28 Los demás son solo para olvidar



Regina

La prenda blanca frente a ella parecía una monstruosidad. El vestido de novia en ese momento estaba colocado sobre un maniquí en su habitación, cosa que lo hacía ver como un fantasma flotando. Regina sintió un escalofrío mirándolo.

    —¡Qué maravilloso! —dijo su madre. La castaña nunca había visto a su mamá tan feliz en toda su vida—. Mira qué detalles tan hermosos. —Olga acercó su cara a la tela y la tocó con suavidad, como si se tratara de algo divino.

    —Se ve… bien —dijo en voz baja, acomodando un mechón detrás de su oreja. Se sentía muy incómoda ahí parada.

   —Carlos se desmayará cuando te vea. ¡Serás la novia más hermosa del universo! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —Su mamá le rodeó los hombros con un brazo y la estrechó—. No sabes lo felices que estamos tu padre y yo, esto es como siempre lo imaginamos.

    Se quedó ahí de pie junto a su madre, mirando el enorme vestido frente a ellas. En dos días se lo pondría y caminaría del brazo de su papá hasta el altar, donde le juraría amor y lealtad a Carlos. Sintió un vuelco en el estómago al imaginar esa escena. Odiaba la expectación que causaba su boda en todos. ¿Por qué aquello no podía ser rápido? Deseaba que fuera como arrancar una curita de su brazo, rápido, sin pensar, con los ojos cerrados.

    —Señora, sus invitados ya llegaron —anunció una de las chicas del servicio.

    —¡Oh, mira la hora! ¿Estás lista? —le preguntó su madre mientras se miraba en el espejo y acomodaba su cabello por última vez.

    —Solo un momento —dijo fingiendo que buscaba algo en un mueble.

    —Te esperamos abajo.

    Se quedó sola y se sentó en la cama, con la mirada perdida en la enorme ventana. Afuera podía ver las luces, se imaginaba a las personas viviendo esa noche de jueves, cada quien en sus asuntos. ¿Alguien más se casaría ese fin de semana? Seguramente sí. La ciudad era enorme. ¿Se sentiría así como ella? Entonces intentó ponerle un nombre a sus sentimientos. ¿Qué sentía? ¿Emoción? ¿Estrés? ¿Impaciencia? ¿Terror?

    Regresó la vista a su vestido mirando la caída de la tela, el bordado en el pecho. «Solo es un formalismo», pensó. Carlos y ella llevaban dos años de relación, casarse no debía sentirse diferente, su convivencia no tenía porqué cambiar. Ella seguiría haciendo lo mismo, levantarse, ir al trabajo, al súper, al gimnasio, seguiría con su vida en la empresa. Pensó entonces que en Café Latino las cosas definitivamente serían distintas. En la reunión semanal ya no vería a una pelirroja sentada a la derecha de Lorena.

    Recordó lo que había ocurrido esa mañana cuando su jefa les había comunicado a todos en la sala de juntas que Mauri se iría. Escuchar aquello hizo que sintiera que algo dentro de ella gritaba. Quería levantarse y abofetear a la pelirroja, quería amarrarla a su silla, quería quedarse ahí haciendo guardia para asegurarse de que no se marcharía. Pero no podía hacer nada de eso. Se quedó ahí sentada mientras sus compañeros se acercaban a la pelirroja. Observó a Mauri, que se la había pasado evitando su mirada todos esos días. Había algo en ella, algo diferente. Era como si la chica ya no estuviera ahí, como si aquel «adiós» en su oficina la hubiera teletransportado lejos de ella.

    Y eso pasaría. En solo unos días más Mauri se iría y ya no volverían a verse. Regina apretó su corazón para amortiguar las punzadas. Debía dejar de mortificarse por Mauri. Ya habían pasado seis años desde su rompimiento, se las había ingeniado para seguir con su vida, no había razón para flaquear en ese momento. Ya se había permitido varias situaciones inapropiadas con Mauri, que la pelirroja se marchara garantizaba que nada más podría perturbar su vida.

    —Estoy a punto de lograrlo —susurró—. Por eso te dejé hace tantos años.

    Bajó la mirada pensando en lo que estaría haciendo Mauri en esos momentos. Negó con la cabeza para evitar aquellos pensamientos, pero le fue imposible apartarlos. ¿Estaría bien? Había tenido que rechazarla, había tenido que soportar el dolor ante las preguntas tan directas de la pelirroja. ¿Por qué le había preguntado eso así? ¿Y por qué había tenido que ser tan linda al declararle su amor?

    Sonrió pensando en la expresión encantadora de Mauri, en la dulzura de su voz mientras le decía que la amaba. Entonces miró el vestido de novia y la sonrisa se apagó.



La velada estaba llegando a su fin, haciendo que Regina se sintiera más impaciente por estar sola en su habitación. Su madre había solicitado que se sirviera un pequeño banquete para sus suegros, Carlos y ellos. Su papá había sacado el mejor de sus vinos y todos se la habían pasado hablando de lo maravillosa que sería la boda y su prometedor futuro junto al abogado.

    Carlos se veía tan feliz que Regina se sintió terrible por no irradiar la misma felicidad. ¿Estaba haciendo un drama de todo eso? Solo debía pasar a decir «sí, acepto» y todo eso acabaría.

    Escuchó la voz animada de sus padres. La emoción en la voz de Fabián y de Olga eran como martillos en sus oídos. Nunca los había escuchado tan orgullosos, nunca había visto tanto brillo en sus miradas. La veían como la hija perfecta que siempre habían deseado y ella se sintió momentáneamente satisfecha por eso. Estaba cumpliendo con el sueño de su familia, con lo que debía ser.

    —Yo creo que en cuanto regrese de la luna de miel me darán la noticia —decía Carlos—. Estoy seguro que una oficina de «socio» me recibirá apenas ponga un pie en el despacho.

    —¡Enhorabuena! —dijo Fabián levantando su copa—. ¡Y en unos años seré el orgulloso suegro del gobernador!

    —¡Presidente de la República! —aclaró Daniel también levantando la copa para brindar por su hijo.

    —¡Eso es!

    —¡Y ya queremos nietos eh! —dijo Raquel mirándola—. Que sean igualitos a mi bebé —terminó su suegra pellizcando una mejilla de Carlos.

    Cómo no supo qué decir, Regina prefirió tomarse todo el contenido de su copa. Miró su reloj. En exactamente cuarenta y ocho horas estaría entrando al lujoso salón para tener su primer baile con su esposo, con cientos de miradas fijas en ella. Intentó imaginar las luces, las mesas, las flores, las ropas elegantes, la música. El zumbido en sus oídos aumentaba. De verdad quería que eso acabara pronto.



Mauri

Esperó paciente a que Pablo dejara de dar vueltas por su oficina y de mirarla como si quisiera matarla.

    —¡No puedo creer que no me lo hayas dicho antes! ¡Tuve que enterarme por María! —dijo molesto el chico.

   —Quería evitar esto precisamente. Llevas toda la semana insoportable —respondió ella sin dejar de teclear en su laptop.

    —¿Y ya sabes a dónde irás?

    —A Dublín.

    —¿Irlanda? ¿En serio?

    —Me gusta el clima húmedo, frío… ya sabes.

   —¿Y los montones de cerveza y bares? —Pablo se sentó frente a ella—. No intentarás algo autodestructivo, ¿verdad?

    —¿Cómo qué?

    —Como ahogarte en alcohol y pechos.

    —No había pensado en los pechos pero gracias por la idea.

    Le llegó una notificación de un nuevo correo electrónico. Revisó su bandeja y frunció el ceño.

    —¿Qué pasa?

   —Jessica. Desde que supo que siento algo por ya sabes quién no deja de enviarme recordatorios con una cuenta regresiva para la boda.

    —¡¿Jessica se enteró?!

    —No te hagas el idiota, seguro María también te contó sobre pelea en la oficina de ya sabes… —comentó eliminando el correo.

    —Si bueno, ¿para qué fingir entonces? Mauri… sé que no hay nada que pueda hacer para que cambies de opinión así que… espero saber de ti pronto.

    —Daré señales de vida, no te preocupes.

   —Pero… ¡Coño! ¿Estás segura de esto? ¿Es necesario que te marches? ¿Por qué no pides tu cambio a Los Ángeles? Puedes estar en las oficinas de ahí

    —No podría —dijo mirando a su amigo—. ¿Sabes que Regina terminó conmigo en la primera cafetería de Lorena? —El chico negó—. Creo que entrar a esta empresa fue mi forma enfermiza de mantenerme conectada con ella. Si quiero eliminar a Regina de mi sistema, necesito cortar todo lazo.

    —Carajo. —Pablo suspiró—. No quiero ir a esa boda. Será horrible.

    —Lo dudo, seguro será la boda más espectacular del año.

    —No me refiero a eso.

   —Lo sé —dijo regresando a su bandeja donde había llegado otro correo de Jessica con el asunto: «Espero que te mueras pronto». Lo borró.

    —Hoy es su despedida de soltera… —dijo de repente Pablo.

    —Eso escuché.

    —Tal vez deba quedarme contigo mañana, María entenderá.

   —¿Tú también? Mi hermana quería sentarme en su sofá para ver series y embriagarnos.

    —Es que nos preocupamos por ti.

    —Estaré bien. No seré la primera persona del mundo en tener el corazón roto.

    —¿Puedo pasar entonces hoy a tu departamento? Para esconder los cuchillos y las pastillas.

    —Idiota.



Regina

Parpadeó varias veces para enfocar la vista. Sentía a su prima Sam empujándola hacia la zona VIP de aquel antro, donde habían reservado el espacio para su despedida.

    Aunque tenía muy claro que había sido mala idea dejar que Sam se pusiera en contacto con María para armar su despedida de soltera, fue hasta que vio la decoración que de verdad se arrepintió hasta de haber nacido. Del techo colgaban varios penes de goma.

    —¿Te gusta? —preguntó su prima con una sonrisa de satisfacción.

    —Claro que no.

   —Sabía que dirías eso —dijo la chica y le entregó un vaso con alcohol—. Disfruta tu última noche de soltera. A partir de mañana serás la recatada esposa de un respetable abogado.

    Hizo una mueca de molestia ante aquellas palabras pero su prima la ignoró y se dirigió a las demás mujeres ahí. Menos de veinte minutos después, Regina estaba rodeada de sus primas y amigas. Le habían puesto un velo en la cabeza y aunque no quería, la habían sentado en medio de un círculo.

    Buscó los ojos de María, que solo se encogió de hombros cuando Sam y Martha empezaron a gritar al ver a un stripper entrando. Regina se cruzó de brazos mientras el musculoso hombre empezaba a moverse frente a ella. ¿A qué cabeza hueca se le había ocurrido que aquello era lo que ella deseaba para su despedida? Entonces sus primas empezaron a lanzarle billetes al hombre. Sí, a esas cabezas huecas.

    María se acercó a ella con más alcohol y Regina le pidió la botella. Si iba a soportar eso, tenía que aturdirse. Se fijó que Jessica estaba ahí gritando también ante los movimientos del stripper. Durante esos días la chica había mantenido una cordialidad gélida con ella. Solo le hablaba de la boda, como si para Jess también fuera lo más importante en la vida. Luego María le dijo el porqué de esa actitud: Jessica le enviaba mensajes a Mauri para torturarla. Había pensado en pedirle que se detuviera pero prefirió no intervenir, no quería defender a Mauri más de lo necesario. Si Jessica o alguien más se daban cuenta de su excesiva preocupación por la pelirroja podrían hacer suposiciones y entonces, ¿qué diría?

    El tipo se acercó a ella y empezó a moverse de manera sensual. Regina se aseguró de tener los brazos pegados al cuerpo, no quería tocar ni por accidente a aquel sujeto.

    —¡Dale una nalgada! —gritó su prima Martha.

    —¡Por aquí, guapo! —Escuchó la voz de Cecilia. Su prima llamó al stripper, que enseguida se acercó a la mujer. Regina pudo ver el guiño de su prima y entendió que su intención era apartarlo de ella. Entonces aprovechó para huir de su silla. Caminó hasta uno de los balcones donde las personas del antro salían a fumar. Al menos ahí podía relajarse un poco. Bebió varios tragos de la botella que aún tenía en la mano y regresó su vista a la ciudad.

    —Esto es una locura, ¿no? —dijo su prima Cecilia parándose junto a ella.

    —¿Qué otra cosa se podía esperar de Sam? Por cierto, gracias por alejar de mi al musculoso con esteroides.

   —Fue un placer. En serio lo fue. Nunca había tocado unos músculos tan grandes.

    —¿Y lo abandonaste para venir a hacerme compañía?

    —Sam y Martha estaban peleando para lamerle los pezones.

    —¡Qué asco! —dijo riendo.

    —Esta no es para nada la despedida de soltera que querías, ¿cierto?

    —No —dijo negando con energía. Dio más sorbos a su botella.

    —¿Cómo te la imaginabas?

    —En realidad no quería una despedida de soltera. Hubiera preferido quedarme en casa viendo algún documental de jardinería o cocinando algún postre.

    —¡Eso suena mucho mejor!

    —¿A qué hora irás mañana a mi casa?

    —¿A tu casa? —preguntó Ceci confundida.

    —Mi madre dijo que mis primas también me ayudarían a vestirme.

   —¡Ah! —Su prima le lanzó una sonrisa melancólica—. No fui invitada por tu madre.

    —¡¿Por qué?!

    —Supongo que por ser la oveja divorciada de la familia.

    —¡Tonterías! Yo quiero que estés ahí, eres mi prima favorita.

    —¿Tu prima favorita o tu única prima que está cuerda?

    —Sí, eso también. —Empinó nuevamente la botella.

    —¡Hey! Calma con eso —dijo Ceci examinando su bebida—. Ya te tomaste más de la mitad.

   —¿En serio? —Pero ella sabía que estaba bebiendo muy rápido, ya podía sentirse mareada. Eso estaba bien, necesitaba entumecer sus sentidos.

    —Deberías ir despacio con el alcohol. —Cecilia quiso quitarle la botella pero ella la esquivó y volvió a tomar varios tragos.

    —¿Recuerdas a tu primer amor? —le preguntó de repente a su prima.

    —Sí, fue hace siglos. ¿Por qué?

    —Porque estaba pensando… ¿Conoces esa canción que va…? Creo que dice: «y es que empiezo a pensar que el amor verdadero es tan solo el primero. Y es que empiezo a sospechar que los demás son solo para olvidar». —Canturreó mientras intentaba no tambalearse.

    —Sí, es muy famosa esa canción.

    —Creo que tiene toda la razón, ¿sabes? El primer amor no se borra… es como un tatuaje. Lo puedes ocultar, ponerte ropa encima o cubrirlo con maquillaje, pero… ahí está.

    —¿Piensas en tu primer amor?

    Regina miró a su prima antes de tomar un poco más.

    —Todo el tiempo —confesó.

    —¿Aún ahora? ¿A unas horas de tu boda?

    —Yep… justo ahora… no puedo dejar de pensar… —Regina soltó una carcajada—. Esa sería mi despedida perfecta.

    —¿Ver a tu primer amor?

    —Acostarme con mi primer amor —dijo con emoción.

    —¡Uff! Que tu madre nunca te oiga decir algo así.

    —¿Me llevas?

    —¿A dónde?

    —A tener una despedida de soltera digna —dijo ella caminando con dificultad hacia la salida.

    —¡Espera! ¿Hablas en serio?

    —Pues claro. ¿Quieres que me quede lamiendo pezones con esteroides?

    —Regina, estás ebria.

    —Sí, pero es la única forma en que puedo con esto.

    —¿Con qué?

    —Con… mi primer amor me espera —dijo de nuevo retomando el paso.

    —No puedo dejarte ir. Podría pasarte algo.

    —Entonces llévame.

    —¿A dónde?

    —A verla.

    —¿A quién?

    —¡¿Cómo que a quien?! ¡¿De qué hemos estado hablando?!

    —De tu primer amor.

    —¡Exacto! Necesito llevarle algo. ¿Podemos pasar por un pay de limón?

    —Creo que estás peor de lo que pensé. Dame eso. —Cecilia le quitó la botella—. ¡Te la acabaste!

    —¿Tienes otra?

    —Creo que es mejor que te acompañe a tu casa.

    —No, no. Llévame con Tini.

    —¿Tini? ¿Eso qué es?

    —¿Cómo que…? ¡Tini! ¿No la recuerdas?

    —No sé de quién hablas.

    —¡Tini! ¡Mauri!

    —¿Mauri? ¿Tu amiga? Creí que ya no se frecuentaban.

   —Sí, nos vemos todos los días en el trabajo —dijo retomando sus pasos—. Llévame con ella.

    —Creo que estás confundiendo varias cosas. —Cecilia soltó una risita nerviosa—. Te llevaré a tu casa.

    —¡No, no! ¡Llévame con Mauri!

    —¿Para qué quieres ir con Mauri?

    —¡¿Cómo para qué?! ¡A besarla!

    —¡¿Qué?!

    —Te estoy diciendo que el primer amor… ¿recuerdas? Los demás son solo para olvidar.

    —Prima, creo que estás muy pero muy mal. Vamos.

    —¿Con Mauri?

    —Sí, vamos con Mauri.

    Regina dejó que Cecilia la guiara por el antro. Quería ya estar en el auto recorriendo la ciudad hasta el edificio que tanto la atraía. Quería subir ese ascensor, quería colocar los dígitos en la cerradura para abrir y sorprender a la pelirroja. Quería desnudarse frente a ella, tocarla y pasar la noche en sus brazos. Sonrió pensando en que le esperaba una grandiosa despedida de soltera.



Mauri

El sonido de su microondas la hizo volver de sus pensamientos. Sacó su pizza recién descongelada y se sentó en uno de sus taburetes a cenar, aunque ya eran casi las dos de la mañana.

    Sabía que le esperaba un día muy largo, tortuoso, y estaba pensando en la mejor manera para soportarlo. Resopló cuando el queso caliente le quemó la lengua. Estúpida, así se sentía.

    Miró sus maletas abiertas sobre el sofá de la sala. Apenas había metido unas ropas en ellas pero ya quería estar tomando el avión que la llevaría lejos de ahí. Quería perderse en la distancia, que los recuerdos de Regina se esfumaran. Quería superar a la chica, conocer un nuevo amor, formar una familia.

    Se sobresaltó cuando la puerta de su departamento se abrió y luego se petrificó al ver a la persona que había entrado a tropezones.

    —Ho-la, g-guapa. —Regina apenas podía pronunciar palabras.

    —¿Qué haces aquí?

   —Vine por ti, chiquita —dijo la chica caminando hacia ella. De repente, la castaña se quitó el suéter y la blusa—. Quiero… hacerlo contigo. —El aliento a alcohol le llegó a la nariz cuando Regina la abrazó por el cuello.

    —Te llevaré a tu casa —dijo Mauri con tristeza.

    —¡No, no, no! ¡Llévame a tu cama! —Regina dio varios tirones a su brasier para quitárselo. Mauri la detuvo.

    —No hagas tonterías, Regina.

    —Lo que quiero hacer son cochinadas. —La chica lanzó una risita—. Ven.

   La castaña la jaló para llevarla a la habitación, pero ella era más fuerte y además estaba sobria.

    —De acuerdo, pero primero debo hacer algo. ¿Me acompañas?

    —Claro que sí, guapa. —Guió a Regina hasta el baño.

    —Quítate la ropa —ordenó.

   —Esto me gusta —dijo Regina tambaleándose mientras se quitaba todo lo demás. Mauri observó las prendas caer una a una, intentando resistir la tentación de sucumbir ante ese cuerpo perfecto—. Estoy lista.

    —Bien.

    Con rapidez empujó a la chica y abrió la llave del agua fría. Regina soltó un grito cuando el chorro le cayó encima. Aunque la castaña quiso salir, Mauri la metió de nuevo a la ducha, salpicando todo.

    —¡Está helada!

    —¿En serio?

    —¡Tini, cierra la llave!

    —Todavía no.

    Los forcejeos de Regina hicieron que ella también se mojara, descubriendo que en verdad el agua estaba helada.

    —¡Mauri ya!

    Cerró la llave. Regina se había abrazado a sí misma y temblaba de pies a cabeza. El cabello le caía sobre la cara y sus dientes tiritaban. Se apresuró a envolverla con una toalla.

    —¿Qué tal te sientes ahora?

    —¡Eres una…! —Regina le dio varios manotazos— ¡¿Cómo te atreviste?!

    —¡¿Cómo te atreviste tú?! —gritó enfadada. Caminó hasta la cocina mientras Regina la seguía. Le lanzó la ropa que había dejado tirada en el suelo—. ¡Solo vístete y lárgate de mi casa!

    —¡Pero!

   —¡Pero nada Regina! ¡Estoy harta de ser tu maldito juguete! —Sentía su corazón rompiéndose una vez más.

    —¡No eres mi juguete! —dijo la chica que aún no podía caminar sin zigzaguear un poco—. Vine a mi despedida de soltera… —susurró la castaña, haciendo que la furia de Mauri creciera.

    —¡Esto ha sido todo Regina! ¡Ya no quiero volver a verte, ¿entiendes?! ¡Ve, cásate, ten diez mil hijos con tu estúpido novio pero déjame en paz! ¡Desaparece! —Su voz se quebró—. No te atrevas a buscarme borracha, ni sobria, ni nunca.

    —Pero… yo… los demás son… —Regina parecía muy confundida.

    —¡Regina!

    Dos mujeres entraron corriendo por la puerta que Mauri había olvidado cerrar. Enseguida las reconoció: eran María y Cecilia.

    —¿Por qué está mojada y desnuda? —Cecilia la miró a ella.

    —Yo no fui. Ella llegó arrancándose la ropa. Yo solo la metí a la ducha.

    —¿Estás bien? —le preguntó María a la castaña, que solo asintió sin apartar los ojos de Mauri.

    —Sáquenla de mi casa —dijo ella molesta.

    —Tini… —Regina se acercó a ella pero Mauri dio varios pasos hacia atrás.

    —No —dijo firme—. No tengo idea de quién es Tini.

    —Regi, vámonos. —María tomó la ropa de la castaña y la jaló a la puerta.

    Mauri se quedó clavada en su sitio mirando la escena. Regina seguía envuelta en una toalla y chorreaba agua hacia la salida.

    —Lamento todo esto… Ella empezó a decir cosas sin sentido y se me escapó… —dijo Cecilia.

    —No te preocupes.

    —Que gusto verte de nuevo, Mauri.

    —Igual —respondió por cortesía nada más.

    —¿Sabes? Regina solo quería venir contigo. ¿Eso tiene sentido?

    —Ninguno.

    —Bueno, entonces descansa. Y perdón de nuevo.

    —¿Me haces un favor? —le dijo entonces a la mujer, que asintió—. Cuando esté sobria y quiera llamarme, dile que no lo haga. Que esta escena ha sido suficiente.