26 ¿Qué escondes dentro de tu alma?


Mauri
Cuando las llantas del avión tocaron tierra, Mauri abrió los ojos. Parpadeó varias veces intentando espantar las ganas de dormir de nuevo. En los altavoces se escuchaba la voz del capitán anunciando que ya estaban en casa.

   Giró el rostro para ver a Regina, que aún mantenía la cabeza apoyada en su hombro. Aquella mañana había sido muy agitada, pues su salida nocturna se había prolongado hasta las cuatro de la madrugada, dándoles tiempo únicamente de pasar al hotel por sus cosas y llegar al aeropuerto.

   La castaña se movió pero no abrió los ojos, solo frunció el ceño y se quedó ahí. Mauri se entretuvo mirando a las personas ponerse de pie y tomar sus cosas de los compartimentos de arriba.

   —Señoritas, ya es hora —le dijo una azafata al ver a Regina en su posición todavía.

   —Claro… Regina, ya llegamos —susurró al oído de la chica, que solo gruñó—. Si no abres los ojos te dejaré aquí.

   —No te atreverías a tanto, Mauritania —contestó Regina. Pudo ver los hermosos ojos miel de su examiga explorando su alrededor.

   Salir del avión siempre le había parecido algo muy lento y aburrido a la pelirroja pero afortunadamente lograron hacerlo y tomar sus maletas sin contratiempos. Caminaba junto a Regina en silencio, esperando el momento de la inevitable despedida. Le hubiera encantado tener planes juntas para ese fin de semana, pero sabía que Regina seguro tendría que correr con los últimos pendientes de su boda. Ella no estaba en el mapa de la castaña.

   La salida del aeropuerto apareció ante ellas. Mauri se detuvo y sacó su celular para pedir un taxi. En eso estaba cuando notó que Regina estaba de pie frente a ella.

   —¿Irás a tu departamento? —le preguntó la chica.

   —Sí, quiero dormir.

   —Yo también —dijo Regina sonriendo—. Anoche me divertí muchísimo.

   —Supongo que… fue un buen viaje.

   —Sí, lo fue. Y… ¿el domingo irás a casa de Paulina?

   —¿Cómo lo sabes?

   —Me invitó a la comida.

   —Ah… cierto. ¿Irás?

   —Sí —dijo Regina con firmeza—. ¿No quieres que vaya?

   —Es que.. solo… creí que estarías apurada por tu boda…

   —No. La verdad es que… —Regina titubeó un poco, haciendo que Mauri se sintiera nerviosa—. Me encantaría saludar a tus papás…

   —A ellos también les encantará verte.

   Regina asintió. Sus ojos miel brillaban con intensidad y Mauri tuvo la sensación de que quería decir algo importante, pero la chica tardó más de la cuenta de abrir la boca.

   —¿Te gustaría…?

   —¡Regina!

   El estómago de Mauri recibió un puñetazo cuando Carlos apareció junto a ellas y besó los labios de la castaña. La pelirroja dio un paso atrás, desviando la mirada.

   —¿Q-qué haces aquí? —preguntó Regina mientras Mauri seguía viendo hacia la salida. Quería largarse de ahí.

   —Vine a sorprenderte. Te traje un regalo —dijo Carlos ofreciendo a la chica un ramo de girasoles.

   Mauri le lanzó una sonrisa burlona a Regina. Aquellas eran las únicas flores del universo que la castaña detestaba. Como respuesta, Regina la miró feo una fracción de segundos.

   —Muchas gracias.

   —Entonces, ¿qué tal el viaje? —preguntó Carlos mirándola a ella.

  —Productivo —dijo a secas regresando su atención a su teléfono—. Bueno, Carlos fue un placer verte de nuevo. Regina… buen trabajo —dijo mirando a la chica una última vez—. Mi taxi llegó.

   —¿Qué dices? Nosotros podemos llevarte. —Ofreció Carlos.

   —No se preocupen, seguro tienen cosas que hacer, el gran día está muy cerca. Nos vemos luego.

   Y sin esperar respuesta, caminó hacia la salida.


Regina
Aunque la ciudad pasaba veloz por la ventana del auto, lo único en la mente de Regina era la imagen de Mauri alejándose con una maleta. Ni siquiera se había despedido apropiadamente de ella, aunque ¿qué era lo apropiado? ¿Un abrazo? ¿Un apretón de manos? ¿Un beso? Frunció el ceño al pensar en eso, pero es que desde la noche anterior sentía que lo único que quería era estar cerca de la pelirroja. Lo más cerca posible.

   Durante esas horas en el bar, ella se había olvidado de todos y de todo. Solo existía la música, Mauri y ella. Su compañera. Su mejor amiga. Su amor del pasado. Si Carlos no hubiera llegado, ¿qué hubiera hecho ella?

   Giró el rostro hacia su novio, que seguía hablando sin parar. ¿Qué había dicho? Intentó concentrarse en su prometido, pero su mente estaba llena de Mauri. ¿Qué estaba haciendo?

   Regresó su atención a la ventana pensando en que debía centrarse en el presente. Estaba a una semana de casarse. Llevaba meses con los preparativos, su madre había gritado de emoción cuando le dijo que Carlos y ella se casarían, debía dejar de pensar en bailes y pelirrojas. Pero falló. A su mente llegó de nuevo la imagen de Mauri caminando lejos de ella. ¿Ese dolor sentiría cuando la chica se marchara? ¿O sería peor?

   Miró los horribles girasoles en su regazo, ¿cómo era posible que su novio no supiera que los odiaba? Recordó la estúpida sonrisa de Mauri cuando la vio con esas flores. Regina estaba segura de que la chica se había mordido la lengua para no soltar una carcajada por aquello. Entonces se percató de algo: Yiyí las hubiera arrojado a la cara de Carlos. Pero Regina no. Ella las había aceptado en silencio.

   —Entonces, ¿qué haremos? —le preguntó Carlos con insistencia.

   —¿Con qué?

   —¿Cómo qué con qué? —Su prometido la miró ceñudo—. Con lo que te estuve diciendo todo el camino. ¿Te quedarás en casa de tus padres o no?

   Regina intentó conectar sus neuronas.

   —Ah… ya. Sí. Me quedaré con ellos esta semana, se lo prometí a mi mamá.

  —Pero… —Carlos colocó una mano sobre su pierna en un gesto coqueto—. ¿Antes podemos…? Te extraño.

   Regina detuvo el impulso de apartarle la mano de un golpe. ¿Qué le estaba pasando?

   —En este momento solo quiero dormir. Han sido tres días muy cansados.

   —¿Dormirás en casa?

   —No, solo tomaré unas cosas. Iré con mis papás.

   —De acuerdo —dijo Carlos suspirando—. Por cierto, Olga me dijo que llevara a mis padres a cenar el jueves.

   —¿A cenar?

   —Sí. Dice que quiere que sea una cena formal, como familia. Suena bien, ¿no te parece?

   —Claro. —El auto se detuvo y Regina entró a la casa. Aunque desde que se había mudado a esa propiedad Carlos le repetía sin descanso que era su hogar, en ese momento Regina se sintió como una extraña. Miró a su alrededor echando de menos ver las pertenencias de Mauri, como esos días en el hotel. En silencio recogió todo lo que necesitaría y asintió a lo que Carlos le contaba sin parar, aunque no escuchó una sola palabra. Quería salir de ahí rápido, quería estar a solas para calmar su corazón que no dejaba de latir con fuerza. Quería apaciguar esas ganas de correr hasta el departamento de Mauri para invitarla a cenar, al cine, al parque, a donde fuera.

   Cuando llegó a casa de sus padres se arrepintió enseguida. Su mamá hizo pasar a Carlos y no paró de hablar de la boda. Regina estaba segura de que todo ya estaba listo, o al menos estaba dispuesta a dejar que Margot se encargara. Ella solo quería dormir. Echó un vistazo a su celular pensando en si debía o no enviarle un mensaje a Mauri. ¿Estaría dormida? Recordó la primera noche en el hotel y sonrió. Había dormido a su lado. Después de muchos años se había acurrucado de nuevo junto a ella.

   Pensó entonces en Lara e Isabel. Lo hacían parecer tan fácil. Quien las viera notaba enseguida el gran amor que se tenían. ¿La gente pensaba eso mismo cuando la veían con Carlos? Las risas de sus padres y de su prometido la obligaron a concentrarse en lo que estaba pasando frente a ella.

   —¿Y qué dijo tu padre? —le preguntó Fabian a su futuro yerno.

   —No lo podía creer. ¡Estoy seguro que aún sigue sin creerlo!

   —Debe sentirse orgulloso de ti.

   —¿Y tú cariño, que piensas? —le preguntó Olga, haciendo que Regina sintiera pánico pues no tenía idea de lo que hablaban.

   —¿Sobre qué?

   —¡Sobre la reunión de Carlos, tu padre y el General Albornoz!

   —Ah, pues… —¿De qué reunión hablaban?—. Que es genial, ¿no? —dijo por compromiso.

   —¡Estupendo! —confirmó Carlos tomando su mano—. Siempre pensé que ser socio sería el escalón más alto en mi carrera pero, ¿te imaginas si Albornoz tiene razón? ¡En unos cuantos años podré estar en la cima de la política!

   —Incluso ser Presidente, me lo dijo —añadió su padre—. Y tú, querida niña, serás una primera dama perfecta.

   Regina quiso soltar una carcajada pero vio que aquello era en serio.

   —¿Confías en ese General? —le preguntó a su papá.

   —Pues claro. Está metido en el centro de todo. Si tienes su apoyo, tienes el apoyo de la Presidencia, con todo lo que eso implica. Y buscan gente como ustedes, jóvenes, atractivos, fotogénicos. Carlos, aprovecha esto, te asegurará la vida.

   —Mi hija será la esposa de un Gobernador o incluso de un Presidente —dijo Olga con lágrimas en los ojos—. Me muero de ganas de contarle a mis amigas.

   —Aún no podemos decir nada —intervino Fabián—. Hay que esperar a que se anuncien las candidaturas. Seguramente empezarán con algo discreto, tal vez una diputación local o plurinominal.

   ¿Qué hacía ella metida en eso? No le gustaba la política, ¡ni siquiera sabía qué partido estaba en el poder! Ella solo estaba enfocada en su trabajo en el sector privado. Sentía que esa era la única vía para un verdadero desarrollo económico: Generar muchos empleos, producir dinero, crecer empresas.

   Se imaginó posando para fotografías que luego estarían circulando por todas partes en una campaña política. Esa no era la vida que quería.

   —¿No crees que estaríamos mejor como estamos? ¿Tú en el despacho y yo en mi empresa? —le preguntó a su prometido.

   —¡¿Qué dices?! ¡Regina estamos hablando de ingresar a la verdadera élite!

   —¡Pero te encanta ser abogado!

  —Mujeres, ¿no? —soltó Fabián con una carcajada—. Nunca entenderán de política.

   —Tal vez no se trata de entender, solo de saber lo que se quiere —debatió mirando enojada a su padre.

   —Tendrás todo, Regina. ¿Qué más se podría querer en la vida? —preguntó Olga con dureza. Regina tenía al menos diez buenas respuestas para eso… pero prefirió callar.


Mauri
Sacó la bandeja del horno cuando Paulina le gritó desde el baño que lo hiciera. Su hermana se la había pasado cocinando y limpiando su casa para recibir a las visitas y justo le había quedado tiempo para bañarse. Sus padres no debían tardar en llegar, pues solo minutos antes habían avisado que pararían un momento en la tienda para comprar frituras.

   —Tía, ¿sabes lo que haces? —le preguntó Josh cuando puso la bandeja sobre la barra de la cocina—. Mi mamá pone primero esa tabla.

   —Ah… sí. —En ese momento sonó el timbre.

   —¡Llegaron mis abuelos! —gritó Joshua corriendo hacia la puerta.

   —¡Abre solo si son ellos! ¡Si son predicadores grita que no hay nadie!

   Puso las cosas en su lugar y buscó unos platos para poner la mesa. En eso estaba cuando escuchó la voz animada de su madre.

   —¡Hola! —Escuchó también la voz de su hermana—. No te hubieras molestado. Pasen, tengo a mi chef en la cocina.

   Frunció el ceño ante esas palabras de su hermana.

   —Dirás tu esclava —dijo girando para encontrarse a sus padres… y a Regina. La castaña recibía mimos de Bibiana, que la tenía sujeta del rostro y le pellizcaba los cachetes.

   —¡Mira que hermosura nos encontramos afuera! ¿Cuántos años han pasado, hija? —le preguntó su madre a Regina.

   —Unos seis años.

   —¡¿Tantos?! —Bibiana volvió a abrazar a la castaña—. ¡Qué bueno verte hoy! ¡Estás tan linda! ¿Verdad, Mauri?

   Entonces sus ojos se toparon con los de Regina, que estaba muy sonrojada.

   —Cada día es más hermosa —dijo con la cara ardiendo y regresó a lo suyo con los platos, ignorando a los demás.

   El alboroto siguió por varios minutos hasta que Manuel bajó de su habitación. Ya se veía mucho mejor y aunque caminaba lento, parecía más feliz que nunca en su vida. El hombre también saludó con entusiasmo a Regina y Josh pidió sentarse junto a la castaña.

   Por su parte, Mauri se sentó al otro lado de la chica, pues era el único sitio disponible cuando llegó al comedor.

   —Hola. —La saludó Regina con una sonrisa.

   —Hola… no estaba segura de que vendrías.

   —¿Por qué no? Te dije que lo haría…

   —Imaginé que tal vez querías estar con tu prometido y sus girasoles.

   —¿Tenías que mencionarlo? —preguntó Regina con cara de fastidio.

   —Nunca dejo pasar una oportunidad —dijo en tono triunfal.

   Regina le sacó la lengua y regresó su atención a Bibiana, que se había puesto de pie.

   —Bueno… quiero decir unas palabras.

   —¡Nooooo! —gritó Manuel haciendo que todos rieran.

  —¡Grosero! —se quejó Bibiana pero parecía muy feliz—. Quiero brindar y agradecer por que mi querido yerno está sano y salvo, porque sin él esta familia estaría incompleta.

   —Sí porque ¿quién hablaría de Juego de Tronos sin parar? —se burló Mauri.

   —¡A ti también te gusta! —se quejó su cuñado.

   —Pero no me disfrazo de Daenerys en las convenciones.

   —¡Ese fue Pablo!

   —Mauri, deja a mi marido en paz. —Se metió su hermana—. Él se disfrazó de Kahl Drogo, el esposo de Pablo, digo, de Daenerys.

   —¡Paulina!

   —Ya sea con vestido, peluca o barba postiza, te amamos Manuel —continuó su madre levantando su copa con el vino que Regina había llevado—. Y a ti, mi hermosa niña —siguió Bibiana mirando a la castaña—, no sabes la felicidad que me da verte de nuevo. Bienvenida a casa.

   Regina levantó también su copa y le sonrió a la mujer. Aquello se sentía extraño. Mauri quería decirle mucho más que eso, quería poner a sus pies todo lo que sentía y tenía, pero sabía que la chica no deseaba eso. Debía controlar sus emociones, eso no era un regreso de Regina. La castaña no compartiría nada más con ellos y si estaba ahí era por la invitación de Paulina. En unos días, Regina estaría sentada con su esposo y su familia perfecta, pasaría con ellos cada navidad y cumpleaños. Yiyí, aquella chica que Bibiana tenía en sus recuerdos ya no estaba. En su lugar estaba Regina, la que aceptaba girasoles sin protestar.

   —Mauri…

   Levantó la mirada cuando escuchó su nombre. Paulina la llamaba desde el otro lado de la mesa. Entonces se dio cuenta de que todos la observaban.

   —¿Qué?

   —Tu mamá quiere que todos digamos algo —le susurró Regina.

   —¿Y yo empiezo?

   —Claro, como castigo por no prestar atención. —La regañó la mujer.

  —Pues… —Parpadeó varias veces intentando pensar en algo—. Me alegra mucho verte bien —le dijo a su cuñado—. Eres el mejor hombre que conozco además de mi padre, y me alegra que mi odiosa hermana y mi querido sobrino te tengan en su vida.

   —Gracias —dijo Manuel con una gran sonrisa.

   —¿Y para Regina? —intervino Bibiana.

   —No, no es necesario —dijo la castaña.

   —¿Cómo no? ¡Anda, Mauritania! —La apresuró su madre.

   —Bueno… —Carraspeó y miró tímidamente a la chica a su lado, que también parecía apenada—. Creo que… —Su corazón retumbaba en su pecho y los ojos miel de Regina eran tan bellos que por un segundo olvidó donde se encontraba—. También me alegra verte, donde sea, a cualquier hora, cualquier día, por cualquier motivo —terminó con un hilo de voz.

   —A mí también. —Regina le regaló una sonrisa tan dulce que Mauri tuvo ganas de acercarse más a ella.

   —¡¿Ves?! ¡Es fácil! Josh, tú sigues.

   —Yo ya quiero comer —dijo el niño cruzando sus brazos.

   Mauri dejó de escuchar lo que su madre decía. Solo sentía el brazo de Regina rozando con el suyo. Sus ojos buscaron de nuevo los de la chica, que la miró también. Quería dejar de pensar y decirle lo que sentía, quería robarle un beso, quería todo con esa mujer. Sin embargo, cuando Regina desvió su mirada, Mauri apretó la mandíbula sabiendo que ese momento fugaz no significaba gran cosa. Muy pronto sus vidas se separarían y no volverían a verse.