tanto que dejaste la fiesta para venir a buscarme.
—No fue exactamente así —se defendió Mauri—. Yo de verdad quería un baño en la alberca y aquí estabas, temblando y llorando.
—No estaba llorando.
Mauri se acercó a ella, parándose a su lado para mirar también por la orilla hacia la ciudad.
—Se supone que no debemos estar hablando.
—Pero aquí estamos.
—¿Es verdad? ¿Te preocupas por mí?
Regina sintió la profunda mirada de Mauri clavada en ella. Con valentía, giró hacia la chica.
—Sí. Creo que es normal, ¿no? Después de todo… tuvimos una relación muchos años.
Mauri abrió los ojos de par en par ante esa declaración.
—¿Estás admitiendo que fuimos una pareja? —La voz de Mauri apenas le salía—. ¿Estás ebria?
—No lo estoy… —Regina se sintió muy apenada. ¿Por qué le decía esas cosas a Mauri? Miró hacia abajo y el anillo captó su atención, haciendo que recordara algo—. Lo encontré, ¿sabes? El anillo en tu cajón.
Por un momento Mauri pareció no entender. Pero luego su expresión cambió.
—¿Qué?
—Después de la boda de Paulina… estaba acomodando tu ropa y lo vi en tu cajón. Era para mí, ¿cierto?
—Sí —susurró Mauri asintiendo lentamente—. Quería formalizar lo que teníamos, pero me botaste. Qué irónico. Lo tenía en mi bolsillo cuando terminaste conmigo aquella tarde.
—Lo siento. ¿Aún lo tienes?
—Lo tiré —dijo Mauri con practicidad. Regina no pudo entender por qué esas palabras le causaron tanto dolor. Miró de nuevo hacia la ciudad, pues sus ojos le ardían.
—Qué… lástima —dijo recobrando el control—. Era hermoso. Pudiste conservarlo para otra chica.
—Puedo comprar otro.
—¿Planeas que sea pronto?
Mauri La pregunta de Regina retumbó en su cabeza. Mauri intentó pensar en una mentira, pero al final decidió ser sincera.
—Sí. Quiero darle uno a Jessica en unos días cuando le pida que vivamos juntas.
—¡¿Qué cosa?! —Regina clavó sus ojos miel en ella—. Creo que te estás precipitando.
—¿Ah sí? —Mauri levantó las cejas y miró con fastidio a su examiga.
—Sé que no pediste mi opinión —soltó Regina con cara de pocos amigos—. Pero me parece un gran error.
—¿Fue tan horrible vivir conmigo?
—Lo nuestro fue diferente.
—Pues creo que soy perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones. Y tú deberías respetarlas. ¡Es más! ¡Ni siquiera debería importarte lo que hago!
—¡Pues me parece una estupidez! —atacó Regina.
—¡¿Igual que tu boda?!
—¡¿Mi boda?!
—¡Ay por favor, Regina! ¡Esa boda es lo peor que podría pasarte!
—¡¿Y tú qué sabes?!
—¡Te conozco!
Regina soltó una carcajada.
—¡Oh, la gran Mauritania! ¡¿Sabes algo?! ¡Con esto solo queda claro que aunque lo intentemos nunca podremos llevar la fiesta en paz! ¡Eres una odiosa!
—¡Y tú una terca! —Encaró a Regina, que echaba humo por las orejas—. ¡Estás tan empeñada en demostrar algo que no eres que no te das cuenta que vas directo a hacerte mierda!
—No intento demostrar nada —dijo Regina apretando los dientes. La castaña la intentó esquivar pero Mauri la detuvo.
—Cuando terminaste conmigo dijiste que solo se casaban los locos o los enamorados, ¿qué eres tú, Regina? ¿Estás loca o estás enamorada?
—¡Estoy enamorada! —gritó la castaña furiosa.
—¡¿Y por eso lloraste cuando te pusiste el vestido?! ¡¿Olvidas que te vi?!
—¡¿Qué quieres, Mauritania?! —Regina la empujó, haciendo que Mauri diera varios pasos atrás—. ¡¿Boicotear mi boda?! ¡¿Hacerme dudar?! ¡¿Es tu venganza por haberte dejado?!
—¡No es mi problema lo que hagas con tu vida! ¡Si quieres aparentar frente a tus padres, si quieres casarte con un tonto aburrido que no te hace reír, es tu problema!
—¡Solo estás celosa!
—¡¿Celosa?! ¡¿Por ti?!
—¡Sí! ¡Celosa! ¡No puedo creer que no me hayas superado! ¡Ya pasaron años, Mauritania! ¡Años!
—¡¿Y tú ya me superaste?! —Mauri caminó hacia la castaña, haciéndola retroceder contra una pared.
—¡No tengo nada que superar, Mauritania!
—¡¿Segura?! ¡¿Volverás a soñar conmigo?! ¡¿Aparecerás de nuevo en mi departamento?!
—¡Eres una…! —Entonces Regina la empujó otra vez—. ¡Y yo creyendo que después de estos años ya eras una persona madura! ¡Sigues siendo una cínica!
—¡¿Y tú, Regina?! ¡¿Aún eres aquella chica genial o eres la hija perfecta de tu mami?!
—¡Soy la Regina que siempre quise ser! ¡La que no podía ser contigo! ¡Tú eras un ladrillo que me arrastraba a cosas inapropiadas! ¡Ahora estoy bien, tengo un maravilloso novio que me ama y pronto seré su esposa! —Mauri sentía una puñalada cada vez que la castaña terminaba una frase. ¿Por qué hablaba tanto? Quería que se callara—. ¡No tengo nada que superar con respecto a ti! ¡Entiende que tú ya no significas nada en mi vida, así que no voy a…!
Y la calló. Mauri atrapó los labios de Regina con los suyos, recibiendo un estallido de electricidad en su cuerpo. Sujetó fuerte la cintura de la chica mientras la continuaba besando, sintiendo enseguida el movimiento de la boca de la castaña, que le devolvió el beso con la misma intensidad.
Regina Era como si todo se hubiera congelado a su alrededor mientras en su cuerpo había fuego. Siguió embistiendo los labios de la pelirroja que la había acorralado contra la pared. Sus piernas temblaban, su corazón golpeaba su pecho sin control. Las manos de Mauri recorrían su cuerpo desesperadamente. Sentía el aliento cálido de su examiga y su lengua suave explorando su boca. Regina levantó una pierna y la enredó en la cintura de Mauritania, en un intento por sentirla más. Quería más. Todo su cuerpo se lo pedía. Jaló a Mauri hacia ella y profundizó el beso. ¿Estaba soñando otra vez? Sí, debía ser un sueño. Porque excitarse con un beso de Mauri y dejarse tocar de ninguna manera estaba permitido en su realidad.
La castaña abrió los ojos de golpe, percatándose de la imperdonable proximidad que estaba teniendo con la pelirroja. Entonces la empujó fuerte y rompió el beso apasionado. —¡¿QUË HACES?! —bramó más molesta que nunca en su vida. Mauri no respondió. La miraba como si apenas se estuviera dando cuenta de su propia existencia en el universo—. ¡NO VUELVAS A TOCARME JAMÁS EN TU VIDA, ¿ENTIENDES?!
Mauri parpadeó varias veces, mientras Regina intentaba recobrar el ritmo de su respiración agitada. ¡¿Por qué la veía así?! ¡¿Por qué no le decía algo?!
—¿Mentiste? —susurró Mauri—. Yiyí…
— ¡No me llames así! —exigió ella dando la vuelta para huir. ¡¿Qué había hecho?!
Regina entró con rapidez al salón y se metió entre las personas que bailaban en la pista. No quería que Mauri la siguiera, ya no quería volver a verla jamás. Atravesaba el mar de gente mientras la cabeza empezaba a dolerle y los ojos le picaban. Quería gritar, quería llorar. ¡¿Por qué la había besado?!
—Aquí estás. —Carlos apareció frente a ella, con una cerveza en la mano—. ¿Estás bien?
—No. ¿Qué? Sí. Solo estaba… me agité un poco —respondió ella sin tener el valor de mirar a su prometido a los ojos.
—La fiesta es increíble.
—¡Regina, espera! —La castaña se petrificó cuando escuchó la voz de Mauri junto a ella. La pelirroja y Carlos quedaron frente a frente, haciendo que Regina deseara con todo su corazón poder teletransportarse muy lejos de ahí.
—Hey, Mauri. ¿Dónde estabas? Tu chica te está buscando —dijo Carlos bebiendo un sorbo de su cerveza mientras movía los pies al ritmo de la música.
—Carlos, me siento un poco mal. ¿Podemos marcharnos? —Se apresuró a decir Regina.
—¿En serio? ¡Pero la fiesta está empezando!
—¡Vámonos por favor! —Sin esperar nada más, la castaña sujetó el brazo de su novio y lo jaló. Giró un poco el rostro y agradeció con toda su alma que Mauri se hubiera quedado atrás.
—¡Regina, ¿por qué tanta prisa?! —protestó Carlos mientras lo arrastraba por el estacionamiento.
—Quiero estar en casa. Me duele la cabeza… tanto escándalo.
Durante todo el trayecto estuvo callada abrazando su propio cuerpo, intentando contener el calor que se había apoderado de él. ¿Cómo había permitido que aquello sucediera? ¿Por qué se había comportado así con Mauri? ¿Por qué el beso había acabado? ¡¿Qué?! Se sobó las sienes con los dedos, intentando apagar sus pensamientos pero era imposible. Las sensaciones que había experimentado minutos atrás volvían. Podía sentir aún las manos de Mauritania sobre ella, acariciándola. Sus labios posesivos, su lengua intrusa, el calor… Se movió en su asiento apretando las piernas, queriendo que la excitación se le pasara.
Cuando llegó a casa no perdió tiempo para meterse bajo el chorro de la ducha, sintiendo vergüenza al comprobar la humedad en su zona más íntima.
—Otra vez no por favor —suplicó al universo en un susurro mientras más lágrimas caían por sus mejillas.
Regina miró su reloj. Ya por fin había acabado sus pendientes y podía irse a casa. De hecho, estaba segura de que era la última en ese lugar. Al día siguiente sería la dichosa posada y luego todos tendrían unos días libres para disfrutar de la Navidad y del Año Nuevo. Esos días, Regina pensaba estar en casa y dedicar tiempo para ella. En esos momentos deseaba que los días pasaran rápido, quería casarse lo más pronto posible y continuar su vida con Carlos.
Tomó su bolso y salió hacia el elevador. Cuando una figura apareció unos metros delante de ella, se detuvo en seco. Mauri caminaba también hacia el ascensor mientras hablaba por teléfono.
—Sí, la reservación es para dos personas… —decía la pelirroja con el celular pegado a su oreja. Regina se percató de que Mauri no había notado su presencia, así que se ocultó mientras la chica esperaba a que el elevador abriera sus puertas—. Quisiera agregar un detalle extra a la habitación. Vi que tienen un paquete romántico… ¡Exacto! A nombre de Mauritania Alonzo. Muchas gracias.
Regina se mantuvo quieta cuando el silencio cayó sobre el pasillo. No quería que Mauri volteara y descubriera que ella estaba en un rincón pegada a la pared. Solo hasta que escuchó que el elevador se cerró, salió de su escondite.
Sonrió con melancolía al recordar lo detallista que Mauri podía ser. Jessica tenía mucha suerte.
Mauri Frunció el ceño cuando vio un Mini Cooper estacionado en la fila frente a su auto. Creyó que ya todos se habían marchado, incluyendo a la dueña de ese coche. Era ridículamente pequeño y Mauri realmente no podía creer que alguien encontrara lindo ese auto. Giró la cabeza para comprobar que Regina no apareciera.
No quería verla. Había soportado suficiente en las reuniones semanales de Lorena. Aunque estuvo sentada lejos de ella, pudo notar su perfume. No sabía si era físicamente posible percibir el olor, pero ella lo sentía. Era como si la dulzura de esa fragancia se burlara de su estupidez. Porque realmente eso era, una estupidez pensar que se podía ser amiga de alguien que le había roto el corazón.
—Debería hacer un podcast para alertar a los tontos enamorados —dijo para sí misma encendiendo el motor.
Entonces hizo a un lado sus pensamientos y decidió enfocarse en la sorpresa que tenía para Jessica. Aprovecharía esos días de descanso para llevarla lejos de ahí. Esas dos semanas se había esforzado por estar todo el tiempo posible con su chica, para demostrarle lo mucho que le importaba. Le regalaba flores, chocolates, la invitaba a salir y se acostaba con ella a cada oportunidad. Llevaba ya casi cuatro meses de relación con Jessica y quería poner todo de su parte para que ese noviazgo durara mucho más.
Aunque esa noche no podría ver a su novia, había quedado en pasar por ella al día siguiente para ir juntas a la posada. Y ya que tenía tiempo libre, había decidido comprar algo para cenar y pasar a casa de su hermana. Apenas llegó, su sobrino saltó sobre ella para arrebatarle la caja de pizza.
—Parece que tu mamá te mata de hambre —le dijo al pequeño Josh cuando el niño logró quitarle la caja y correr con ella hasta la cocina.
—¡Mamá, mira qué me trajo mi tía!
—¡Es para todos! —aclaró ella—. Hola, zonza —le dijo a Paulina mientras le daba un beso en la mejilla.
—Por fin llegas. Josh lleva dos horas parado junto a la puerta.
—Te dije que venía a cenar, no a comer.
—Lo sé, pero tu sobrino es un impaciente.
—Se parece a ti. —Mauri sacó un jugo de la nevera y se sentó en un banquito frente a la barra mientras Paulina sacaba unos platos de la alacena—. ¿Cómo va todo?
—Genial. Manuel regresa el martes en la tarde.
—¿Dónde está?
—Fue a supervisar una obra. Lo enviaron ahí desde el martes pasado. Tenía que entregar la construcción, ya sabes.
—Su trabajo suena tan aburrido.
—Seguro que a él le suena aburrido el tuyo.
—No todos podemos ser unos divertidos psicólogos como tú. Ojalá me pagaran por fingir que escucho problemas ajenos.
—Yo no finjo nada, tonta. Me gusta escuchar. Toma tu pizza. —Paulina le entregó un plato con sus rebanadas y caminó hasta el comedor. Mauri siguió a su hermana y observó a su sobrino sentarse a comer frente al televisor.
—¿Le permites eso?
—Solo los viernes. Los demás días siempre se come en familia. Además, dijiste que necesitabas decirme algo, ¿qué pasa?
—Tú no esperas para tomar al toro por los cuernos… necesito tu ayuda.
—¿Qué hiciste?
—Nada, mujer de poca fe. Solo… bueno… he estado pensando y… quiero preguntarte si podrías prestarme tu casa… digamos algunos días después de Navidad para… quiero hacer una comida para que… conozcan a Jessica. —Su hermana permaneció muda por varios segundos solo parpadeando. Mauri se sintió muy incómoda por su reacción—. ¿Dirás algo? —¿Qué?
—¡Paulina!
—Perdón, perdón… es… ¿segura?
—No sé por qué usas ese tono conmigo.
—¿Qué tono?
—¡Ese! Como si fuera una impedida mental que no tiene idea de lo que dice.
—No pienso que seas una impedida mental, solo… no me pidas que no me asombre, Mauritania —reclamó Paulina enfadada—. Tú eres la que nunca quiere hablar de sus sentimientos ni de sus relaciones. No te he conocido ninguna pareja desde…
—No es necesario mencionarla —interrumpió a su hermana.
—Iba a decir que no te he conocido más novia que aquella chica a la que empujaste dentro de la sala de cine la vez que Manuel y yo nos encontramos contigo, ¿lo recuerdas?
—¡Ah sí! Ella… sí, lo había olvidado. Fue gracioso.
—Fue embarazoso.
—Ay, equis —dijo mordiendo su pizza.
—Entonces… ¿le dirás a mis papás?
—Sí. Quiero que conozcan a Jessica. He planeado un viaje con ella después de Navidad y… quiero pedirle que vivamos juntas.
—Mauri… —Paulina agachó la cabeza un momento—. De acuerdo, solo quiero hacerte unas preguntas, ¿te parece?
—¿Para qué?
—Quieres que te preste mi casa para presentar a tu chica a la familia. Quiero estar segura de que tú estás segura de esto.
—¡Claro que lo estoy!
—Solo dale gusto a esta psicóloga, ¿de acuerdo?
—Dispara, pues.
—¿Sabes que vivir con alguien es prácticamente casarse con alguien?
—Pues… casarse no. O sea, es vivir juntas, no se firma nada.
Paulina volvió a negar con la cabeza.
—El compromiso debe ser el mismo, Mauri. Que no haya un papel de por medio no significa que las cosas sean menos serias. No se trata de irse por lo fácil.
—Okey, lo tomo en serio. Vivir con Jessica será como casarme con ella.
—¿Y estás dispuesta a casarte con ella?
—Pues… sí. Por eso le pediré que se mude conmigo.
—¿Hace cuánto que no compartes tu habitación con alguien? —Mauri pensó en la universidad, en aquella chica de cabello castaño.
—Desde hace mucho —dijo mirando su plato—. ¿Eso qué importa?
—Vivir de nuevo esa experiencia detonará recuerdos en ti, debes estar lista para eso.
—¿Por qué crees que ella aún tiene importancia en mi vida?
—Porque ni siquiera eres capaz de mencionar su nombre. —Paulina suspiró—. Mi casa está a tu disposición. Mis papás seguro recibirán con los brazos abiertos a Jessica. Solo ten presente que eres una adulta y debes asumir el peso de tus decisiones. Si haces esto, debe ser por las razones correctas.
—¿Cómo cuáles?
—Amor, por ejemplo —dijo su hermana con una mueca de disgusto—. ¿Estás enamorada de Jessica?
—Claro que sí —afirmó intentando no apartar la mirada—. Sé que nunca has tenido mucha fe en mí, pero estoy intentando avanzar con mi vida. Quiero una pareja, una familia, ¿no tengo derecho?
—Claro que lo tienes. Solo quiero que no lo arruines. —Paulina suspiró—. Cuenta conmigo, tonta.
El salón de ese lujoso hotel que Lorena eligió para la fiesta navideña era muy impresionante. Y no solo se trataba de las dimensiones o la decoración. Era más bien la mezcla de todo lo que provocaba un ambiente fantástico. Las luces, la música, el aroma… todo ahí era navidad pura.
Mauri tomó la mano de Jessica para atravesar el salón. Su chica lucía fantástica y la pelirroja no paraba de halagarla.
—Recuérdame compensarte más tarde —le dijo Jess algo sonrojada. Mauri le besó la mano y la guió hasta donde estaba Pablo.
—¡Hola compañeras! ¿Quieren alcoholizarse conmigo? —preguntó su asistente tomando varios vasos de la charola de un mesero que pasaba a su lado.
—Mátame si un día digo que no a esa pregunta —pidió Mauri aceptando con gusto la bebida.
—¿Y tú, preciosa? —Pablo miró a Jess.
—Lo acompaño con un trago, gentil caballero.
—¿Tienes mesa? —La pelirroja miró hacia ambos lados, donde las mesas ya estaban ocupadas por sus compañeros.
—Lorena tiene un lugar separado para ustedes. —Su asistente señaló una mesa al centro de todo, junto a la pista de baile.
—Le pediré que agregue una silla para ti.
—No te preocupes, jefa. Me sentaré junto a ti, en la mesa de los esclavos.
—No digas eso, tonto. Podemos poner una silla más.
—Está bien, tranquila —susurró Pablo acercándose más a ella—. Estaré con María. No tarda en llegar, me dijo que viene con Re… que ya viene.
Mauri prefirió no decir nada más. Quería disfrutar de esa noche y pensar únicamente en los días emocionantes que le esperaban. Estaba segura de que cerraría ese año muy bien. Observó la mesa donde estaba Lorena platicando con Arturo, el aburrido responsable de Recursos Humanos, notando que habían lugares disponibles para los demás directores de área y sus acompañantes.
—Tal vez ya deberíamos ir con Lorena —le dijo Jessica.
En cuanto estuvieron cerca, su jefa se puso de pie para recibirlas.
—¡Qué gusto que ya están aquí! Mauri, ¿qué crees? ¡Contraté a los comediantes que me recomendaste!
—¿En serio? Creí que no tenían la fecha disponible.
—Bueno… nadie le dice que no a Lorena Barbeito —declaró la mujer.
—Tuvieron una cancelación, ¿verdad? —preguntó ella levantando una ceja.
—Sí.
Lorena se movió de lugar, alejándose lo más posible de Arturo el aburrido. Mauri sabía que a Lorena no le gustaban para nada las pláticas de aquel hombre, quien tenía dos pasiones en la vida: contemplar aves y hablar sobre ello. Cuando Jessica se distrajo un momento charlando con Sara, la encargada del departamento de ventas, Mauri pasó la vista por el salón, apreciando cada detalle de la decoración.
—En verdad tiraste la casa por la ventana —le dijo a su jefa inclinándose un poco hacia ella.
—Lo mejor para mi equipo —aseguró la mujer con orgullo—. ¿Qué harás en tus días libres después de Navidad?
—Saldré de la ciudad con Jessica —dijo bajando un poco la voz.
—La cosa va en serio, ¿no?
—Sí.
—Me alegra. Estaba empezando a preocuparme por tu incapacidad de mantener una relación —se burló su jefa.
—Solo estaba esperando a la chica correcta.
—¿Era eso? Creí que se debía a otro factor.
—¿Cuál?
Lorena no respondió con palabras. Solo hizo un ligero movimiento con la cabeza para señalar la entrada. Entonces Mauri volteó y se quedó sin aire. Regina atravesaba el salón luciendo más hermosa que nunca. La pelirroja la observó sin parpadear, incapaz de creer que en el mundo hubiera alguien tan bella. Esa chica no podía ser mortal. Era una diosa del Olimpo. La diosa de la belleza que había descendido para mostrarle a los humanos el significado de «inalcanzable».
La diosa castaña se dirigía hacia la mesa de Lorena, repartiendo sonrisas entre los presentes que levantaban la mano para saludarla. Mauri no supo cuánto tiempo se había quedado hipnotizada por semejante aparición, solo sintió un codazo de su jefa cuando Regina llegó hasta donde ellas se encontraban.
—Buenas noches —dijo la castaña. Por un breve instante, Regina posó sus ojos sobre ella y Mauri sintió mucho ardor en las mejillas.
—Buenas noches, Regina. Por favor, tomen asiento con nosotros —pidió Lorena.
Fue hasta ese momento que Mauritania se dio cuenta que Regina estaba acompañada por su novio. Frunció el ceño cuando vio a Carlos colocando una mano sobre la espalda de la castaña para guiarla hasta una silla vacía junto a Jessica.
Las dos chicas se pusieron a platicar sobre lo impresionante que era el salón. Mauri se estiró en busca de más alcohol, necesitaría muchos tragos para calmar su disgusto.
La música empezó, con el animador dando la bienvenida y solicitando unas palabras por parte de la dueña de la empresa. Como siempre, Lorena puso el corazón en su discurso, logrando aplausos de pie al terminar.
Poco tiempo después la mayoría de los presentes ya estaban en la pista de baile, disfrutando de todo aquello. Mauri acompañó a Jessica hasta donde María y Pablo estaban bailando. Su asistente estaba maravillado al haber sido elegido por María para ser su pareja esa noche.
—¡Me pidió que la acompañara a su casa! —le dijo Pablo emocionado—. ¿Sabes lo que eso significa?
—¿Por qué no te tranquilizas? Lo peor que podría pasar es que te dé un infarto cuando estés ahí con ella.
Entonces Carlos apareció jalando a Regina hasta donde ellas estaban. La castaña se veía bastante perturbada por estar a solo un par de metros de donde ella bailaba. Intentó ignorarla, pero María y Jessica le hacían señas a Regina para que se acercara más.
Entre tanto movimiento Mauri no pudo evitar quedar frente a su examiga. Fue como si todo alrededor se detuviera por un segundo. Como si el tiempo se pusiera de su parte parando y eliminando todo el ruido. Mauri dejó que su cuerpo se electrificara admirando esos hermosos ojos miel frente a ella. El brillo de esa mirada le hizo rebotar el alma, y el corazón le golpeó fuerte en su pecho, mientras intentaba controlar un impulso animal que la invitaba a lanzarse sobre Regina. Pudo ver una ligera sonrisa en los labios de la chica, que terminó por derrumbar cualquier resistencia en ella.
Regina Algo que nunca podría negar era que Mauritania Alonzo tenía algo magnético. Había sido bendecida por el don del carisma, una energía atractiva que la hacía agradable hasta cuando debías detestarla. Regina se alejó lo más posible de la pelirroja, pues sintió que estaba a punto de hablarle, de hacer de lado su decisión de mantenerse a distancia. ¿Cómo ignorar esa fuerza que sentía dentro de ella cuando miraba los ojos de Mauri? Dio varios pasos hacia otra dirección tratando de controlar sus temblores, tratando de apartar de su mente la mirada de esa hermosa chica de cabello de fuego.
Odiaba los eventos sociales de la empresa, pues no podía utilizar la seguridad de su oficina para ocultarse. Ahí estaba expuesta. Sentía que todos podrían notar su pasado, su historia con Mauri. ¿Qué haría si Carlos se daba cuenta? ¿Cómo reaccionaría su prometido? Regina sintió vértigo de solo pensar aquello. Cerró los ojos y trató de regresar al presente. Eso tampoco ayudó, pues lo primero que vio al abrirlos fue a Mauri bailando. La chica movía su cuerpo con soltura, mientras abrazaba a Jessica. Una flecha se clavó en su corazón viendo eso. Sintió tanta ira que estuvo a punto de empujarlas a ambas. ¿Cómo podía Mauri comportarse así en su presencia? ¿Acaso no le debía respeto por lo que habían sido? Entonces sus propias palabras llegaron a su mente: «No fuimos pareja». Eso le había gritado a Mauri dos semanas atrás, pero en esos momentos Regina sucumbió a la verdad: Claro que lo habían sido. Mauri había sido lo único importante para ella por mucho tiempo.
Regresó la mirada hacia la pelirroja y su nueva novia. Se veían felices y Regina sintió que en verdad detestaba eso. ¿Por qué? Dio un respingo cuando Carlos apareció frente a ella y le estampó un beso en los labios.
Mauri De todos los lugares del salón Mauri no entendía por qué sus estúpidos ojos habían tenido que mirar justo hacia ese sitio, precisamente en ese momento. Carlos besaba a Regina, lo hacía de una forma tan posesiva que la pelirroja tuvo el impulso de arrojarle una silla para romperle la cabeza. Entonces se sintió como una idiota. ¿A ella qué le importaba lo que Regina hiciera con sus labios? Seis años atrás esa boca solo la había besado a ella, pero las cosas habían cambiado. La relación con Regina había desaparecido y ambas eran libres de besar a quien se les diera la gana.
Mauri miró de nuevo para descubrir que Regina ya no estaba. Carlos seguía de pie bebiendo su cerveza y riendo con María y Pablo. Giró el rostro en busca de la castaña, pero no la vio por ningún lado. Jessica le decía algo y aunque Mauri no escuchó, asintió con la cabeza y le sonrió a su novia. Intentó por todos los medios recobrar la concentración, pero fue imposible.
—Vuelvo en un segundo. Tengo que… voy con Lorena.
Regina La ciudad se veía hermosa desde ahí arriba. Había subido a la azotea del hotel, que estaba ocupada por una enorme alberca, varios camastros llenos de toallas y un bar. Ahí, bajo las estrellas, se sintió aliviada por la tranquilidad. Había unas cuantas personas al otro lado, pidiendo bebidas a un mesero, mientras ella estaba de pie cerca de la orilla, viendo el mar de luces.
Le parecía encantadora la manera en que Lorena se había empeñado en ofrecer una gran posada a todo el personal, pero Regina agradecía el silencio de ese sitio. Ahí podía pensar con más tranquilidad. Miró el anillo de compromiso en su dedo, ese que nunca había llevado al trabajo y que en ese momento sentía como una enorme roca, una que la jalaba hacia el suelo. En poco más de un mes otro anillo estaría en su dedo. Se imaginó el momento en que daría el sí, en que saldría de la iglesia del brazo de Carlos. Empezaría otra etapa de su vida. Casada. Se abrazó a sí misma intentando darse un poco de calor, pues de repente había sentido mucho frío.
Escuchó unos pasos cerca de ella, pero no giró el rostro, no quería que esa persona viera la lágrima que rodaba por su mejilla. Se asustó cuando alguien colocó una toalla sobre sus hombros.
—Estás temblando —le dijo Mauri, que la observaba con seriedad.
—Sí, es que hace un poco de frío —respondió ella limpiando la lágrima de su rostro—. ¿Qué haces aquí?
—Quería darme un baño. —La pelirroja señaló la alberca. Regina sonrió y regresó la vista hacia el frente—. ¿Estás bien?
—Sí, sólo quería dejar atrás tanto escándalo navideño.
—¿Y los villancicos te hicieron llorar? —Esa pregunta hizo que Regina mirara de nuevo a Mauri—. Bueno, no es mi asunto —dijo la pelirroja con molestia y giró para marcharse.
—Creo que no lo podemos evitar —dijo ella en un intento por capturar de nuevo la atención de Mauri. Y funcionó. La chica la miró otra vez.
—¿Qué cosa?
—No podemos evitar preocuparnos por la otra —soltó Regina sintiendo un vuelco en su estómago.
—¿Quién dijo que estoy preocupada por ti? —cuestionó Mauri titubeante, esbozando una tímida sonrisa—. Carajo.
Regina lanzó una ligera carcajada.
—Sí, yo también lo pensé: te preocupas tanto que dejaste la fiesta para venir a buscarme.
—No fue exactamente así —se defendió Mauri—. Yo de verdad quería un baño en la alberca y aquí estabas, temblando y llorando.
—No estaba llorando.
Mauri se acercó a ella, parándose a su lado para mirar también por la orilla hacia la ciudad.
—Se supone que no debemos estar hablando.
—Pero aquí estamos.
—¿Es verdad? ¿Te preocupas por mí?
Regina sintió la profunda mirada de Mauri clavada en ella. Con valentía, giró hacia la chica.
—Sí. Creo que es normal, ¿no? Después de todo… tuvimos una relación muchos años.
Mauri abrió los ojos de par en par ante esa declaración.
—¿Estás admitiendo que fuimos una pareja? —La voz de Mauri apenas le salía—. ¿Estás ebria?
—No lo estoy… —Regina se sintió muy apenada. ¿Por qué le decía esas cosas a Mauri? Miró hacia abajo y el anillo captó su atención, haciendo que recordara algo—. Lo encontré, ¿sabes? El anillo en tu cajón.
Por un momento Mauri pareció no entender. Pero luego su expresión cambió.
—¿Qué?
—Después de la boda de Paulina… estaba acomodando tu ropa y lo vi en tu cajón. Era para mí, ¿cierto?
—Sí —susurró Mauri asintiendo lentamente—. Quería formalizar lo que teníamos, pero me botaste. Qué irónico. Lo tenía en mi bolsillo cuando terminaste conmigo aquella tarde.
—Lo siento. ¿Aún lo tienes?
—Lo tiré —dijo Mauri con practicidad. Regina no pudo entender por qué esas palabras le causaron tanto dolor. Miró de nuevo hacia la ciudad, pues sus ojos le ardían.
—Qué… lástima —dijo recobrando el control—. Era hermoso. Pudiste conservarlo para otra chica.
—Puedo comprar otro.
—¿Planeas que sea pronto?
Mauri La pregunta de Regina retumbó en su cabeza. Mauri intentó pensar en una mentira, pero al final decidió ser sincera.
—Sí. Quiero darle uno a Jessica en unos días cuando le pida que vivamos juntas.
—¡¿Qué cosa?! —Regina clavó sus ojos miel en ella—. Creo que te estás precipitando.
—¿Ah sí? —Mauri levantó las cejas y miró con fastidio a su examiga.
—Sé que no pediste mi opinión —soltó Regina con cara de pocos amigos—. Pero me parece un gran error.
—¿Fue tan horrible vivir conmigo?
—Lo nuestro fue diferente.
—Pues creo que soy perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones. Y tú deberías respetarlas. ¡Es más! ¡Ni siquiera debería importarte lo que hago!
—¡Pues me parece una estupidez! —atacó Regina.
—¡¿Igual que tu boda?!
—¡¿Mi boda?!
—¡Ay por favor, Regina! ¡Esa boda es lo peor que podría pasarte!
—¡¿Y tú qué sabes?!
—¡Te conozco!
Regina soltó una carcajada.
—¡Oh, la gran Mauritania! ¡¿Sabes algo?! ¡Con esto solo queda claro que aunque lo intentemos nunca podremos llevar la fiesta en paz! ¡Eres una odiosa!
—¡Y tú una terca! —Encaró a Regina, que echaba humo por las orejas—. ¡Estás tan empeñada en demostrar algo que no eres que no te das cuenta que vas directo a hacerte mierda!
—No intento demostrar nada —dijo Regina apretando los dientes. La castaña la intentó esquivar pero Mauri la detuvo.
—Cuando terminaste conmigo dijiste que solo se casaban los locos o los enamorados, ¿qué eres tú, Regina? ¿Estás loca o estás enamorada?
—¡Estoy enamorada! —gritó la castaña furiosa.
—¡¿Y por eso lloraste cuando te pusiste el vestido?! ¡¿Olvidas que te vi?!
—¡¿Qué quieres, Mauritania?! —Regina la empujó, haciendo que Mauri diera varios pasos atrás—. ¡¿Boicotear mi boda?! ¡¿Hacerme dudar?! ¡¿Es tu venganza por haberte dejado?!
—¡No es mi problema lo que hagas con tu vida! ¡Si quieres aparentar frente a tus padres, si quieres casarte con un tonto aburrido que no te hace reír, es tu problema!
—¡Solo estás celosa!
—¡¿Celosa?! ¡¿Por ti?!
—¡Sí! ¡Celosa! ¡No puedo creer que no me hayas superado! ¡Ya pasaron años, Mauritania! ¡Años!
—¡¿Y tú ya me superaste?! —Mauri caminó hacia la castaña, haciéndola retroceder contra una pared.
—¡No tengo nada que superar, Mauritania!
—¡¿Segura?! ¡¿Volverás a soñar conmigo?! ¡¿Aparecerás de nuevo en mi departamento?!
—¡Eres una…! —Entonces Regina la empujó otra vez—. ¡Y yo creyendo que después de estos años ya eras una persona madura! ¡Sigues siendo una cínica!
—¡¿Y tú, Regina?! ¡¿Aún eres aquella chica genial o eres la hija perfecta de tu mami?!
—¡Soy la Regina que siempre quise ser! ¡La que no podía ser contigo! ¡Tú eras un ladrillo que me arrastraba a cosas inapropiadas! ¡Ahora estoy bien, tengo un maravilloso novio que me ama y pronto seré su esposa! —Mauri sentía una puñalada cada vez que la castaña terminaba una frase. ¿Por qué hablaba tanto? Quería que se callara—. ¡No tengo nada que superar con respecto a ti! ¡Entiende que tú ya no significas nada en mi vida, así que no voy a…!
Y la calló. Mauri atrapó los labios de Regina con los suyos, recibiendo un estallido de electricidad en su cuerpo. Sujetó fuerte la cintura de la chica mientras la continuaba besando, sintiendo enseguida el movimiento de la boca de la castaña, que le devolvió el beso con la misma intensidad.
Regina Era como si todo se hubiera congelado a su alrededor mientras en su cuerpo había fuego. Siguió embistiendo los labios de la pelirroja que la había acorralado contra la pared. Sus piernas temblaban, su corazón golpeaba su pecho sin control. Las manos de Mauri recorrían su cuerpo desesperadamente. Sentía el aliento cálido de su examiga y su lengua suave explorando su boca. Regina levantó una pierna y la enredó en la cintura de Mauritania, en un intento por sentirla más. Quería más. Todo su cuerpo se lo pedía. Jaló a Mauri hacia ella y profundizó el beso. ¿Estaba soñando otra vez? Sí, debía ser un sueño. Porque excitarse con un beso de Mauri y dejarse tocar de ninguna manera estaba permitido en su realidad.
La castaña abrió los ojos de golpe, percatándose de la imperdonable proximidad que estaba teniendo con la pelirroja. Entonces la empujó fuerte y rompió el beso apasionado. —¡¿QUË HACES?! —bramó más molesta que nunca en su vida. Mauri no respondió. La miraba como si apenas se estuviera dando cuenta de su propia existencia en el universo—. ¡NO VUELVAS A TOCARME JAMÁS EN TU VIDA, ¿ENTIENDES?!
Mauri parpadeó varias veces, mientras Regina intentaba recobrar el ritmo de su respiración agitada. ¡¿Por qué la veía así?! ¡¿Por qué no le decía algo?!
—¿Mentiste? —susurró Mauri—. Yiyí…
— ¡No me llames así! —exigió ella dando la vuelta para huir. ¡¿Qué había hecho?!
Regina entró con rapidez al salón y se metió entre las personas que bailaban en la pista. No quería que Mauri la siguiera, ya no quería volver a verla jamás. Atravesaba el mar de gente mientras la cabeza empezaba a dolerle y los ojos le picaban. Quería gritar, quería llorar. ¡¿Por qué la había besado?!
—Aquí estás. —Carlos apareció frente a ella, con una cerveza en la mano—. ¿Estás bien?
—No. ¿Qué? Sí. Solo estaba… me agité un poco —respondió ella sin tener el valor de mirar a su prometido a los ojos.
—La fiesta es increíble.
—¡Regina, espera! —La castaña se petrificó cuando escuchó la voz de Mauri junto a ella. La pelirroja y Carlos quedaron frente a frente, haciendo que Regina deseara con todo su corazón poder teletransportarse muy lejos de ahí.
—Hey, Mauri. ¿Dónde estabas? Tu chica te está buscando —dijo Carlos bebiendo un sorbo de su cerveza mientras movía los pies al ritmo de la música.
—Carlos, me siento un poco mal. ¿Podemos marcharnos? —Se apresuró a decir Regina.
—¿En serio? ¡Pero la fiesta está empezando!
—¡Vámonos por favor! —Sin esperar nada más, la castaña sujetó el brazo de su novio y lo jaló. Giró un poco el rostro y agradeció con toda su alma que Mauri se hubiera quedado atrás.
—¡Regina, ¿por qué tanta prisa?! —protestó Carlos mientras lo arrastraba por el estacionamiento.
—Quiero estar en casa. Me duele la cabeza… tanto escándalo.
Durante todo el trayecto estuvo callada abrazando su propio cuerpo, intentando contener el calor que se había apoderado de él. ¿Cómo había permitido que aquello sucediera? ¿Por qué se había comportado así con Mauri? ¿Por qué el beso había acabado? ¡¿Qué?! Se sobó las sienes con los dedos, intentando apagar sus pensamientos pero era imposible. Las sensaciones que había experimentado minutos atrás volvían. Podía sentir aún las manos de Mauritania sobre ella, acariciándola. Sus labios posesivos, su lengua intrusa, el calor… Se movió en su asiento apretando las piernas, queriendo que la excitación se le pasara.
Cuando llegó a casa no perdió tiempo para meterse bajo el chorro de la ducha, sintiendo vergüenza al comprobar la humedad en su zona más íntima.
—Otra vez no por favor —suplicó al universo en un susurro mientras más lágrimas caían por sus mejillas.