13 Me siento tan normal, tan frágil, tan real


Regina

En cuanto entró a la casa de sus papás, Regina sintió que sus sentidos eran brutalmente atacados. Los villancicos sonaban fuerte, las luces y adornos eran tan abundantes y llamativos que la chica estuvo a punto de salir corriendo de ahí.

Las mesas redondas estaban colocadas en la enorme terraza trasera, donde varios amigos y familiares estaban ya sentados, disfrutando de las bebidas y bocadillos que los meseros les servían.

   —Hola, padre —le dijo a un hombre alto y fornido que estaba de pie junto a la alberca observando todo a su alrededor.

   —Hola, hija. —Su papá le besó la mejilla—. Tu madre estaba preguntando por ti hace un momento.

   —Ahora voy a buscarla.

   —Hola, Fabián. —Carlos estrechó la mano de su futuro suegro.

  —Hola, Carlos, ¿qué tal el trabajo? ¿Leíste el problema en que está el subsecretario? ¿Qué opinas? ¿Librará la cárcel?

   —Pues…

   Regina se dio la vuelta y caminó entre las mesas saludando a sus tíos y primos, mientras buscaba a su madre con la mirada. La encontró cerca del banquete, acomodando más adornos en forma de ángeles.

   —Hola, mamá.

   —¡Hija! —Olga la abrazó con fuerza—. ¿Dónde estabas? No te vi en misa.

   —Perdón, se nos hizo tarde y preferimos venir directo.

   —Pues que mal. Primero hay que ir a la fiesta en la casa de Dios y luego aquí, lo sabes.

   —Sí, mamá. Perdón. Iré a misa mañana.

   —Sin falta, Regina. Quiero verte en el reino de los cielos. Por cierto… ¿viste lo gorda que se ve Cecilia? —murmuró su madre acercándose más a ella. Regina giró un poco el rostro en dirección a su prima.

   —Yo la veo igual de bonita que siempre. —Entonces se fijó en que Cecilia iba acompañada por Orlando, su infiel y abusivo marido—. ¿Qué hace ese tipo aquí?

   —Es su esposo, Regina.

   —¡Es un imbécil! ¿No lo había dejado ya?

   —Sí, cometió ese error.

   —¡¿Error?!

   —Regina, el matrimonio es para siempre. La bendición de Dios no debe tomarse como un juego. Está casada con él y es su deber aguantar los momentos difíciles. Dios le manda pruebas a todos los matrimonios.

   —Él la golpea y se acuesta con otras, no creo que Dios se ofenda si Cecilia lo deja.

   —No voy a discutir contigo hoy. Y será mejor que vayas a confesarte —terminó su madre dejándola ahí parada sola.

   Los siguientes minutos Regina intentó disfrutar la compañía, pues no era tan usual que todos estuvieran juntos. Normalmente toda su familia materna asistía a esa cena, pues sabían que serían bien atendidos y agasajados. Su madre solía acaparar esa fecha, cosa que parecía no importarles a los demás si eso significaba quitarse el dolor de cabeza de organizar una fiesta para todos. Mientras que por otro lado, Olga parecía haber nacido para eso.

   La castaña se concentró en responder las preguntas que sus primas le lanzaban. ¿El tema? Su boda obviamente. Carlos estaba fascinado hablando del tan esperado evento, cosa que a Regina le irritó un poco, pues su prometido presumía orgulloso el banquete, el salón, la música… ¡cosas que no se había tomado la molestia de contratar!

   —Prima, te sacaste la lotería con este galán —dijo Samantha con encanto.

   —Es lo mismo que le digo todos los días —bromeó Carlos levantando su copa—. Sinceramente estoy ansioso por que llegue la fecha —continuó su novio mirándola—. No hay nada que desee más que ver a Regina caminando hacia el altar.

   —Awww. —Las primas y tías pusieron ojitos de borrego enamorado ante aquella confesión. Regina le sonrió a Carlos cuando el hombre le besó el dorso de la mano.

   —Todos ya queremos que llegue ese día —dijo la tía Ofelia—. Mi cuñada seguro tirará la casa por la ventana en la boda de su princesa.

   —¡Yo ya he empezado a buscar mi vestido! —Se metió la prima Martha—. Por supuesto nada que opaque a la novia —aclaró la mujer haciendo un guiño hacia ella.

   —Tu sola belleza me opaca, Marthita —respondió la castaña.

   —Nada de eso. —Su madre apareció detrás de ella, plantando un beso en su mejilla antes de tomar asiento a su lado—. Ese día tú serás la protagonista, por eso estamos contratando lo mejor de lo mejor. He soñado con este día desde tu nacimiento, ¡como todas las madres del mundo! Y no hay mejor partido para ti que Carlos. —Olga le sonrió a su casi yerno—. Estoy muy orgullosa de que te integres a nuestra familia, porque por si no lo saben, Carlos tiene un brillante futuro como abogado —anunció la mujer a todos.

   —¡Eso necesitamos! ¡Un abogado! —declaró el tío Armando.

  —En nuestra familia ya hay casi de todo. Médicos, contadores, maestros, psicólogos… —Empezó a enlistar su madre, haciendo que Regina ocultara su sonrisa detrás de su copa al recordar cómo se refería Mauri a esa cena: reclutamiento. Su mente voló muchos kilómetros más allá, rumbo a una fría y silenciosa sala de espera de un hospital. ¿Mauri y Paulina ya habrían cenado algo? ¿Cómo seguiría Manuel? Repentinamente se sintió mal por estar en esa celebración. Ella no quería estar bebiendo y platicando de banalidades, quería estar acompañando a Paulina… y a Mauritania.

   Movió enérgicamente la cabeza para recuperar el control de sus pensamientos. Sería muy absurdo hacer caso a esos deseos. Ella debía estar justo ahí, en casa de sus padres, junto a su prometido.

   —Sería mejor si nos contactamos con alguna de tus amigas, Regi —dijo Samantha.

   —¿Qué? —preguntó ella sin saber a lo que se refería su prima.

   —La despedida… tu despedida de soltera… —enfatizó la mujer con algo de desesperación en su voz. Regina no sabía cuántos minutos atrás habían empezado a hablar de ese tema—. Como tu dama de honor…

   —¡¿Disculpa?! —Se metió Martha—. Yo seré su dama de honor.

   —¡Ay, por favor! ¡Tú ya estás casada! —argumentó Samantha.

   —¡¿Y eso qué?!

   —Voy por algo del bufete —le dijo a Carlos, dejando que sus primas siguieran con su pelea. Caminó hacia la mesa de la comida, tomó un plato y empezó a echar un vistazo a todo lo que había.

   —Se ponen intensas, ¿no? —le dijo Cecilia parada a su lado.

   —Como siempre.

   —¿Y quién será tu dama de honor?

   —Mi amiga María. —Ante eso su prima soltó una carcajada.

   —Martha y Sam se volverán locas cuando se enteren.

   —Seguramente. Pienso decirles por mensaje, no quiero que me linchen.

   —Haces bien —apoyó Cecilia, tomando otro pedazo de filete de la charola.

   —¿Y tú qué tal?

   —Intentando salvar mi relación… sé que detestas a mi esposo.

   —Detesto como te trata —admitió ella.

  —Sabes cómo son… apariencias… —masculló su prima haciendo una clara referencia a su familia.

   —Dímelo a mí —respondió ella en voz baja, aunque tal vez no lo suficiente pues Cecilia la miró analíticamente un momento antes de volver a hablar.

   —¿Problemas en el paraíso?

   —¿Qué?

   —Vamos, Regi. Nada puede ser tan perfecto.

   —Todo está bien.

   —¿Sí? He visto a muchas chicas a punto de casarse. Tú no pareces una.

   —Solo estoy algo abrumada por los preparativos.

  —Me imagino que mi tía quiere opacar cualquier otra boda que se haya realizado en la historia de la humanidad —exageró su prima. Aunque era cierto.

   —A veces parece que es su boda.

   Cecilia soltó una carcajada.

   —No te envidio para nada. La tía Olga puede ser muy pesada con esas cosas. ¿Y qué hay de Carlos?

   —¿Qué hay de qué?

   —¿Cómo te trata…? ¿Está entusiasmado con la boda?

   —Sí… a su modo. No se ha involucrado mucho.

   —¿Y estás segura de querer casarte con él? —soltó de repente su prima.

   —¿Por qué no lo estaría?

   —Regina, cuando hablas de tu boda pareciera que estás preparando tu visita al paredón.

   —¡No exageres! —dijo ella con nerviosismo.

   —Tal vez tienes razón, son los preparativos, el estrés… o tal vez no. ¿Qué sucede?

   Regina pensó un momento. ¿Sucedía algo?

   —No pasa nada, Ceci —dijo con calma.

   —Que bien. —Su prima iba a marcharse, pero giró de nuevo hacia ella en el último momento—. En caso de que pase algo, deberías platicar con alguien de tu confianza. No cargues con cosas que te pueden explotar en las manos.


Mauri

Después de echar abundante agua en su cara, Mauri regresaba a la sala de espera. La espalda le dolía por haber pasado la noche en una silla, pero al menos se sentía contenta. El lugar estaba casi vacío, haciendo que sus pasos resonaran aún más. Levantó los brazos y se estiró para hacer tronar sus huesos. Minutos atrás Paulina la había despertado antes de correr al cuarto donde estaba Manuel, pues según la enfermera, el hombre había mostrado una ligera reacción.

   Mauri suspiró rogando porque su cuñado al fin despertara. Ese sería el regalo de navidad perfecto para su familia. ¿Debía llamar a su madre? No. Sería más prudente esperar a tener una conformación del estado de salud de Manuel antes. Revisó su celular y vio varios mensajes de su novia. Jessica le había mandado un texto bastante bonito y largo sobre el espíritu navideño, amor, esperanza y el futuro juntas. La pelirroja presionó la pantalla para responder pero el cursor no se movió. ¿Qué se respondía a un mensaje así? Escribió un par de líneas y observó. Poco convencida, borró lo que había tecleado.

   —Feliz navidad para ti también. Saludos —murmuró—. Qué raro suena eso, Mauritania. Debes ser más romántica —se regañó a sí misma—. Tal vez deba… —Decidió llamar a su chica.

   El tono sonó un par de veces.

   —¡Hola, amor! —dijo la voz despreocupada de Jessica.

   —Hola, ¿te desperté?

   —Sí, pero no importa.

   —¿Terminó tarde la celebración?

   —No tanto pero me quedé ayudando a mis padres a recoger el desastre que hicieron mis sobrinos. ¿Cómo van las cosas por ahí?

   —Bien. Creo que Manuel volverá pronto a casa.

   —¡¿Ya despertó?!

   —No lo sé. Llamaron a Paulina hace un momento, creo que son buenas noticias.

   —¡Qué bien! Y… ¿Me extrañas? —Jessica usó su voz traviesa.

  —Mucho —respondió Mauri tumbándose sobre el sofá grande—. ¿Cuándo regresas?

   —En tres días. ¿Te parece si desayunamos juntas?

   —Sí, por supuesto.

  —Bien, entonces te prepararé algo rico. ¡Ya voy papá! —gritó Jessica—. Lo siento, mi padre quiere que lo lleve a comprar su periódico.

   —Claro, no te preocupes. Hablamos después.

   —Te adoro —dijo su novia, haciendo que Mauri se pusiera algo nerviosa.

   —Yo… —Regina apareció al otro lado de la sala. Caminaba hacia ella con el cabello castaño suelto y unos jeans ajustados—. Estoy loca por ti —susurró Mauri dejando caer el teléfono, dedicándose a observar a la recién llegada.

   —Hola. —Saludó la chica castaña sentándose a su lado, regalándole una hermosa sonrisa.

   —¿Qué haces aquí tan temprano?

   —Te traje algo —anunció Regina sacando una pequeña caja de su bolso.

   —¿Un regalo?

  —Algo así. —La castaña tenía las mejillas ligeramente sonrojadas cuando le entregó el paquete a Mauri, quien miró con curiosidad la cajita.

   —¿Es una bomba?

   —De calorías. Ya ábrelo.

   La pelirroja se sorprendió al ver lo que Regina le había llevado. Era un extrapanini, algo que ella solía comer con frecuencia en el pasado.

   —¡¿Dónde lo conseguiste?! ¡Panini´s cerró hace años!

   —Yo lo hice —declaró con orgullo Regina.

   —¿En serio?

   —Sí. En la madrugada antes de venir. Hace unos días busqué la receta en YouTube y… bueno… feliz navidad.

   —Carajo. Yo no te compré nada —dijo Mauri algo apenada mirando de reojo a su examiga.

   —Verás… —Regina se acercó un poco como para decirle un secreto—. El panini está cortado a la mitad…

   —En ese caso, espera aquí —pidió levantándose rápido de su lugar—. ¡No me tardo! —gritó llamando la atención de las pocas personas que se encontraban ahí. Al menos quería invitarle algo a la castaña. Atravesó el hospital hasta la cafetería, pidió aquello que había descubierto en su menú un día antes, se apresuró a pagar y regresó a la sala. Regina seguía en su sitio y clavó los ojos en ella en cuanto la vio.

   —¿Qué estás tramando, Mauri? —interrogó la chica cuando se dio cuenta que tenía las manos ocultas en su espalda.

   —Elige. ¿Derecha o izquierda? —le dijo a la castaña, que frunció el ceño y pensó un poco.

   —Derecha.

  —Uy qué pena. —Mauri le enseñó a Regina su mano vacía—. Aunque en realidad necesito las dos manos para sujetar esto —dijo revelando lo que ocultaba. Un vaso con un líquido oscuro del que salía humo.

  —¿Café? —preguntó Regina tomando el gran vaso con mucho cuidado. Entonces la chica abrió mucho los ojos al ver que en la superficie había un pequeño montículo de crema batida con unas galletas oreo incrustadas—. Chocolate cookies and cream —dijo encantada la castaña.

   —En teoría debe estar en un vaso elegante pero estamos en un hospital.

   —Está perfecto —comentó Regina soplando la bebida. Mauri observó por varios segundos a la mujer frente a ella, que parecía muy cómoda a pesar del lugar y las circunstancias.

   —Probemos tu creación.

   Tomó su pedazo de panini y le dio un mordisco.

   —¿Y? —Regina esperaba su veredicto con impaciencia.

   —Maravilloso —dijo ella masticando con gusto—. Es mucho mejor que en mis recuerdos.

   Lo que estaba pasando ahí era algo tan irreal que Mauri sentía que bien podría ser un sueño al final de todo. Regina estaba sentada a su lado compartiendo aquel desayuno que, aunque parecía poco, en realidad significaba mucho. La pelirroja no estaba segura de lo que pretendía la castaña con ese gesto, pero estaba muy agradecida con las atenciones que había tenido con su familia y con ella los últimos días.

   —Tengo uno más para Pau… —dijo Regina cuando acabó su panini.

   —Muchas gracias. Parece que tendremos buenas noticias sobre Manuel. Paulina entró a verlo. Ojalá pronto podamos llevarlo a casa. Josh ya lo extraña mucho.

   —¡Genial! ¿Joshy cómo está?

   —Bien —respondió ella mirando el suelo con algo de vergüenza por lo que diría—. Es un niño fantástico… yo no le prestaba mucha atención antes de esto.

  —Entonces corrígelo. Él te quiere mucho. —Regina soltó una carcajada, haciendo que Mauri la observara—. Nos contó a Jessica y a mi que te ayudaba a conseguir citas.

   —Chamaco torzón —dijo ella riendo también—. ¡Fue solo una vez! Tal vez tres… ¡Pero fue hace siglos!

   —Mauri, Josh tiene cinco años, ¿hace siglos?

   —Tal vez hace algunos meses, sí —aclaró ella cruzando sus brazos.

   —¡Ahí viene tu hermana!

   En efecto, la mujer se acercaba desde el pasillo de los ascensores. Pudo notar una ligera sonrisa en ella, dándole a Mauri la esperanza de escuchar buenas noticias.

   —¡¿Y?! —preguntó apenas Pau se detuvo frente a ellas.

   —Despertó.

   —¡Sí! —gritó Regina emocionada lanzándose a los brazos de Paulina.

   —¡Eso es genial, hermana!

   —Él está bien, me reconoció. —Los ojos de Paulina se humedecieron—. Ahora le harán unos estudios y si todo sale en orden lo trasladarán a un cuarto donde podremos acompañarlo todo el tiempo.

   —¿Quieres llamarle a mamá?

   —Sí, solo iré por algo de comer primero. Esto me ha abierto el apetito.

   —Por eso no te preocupes —dijo Regina triunfal—. Te traje algo. —Entonces la castaña sacó el regalo que le había llevado a Paulina también.

   —Eres un ángel. —La mujer abrazó a la chica—. Por cierto, ¿qué haces aquí en la mañana de navidad?

   —Creí que tal vez necesitarían quien las alimentara —dijo Regina encogiendo sus hombros.

   —Gracias. Yo me quedaré aquí hasta que terminen los estudios, pero tú deberías ir a dormir —le dijo Paulina a Mauri.

   —¿Qué? No, me quedaré contigo.

   —Has tenido una semana muy dura. Ve a casa un rato. Por favor. —Mauri sonrió cuando su hermana le acarició la mejilla. Por fin podía ver serenidad en ella.

   —De acuerdo. Pero solo iré a darme un baño y volveré.

   —¿Por qué eres terca?

   —Lo heredé de ti.

   —Yo me quedaré contigo —intervino la castaña.

   —¿Cómo crees Regina? —Se quejó Pau—. Es navidad, seguro tienes que estar con tu familia.

   —Puedo ir más tarde —dijo la chica restándole importancia.

   —Entonces voy y vuelvo.

   Mauri se apresuró a salir del hospital. Debía admitir que se sentía agotada de esos últimos días. Pero para su mala suerte, algún estúpido había dejado atravesado su auto justo detrás del suyo. Después de maldecir y de hablar con un par de personas en busca del dueño, ingresó de nuevo al hospital para pedir apoyo. Sin embargo, nadie daba con el conductor del coche. La pelirroja ya estaba resignada a tomar un taxi a casa, cuando Pau y Regina se encontraron con ella.

   —¿Por qué no miras de nuevo? Tal vez ya se marchó —sugirió su hermana. Mauri se acercó al cristal de la ventana y estiró el cuello. Su coche seguía atrapado.

   —Ahí está.

   —Yo te llevo —dijo entonces Regina—. Te dejo en tu departamento, paso por un pendiente de mi madre y regreso por ti para volver al hospital.

   —Esa es una excelente idea. —Paulina la empujó ligeramente para animarla a aceptar la oferta.

   —Pero…

  —Pero nada, Mauri. —Se quejó Paulina con el ceño fruncido—. Tienes prisa, ¿no?

   —De acuerdo.

   La pelirroja caminó junto a Regina hasta el estacionamiento, donde pudo ver su amado Golf en la otra hilera de autos. Regina presionó el botón para quitarle los seguros a su Mini Cooper y subió con elegancia. Apenas trepó, Mauri pudo sentir el delicioso aroma del interior. Era como el perfume de Regina potenciado al máximo. Se colocó el cinturón mientras la castaña salía a la avenida.

   —Siento que fue hace milenios la última vez que fuiste mi copiloto —le dijo de repente Regina.

   —Sí, fue hace mucho… —La castaña esquivó un bache con brusquedad—. Y sigues conduciendo igual.

   —Ja-ja. Habló Toretto —se burló su examiga. Mauri sonrió y cruzó una mirada con Regina, sintiendo de pronto mucho calor en la cara.

   —Y… —Carraspeó—. ¿Seguirá la fiesta?

  —No precisamente. Tengo que acompañar a Carlos a casa de su madre… y luego con su papá. Si me queda tiempo iré a casa de mi mamá más tarde.

   —Tienes muchas visitas sociales como para estar llevándome y trayendo. Puedo tomar un taxi de regreso.

   —Por supuesto que no. Sinceramente… bueno, no es que esté saltando de emoción por ver a mis suegros.

   —O a tu madre —terminó Mauri, sabiendo por la expresión de Regina que había dado en el clavo.

   —¿Y qué cuenta Jessica?

   —Se quedará unos días en casa de sus padres. Vuelve… mmmm… creo que dijo en tres días.

   —¿Crees?

   —Sí… estoy casi segura.

   —Eres terrible, Mauritania.

  —¿De verdad te lo parezco? —Entonces giró el rostro hacia la castaña, que aprovechó una luz roja del semáforo para mirarla también.

   —No… sé que puedes ser muy atenta cuando te lo propones.

   —Qué bueno que lo admites.

   Mauri sonrió sosteniendo la mirada de Regina. Era algo extraño sentirse tan a gusto en ese momento. Días atrás creyó que la castaña nunca más le volvería a hablar y ahí estaban, yendo a su departamento en Navidad. El sonido de un claxon las hizo dar un salto a ambas.

   Regina se apresuró a poner el auto en marcha, mientras Mauri miraba por la ventana tratando de tener muy claro algo: Regina y ella solo eran compañeras de trabajo. La castaña le estaba haciendo un favor y ya. Además, Regina hacía todo eso por su afecto hacia Paulina.

   —¿Y cuándo piensas hablar con Jess sobre la mudanza? —preguntó de repente su examiga.

   —Pues el accidente movió todo. Se suponía que hoy iría a conocer a su familia y… pensaba llevarla a un sitio romántico.

   Regina le dirigió una sonrisa tímida.

   —Eso le hubiera encantado. Puedes llevarla luego ¿no?

   —Sí… ¿No te parece extraño esto?

   —¿Qué cosa?

   —Estar platicando sobre esto… estar platicando de lo que sea.

  —Tal vez sea la energía navideña —se burló Regina—. Quiero pensar que nuestras discusiones irán disminuyendo con el tiempo. Tenemos que madurar en algún momento, ¿no crees?

   —Puede ser. Me gusta hablar contigo sin pelear.

   —A mí también.

   —Y prometo encontrar la forma de pagarte.

   —¿Pagarme qué cosa? —preguntó Regina tomando la avenida hacia el edificio de Mauri que de pronto apareció frente a ellas.

   —Todo lo que hiciste estos días.

   Habían llegado. Regina detuvo el auto y la miró. Mauri esperó paciente pues notaba que la castaña quería decirle algo.

   —Entonces… no vuelvas a besarme —soltó Regina. La cara de la chica estaba muy roja, pero aún así no apartó la mirada. Mauri sentía también mucho calor en la cara. Asintió despacio y sonrió.

   —Te lo prometo.

  —Bien. —Regina ensanchó su sonrisa, haciendo que Mauri se sintiera momentáneamente hipnotizada.

   —Entonces me daré prisa —dijo la pelirroja bajando del auto.

   —Sí, yo creo que estaré de vuelta en… —Regina miró el reloj de su muñeca—. Cuarenta minutos.

   —Perfecto, gracias.


Regina

No le encantaba hacerle favores a su madre, pues aquella mujer siempre encontraba algún detalle para regañarla. Sin embargo, no pudo negarse cuando su mamá le llamó para pedirle que pasara a buscar un paquete a casa de una amiga suya.

   Sin embargo, en ese momento Regina estaba arrepentida por haber dicho que sí, pues había muchísimos autos circulando. Era como si todos hubieran despertado al mismo tiempo y decidieran salir a pasar la navidad en las plazas y restaurantes de la zona. Así que con algo de dificultad, pudo incorporarse a la circulación hacia el departamento de Mauri.

   A pesar de sus intentos, se le había hecho tarde. Al menos media hora más de lo estimado. Aparcó frente al edificio y sacó su celular para avisarle a la pelirroja que ya estaba ahí. Cuando desbloqueó el aparato, vio varios mensajes de Carlos recordando que debían reunirse en la casa de su mamá y que no llegara tarde. La castaña miró la hora haciendo cálculos mentales. Aún podía estar un par de horas en el hospital. Cuando por fin le llamó a Mauri, la chica no respondió. Lo intentó de nuevo y nada.

   Bajó del Mini Cooper e ingresó al edificio intentando comunicarse otra vez con Mauri sin éxito. Algo preocupada, subió al elevador. Mientras ascendía recordó lo que había hablado con Mauri y se tapó la cara. ¿De dónde carajo sacó el valor para pedirle eso? ¿Que no la besara? Negó enérgicamente mientras sus manos seguían cubriendo su rostro. Ella no se consideraba una persona valiente y sin embargo, había necesitado de mucha valentía para mirar los ojos de Mauritania y decir aquella frase.

   Caminó por el pasillo respirando hondo para tranquilizarse. Tal vez estaba viviendo un milagro de navidad, porque si Mauri y ella por fin lograban mantener una relación de educada cordialidad, eso sin duda sería un milagro.

   Tocó la puerta, que se abrió con suavidad.

   —¿Mauri? —Entró al departamento, que lucía vacío a excepción de un sofá a mitad de la sala y un televisor en la pared. Todo parecía en orden. La cartera de la pelirroja estaba en la isla de la cocina. Fue hasta que Regina asomó la cabeza en la habitación, que entendió lo que había ocurrido. Mauri estaba profundamente dormida. La castaña dio un par de pasos hacia la cama, sintiendo el tremendo frío que hacía ahí. Mauritania siempre había sido fanática de colocar el aire acondicionado a toda su capacidad, sin importar si afuera había nieve, tormenta o lo que fuera—. Oye… Mau… —La pelirroja no reaccionó, seguía profundamente dormida con las cobijas cubriendo todo su cuerpo. Regina las jaló—. ¡AAHH! —gritó al ver el cuerpo desnudo de la pelirroja. Se tapó los ojos y giró, escuchando enseguida un fuerte golpe y un quejido—. ¿Estás bien? —preguntó sin atreverse a mirar, sintiendo un estremecimiento en toda la piel—. ¡Mauri!

   —¡¿Dónde está mi ropa?!

   —¡Yo qué sé!

   La castaña soltó una risita al oír como la pelirroja andaba de aquí para allá abriendo cajones y maldiciendo.

   —Lo siento, no te escuché entrar.

   —No, discúlpame tú. No debí meterme a tu departamento así nada más. ¡¿Por qué dejaste la puerta abierta?!

   —No me di cuenta.

   Regina se atrevió a abrir los ojos. Parpadeó varias veces intentando apartar de ella la imagen de Mauri desnuda sobre el colchón. Se movió algo incómoda. Debía salir de esa habitación, pero se quedó de piedra cuando descubrió un espejo junto a ella. El reflejo de Mauri era claro. La chica estaba de espaldas a punto de colocarse la ropa interior. La castaña recorrió con la vista aquella espalda en la que muchos años atrás había depositado infinidad de besos. Contempló las piernas… los glúteos de la pelirroja.

   —Yo… —La voz apenas le salió—. Te… espero afuera —dijo como autómata sin poder apartar la vista del espejo.

   —Gracias. Hay cosas para beber en el refrigerador, toma lo que quieras.

   Haciendo un enorme esfuerzo, Regina se movió de su lugar y corrió al baño del final del pasillo.

   —¿Qué te pasa, Regina? —Se preguntó a sí misma cuando estuvo a solas—. Termina con esto y vete a casa con tu novio. —Abrió la llave del lavabo y se mojó un poco la cabeza, arrepintiéndose por completo de estar ahí. Respiró hondo varias veces, espantando las sensaciones de su cuerpo.

   Se quedó ahí unos minutos mirando a su alrededor. Cuando escuchó movimiento en la sala, Regina salió de su escondite. Ya estaba más relajada.

   —¿Estás bien? —Los ojos perspicaces de Mauri se clavaron en ella.

   —Sí, solo necesitaba usar tu baño.

   —Perdón por lo de hace rato. No sé en qué momento me dormí.

   —No te preocupes. Fue mi culpa por entrar así.

   —Bueno, tampoco es algo que no hubieras visto antes.

   Regina no pudo evitar soltar una carcajada, haciendo que Mauri también sonriera.

   —¿Tienes agua? —dijo sin pensar.

   —Agua, cerveza, jugo, café, leche, lo que quieras. —Mauri caminó a la cocina y ella la siguió.

   —Me encanta aquí, es tan amplia. Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué elegiste un departamento con una cocina tan grande si tú nunca cocinas?

   —Pues… —Mauri empezó a sacar varias cosas de su nevera—. ¿Cómo sabes que no cocino?

   —¡Por favor, Tini! —Regina se regañó mentalmente por aquel comentario pero Mauri solo empezó a reír mientras colocaba varias bebidas frente a ella.

   —De acuerdo, no cocino nunca… tal vez solo quería mucho espacio. No sé. Me gustó el lugar. ¿Cuál quieres?

   Regina observó las ofertas y eligió un jugo de naranja.

   —Muero por una cocina así. La mía es más pequeña y no puedo colocar todos los hornos que deseo.

   —¿Cuántos hornos se necesitan en una casa?

  —Muchos. Todo el mundo lo sabe —dijo Regina antes de dar un sorbo a su jugo.

   —Puedes venir a cocinar aquí cuando quieras.

   —¿Sí? —La castaña levantó una ceja.

   —Claro, solo debes pagarme con la mitad de lo que cocines. Ya sabes, como una ofrenda.

   —¿Y si cocino un pastel de nuez? —Regina soltó una carcajada ante la cara de disgusto de la pelirroja. Mauri se estremeció.

   —Mejor hablemos de otra cosa y no de mis alergias.

  —¿De qué quieres hablar? —Regina decidió sentarse en el sofá de la sala, haciendo que Mauri la siguiera.

   —Podemos hablar de dinosaurios, extraterrestres, ballenas, uff. Hay tantas cosas que podemos platicar.

   —¿Sigues viendo aquel programa de aliens?

   —¿«Alienígenas ancestrales»? Si —le dijo Mauri con orgullo. Regina negó con la cabeza.

   —Déjame adivinar… —fingió que pensaba—. ¿Luego no puedes dormir por temor a que estén bajo tu cama?

   Mauri no respondió. Solo bebió un sorbo de su agua haciendo que la castaña empezara a reír.

   —Bueno… cada loco tiene sus cosas, ¿no? Tú veías… ¿cómo se llama? ¿«Decogarden»?

   —¡Es el mejor programa de decoración del mundo!

   Entonces fue el turno de Mauri de reír con fuerza.

   —¡No lo puedo creer, Yiyí!

   —¡Es mucho mejor que ver extraterrestres! ¡Olvida mi ayuda para decorar tu departamento, Tini! —se quejó tirándole un cojín a Mauri a la cara.

   —¡De acuerdo! Creo que es hora de aceptar que somos unas maniáticas con ciertas cosas.

   —Tú más —se defendió ella riendo de nuevo.

   Su celular empezó a sonar, así que se apresuró a sacarlo. Era Carlos. Sin pensarlo demasiado desvió la llamada.

   —¿Todo bien? —Mauri la miraba con preocupación.

   —Sí, solo es Carlos.

   —¡Ah, cierto! Tienes compromisos familiares, ¿quieres que nos vayamos?

   Regina miró su reloj de nuevo. No entendía por qué su prometido la presionaba, faltaba mucho para la hora acordada. Además, Regina tenía la firme intención de llegar tarde a casa de su suegra.

   —La verdad no tengo muchas ganas de ir.

   —¿Son desagradables?

   —En general no. Solo… —Se encogió de hombros—. ¿Te pasa que a veces te sientes incómoda aunque aparentemente todo esté bien?

   —Tal vez con los interrogatorios de mi mamá.

   —¿Cómo está ella? ¿Y tu papá?

   —Están bien ambos. Están tranquilos, sin problemas. Su única preocupación es sobre cuándo me casaré —terminó Mauri riendo—. Mi mamá insiste en que debo apurarme o seré una solterona rodeada de gatos. ¡Lo que no entiende es que mi meta es justo eso!

   —¿Recuerdas que tienes novia?

   —¡Oh, cierto!

   —¿Planeas presentarla a tus padres pronto?

  —Sí —dijo Mauri sin titubeos, haciendo que Regina sintiera una tristeza repentina—. Quería que fuera antes de terminar el año. Veremos como van las cosas.

   —Bibiana enloquecerá.

   —Eso me temo.

   Su teléfono volvió a sonar y Regina decidió apagarlo. Le molestaba mucho que Carlos siempre la estuviera apurando para todo. Era tan irritante con el tema de las visitas a su familia, que Regina muchas veces se la pasaba ideando maneras para saltarse esos compromisos.

   —Lo siento.

  —¿No tendrás problemas por eso? —preguntó Mauri yendo de nuevo a la cocina.

   —No te preocupes. No seré la primera nuera en llegar tarde a la comida con los suegros.

   —¿Quieres un pedazo de pizza?

   —¿Es de las congeladas o de una pizzería? —preguntó fuerte para que su voz llegara hasta la cocina.

   —De pizzería —respondió Mauri a su espalda. Regina volteó y vio a la chica metiendo varios pedazos de pizza en su microondas.

   —Me encantaría.

   —¿Cerveza?

   —¿En serio tengo que responder esa pregunta?

   Se escuchó la risa de Mauri mientras abría la nevera. Dos minutos después, Regina disfrutaba de una deliciosa pizza de cuatro quesos y una cerveza bien fría.

   ¿Había una forma más perfecta de pasar la navidad?