30 Sin juicios ni mentiras



Mauri
Algo impactaba el suelo acercándose cada vez más a ella. Eran pasos veloces. Alguien se arrodilló a su lado y empezó a moverla con desesperación. Oía gritos. Alguien repetía su nombre una y otra vez. Una bofetada la hizo gruñir.

    —¡Está viva! —Escuchó la voz de un hombre—. ¡Ayúdame a cargarla!

    Sintió que la sujetaban de manos y piernas y la levantaban. Luego más dolor. Había caído al suelo.

    —¡Agarré su vómito! —se quejó una mujer.

    —¡La arrastraré!

    La jalaron de sus brazos por el suelo. Sentía la fricción del piso en la mitad del cuerpo mientras era arrastrada por su departamento.

    —Debemos revisarle la boca. Que no tenga nada en su garganta.

    Se quedó tumbada de nuevo, mientras alguien le abría la boca.

    —¡Carajo, Mauri! ¡Apestas a muerto!

    Soltó otro gruñido al reconocer la voz de Pablo. Se escuchaba agua corriendo pero ella no quería abrir los ojos. O tal vez simplemente no podía. Todo el cuerpo le pesaba.

    —¡A un lado! —Sintió mucha agua sobre ella, como si le hubieran arrojado un cubetazo.

    —Vete… —balbuceó intentando ponerse boca abajo pero no tenía fuerzas.

    —¡De nuevo! —Más agua cayó.

   —¡Mauri reacciona! —Pablo le sujetó la cabeza para gritar frente a su cara—. ¿Crees que debemos llamar a la ambulancia?

    —Solo está ebria. Tírale más agua.

    Los siguientes minutos se la pasó recibiendo cubetazos de agua. El frío era cada vez mayor y su conciencia iba tomando el control de su cuerpo. Abrió los ojos y por fin pudo enfocar.

    Pablo y María estaban parados junto a ella. Tenían ropas elegantes, como si fueran a un gran evento. Entonces lo recordó y el dolor volvió a su pecho.

    —Fuera —dijo dándose la vuelta sobre el piso para intentar ponerse de pie—. Pero primero dame una cerveza.

    María le lanzó otro cubetazo de agua.

    —Creímos que estabas muerta —dijo Pablo con un hilo de voz.

    —No tengo tanta suerte —respondió ella logrando pararse.

    —Deja de decir tonterías. —Pablo le dio un golpe en la nuca.

    —¿Qué hacen aquí?

   —Nosotros… —El chico dudó antes de continuar—. Estamos buscando a Regina.

    Mauri soltó un bufido.

    —¿Buscaste en su boda? Ahí debe estar.

    —No… —dijo María esbozando una sonrisa tímida—. Regina escapó.

    —¡¿Qué?!

    Aquello había sido como un tanque de agua fría cayendo sobre ella. Miró los ojos de las dos personas frente a ella. ¿Estaba soñando?

    —Se robó un auto y nadie sabe dónde está… creímos que vendría contigo.

    Su mente era un caos. Regina no se había casado. ¡No se había casado! Su estómago dio un vuelco pensando en otra cosa: la chica estaba desaparecida.

    —¿Qué hora es? —preguntó ella frotándose la cara para despertar.

    —Las nueve y media.

    —Iré a buscarla —dijo, tambaleante hacia la sala.

    —No puedes salir así. Estás hecha una mierda.

    —Necesito mis llaves. —Caminó por su departamento chorreando agua.

    —No saldrás así. —Pablo la llevó hasta uno de los taburetes de la cocina y la obligó a sentarse—. No puedes manejar así.

    —He estado peor.

    —Mauri, no puedes ir por ella en esas condiciones —dijo María con firmeza—. Pero si sabes a dónde pudo haber ido, nosotros podemos ir a buscarla y traerla aquí.

    —¿Lo harías? —María asintió y Mauri trató de concentrarse. ¿A dónde pudo ir Regina? Respiró hondo intentando no entrar en pánico, seguro Regina estaba bien. Era muy lista—. El parque natural… —dijo entonces—. Cerca del lago hay un árbol muy grande con un columpio. Ese es su lugar favorito de la ciudad.

    —Iré a buscarla —retomó la palabra María—. Tú quédate con ella —le ordenó a su novio.

    —¡Pero yo puedo ir contigo! —dijo la pelirroja parándose de su lugar.

    —Es mejor que te quedes aquí. Le pediré a Ceci que me acompañe.

    Pablo la detuvo para que no siguiera a la chica. Mauri se quedó en su sitio, totalmente arrepentida por haber bebido tanto. Observó a María saliendo de su departamento y se dio una bofetada intentando recuperar la sobriedad por completo.

    —¿Qué fue lo que pasó ahí? —le preguntó a su amigo, que se sentó junto a ella.

    —Un caos. Yo estaba esperando a María afuera de la iglesia porque vi que dos de los autos de la comitiva ya habían llegado. Bajaron sus primas, Jessica y la mamá… solo faltaba el auto de Regina. Entonces escuché bocinazos y vi que el coche de la novia pasó a toda velocidad por la calle, metiéndose como una bala entre los demás autos.

    —¡¿Pero quién conducía?!

    —Regina —dijo Pablo sonriendo—. María llegó corriendo y nos dijo que Regina se había marchado. Y ahí empezó la locura. Olga se desmayó, el padre de Regina y el de Carlos empezaron a discutir… Carlos estaba gritando pidiendo explicaciones. Llegó una ambulancia para atender a Olga que despertó y empezó a llorar con histeria. Luego los empujones entre Carlos y Fabián, que decía que no sabía lo que había pasado en el auto… María creyó… —Pablo la miró con seriedad—. Creyó que Regina vendría contigo, así que vinimos hasta aquí.

    Algo brincó dentro de Mauri pero trató de ser objetiva.

    —No tendría porqué venir conmigo…

    —Ella no se casó, ¿entiendes?

    —¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

    —Pues creo que solo hay una razón para que Regina huyera así: Tú, idiota.

  Mauri dio un respingo y se tocó el corazón que latía a velocidades impresionantes. Caminó por su departamento mojado y vomitado, pensando en si debía tener esperanzas y rogando porque Regina apareciera pronto.



Regina
Giró con brusquedad el volante al llegar a la esquina y frenó de golpe al darse cuenta que se había pasado. Respiró hondo varias veces tratando de controlar el intenso cosquilleo de su cuerpo. Se sentía eufórica, quería llorar de emoción y también de arrepentimiento. ¿Qué había hecho?

    Según el reloj del auto pasaban las diez de la noche, lo que significaba que ya no había marcha atrás. Por más de tres horas se la había pasado conduciendo por la ciudad, llorando, gritando, sintiendo que había hecho algo impensable, felicitándose por eso y odiándose por lo mismo.

    Miró el espejo retrovisor para comprobar que no había nadie en la calle. ¿Debía bajar? Sí. Era el único sitio donde sabía que la recibirían, donde nadie le haría preguntas incómodas.

    Bajó del coche, se quitó los zapatos y los arrojó al interior por la ventanilla. No quería hacer más ruido del necesario, no quería que nadie la viera. Porque ya de por sí sería muy fácil llamar la atención con ese tremendo vestido de novia puesto. Cuando vio la casa se sintió tranquila. Se subió a la acera pensando si era demasiado tarde para presentarse, pero vio varias luces encendidas dentro. Abrió la reja y siguió el camino de piedra hasta la puerta. Tomando un poco más de valor, tocó tres veces.

    Pocos segundos después escuchó pasos acercándose deprisa. La puerta se abrió y una mujer pelirroja la miró con asombro.

    —¿Puedo pasar? —preguntó con la garganta quebrada, con una voz que no le parecía suya.

    El asombro inicial en el rostro de Paulina fue sustituido por la comprensión.

    —Siempre eres bienvenida —dijo la mujer haciendo un gesto para que entrara—. ¿Quieres algo de beber?

    —Agua, por favor.

    La tela de su vestido hacía un sonido curioso mientras seguía a su amiga hasta la cocina. Del piso de arriba llegaba el sonido de un televisor encendido, pero el resto de la casa estaba en silencio.

    —¿Fría?

    Asintió mientras Paulina sacaba hielos.

    —Perdón por venir, era el único lugar que se me ocurrió.

   —Eso me halaga —dijo Pau poniendo un gran vaso de agua frente a ella—. ¿Cómo estás?

   —Asustada —confesó antes de acabarse todo el contenido del vaso de un movimiento.

    —Aquí estás a salvo. ¿Ya comiste? Hice espagueti, ¿quieres?

   Fue hasta ese momento en que se dio cuenta que moría de hambre. No recordaba haber probado bocado en todo el día.

    —Eso me encantaría.

   Se quedó callada mientras Paulina sacaba esto y aquello. La calma de esa mujer la hacía sentir mejor, no sabía si era porque Pau era psicóloga o simplemente que era una persona muy prudente. Minutos después estaba devorando todo lo que tenía en su plato. Paulina le había dicho que iba rápido por algo y pronto Regina descubrió de qué se trataba.

    —Creo que te quedará bien todo esto —dijo su amiga sosteniendo varias ropas dobladas—. Seguro quieres descansar.

    —Sí, gracias. Déjame limpiar aquí primero.

    —No te preocupes, yo lo hago. Ve a quitarte todo eso.

    Regina suspiró pensando que lo que más deseaba era dormir. Sin poner más objeciones siguió a Paulina hasta una habitación al final del pasillo del primer piso. Pasó la mirada por el acogedor cuarto de visitas y agradeció con todo su corazón tanta hospitalidad.

    —Gracias —susurró cuando Paulina le ayudó a liberarse del frondoso vestido de novia—. Por recibirme a esta hora, por… —Su voz se quebró de nuevo—. No sé si hice bien.

   —Bueno, si estuvo bien o mal al menos fue tu decisión —dijo su amiga con practicidad—. Puedes quedarte el tiempo que quieras, lo sabes. —Paulina le regaló una caricia en la mejilla y le sonrió con ternura—. Estoy orgullosa de ti.

    —¿Por huir de mi boda?

    —Por ser valiente. Te dejaré descansar. Si necesitas algo, tómalo con confianza.

    —Gracias otra vez. —Paulina ya estaba cerca de la puerta cuando a Regina se le ocurrió algo—. ¿Te puedo pedir algo más? —dijo llamando la atención de su amiga, que asintió—. No le digas a Mauri que estoy aquí.

    La mujer dudó un poco antes de responder.

    —No te preocupes. —Algo en la expresión de Paulina la hizo sentir intranquila.

    —¿Qué pasa?

  —No he sabido nada de Mauri desde ayer… supuse que… bueno, mañana temprano iré a su departamento. No le diré nada sobre ti.

    —Gracias.

    Se quedó ahí de pie en ropa interior por varios segundos, tratando de hacer a un lado su repentina preocupación por la pelirroja.

    «Ojalá no hayas hecho algo estúpido, Mauritania», pensó.



Mauri
El sol empezaba a salir y ella estaba de pie en la cocina tomando litros y litros de café. Horas antes se había puesto a gritar cuando María había informado que Regina no estaba en el parque. El cerebro de Mauri estaba girando a toda velocidad, pensando en dónde podría haberse ocultado Regina.

    Pablo se estiró en el sofá y se frotó la cara para espantar el sueño. El chico había insistido en pasar la noche ahí con ella para asegurarse de que no hiciera tonterías. Pero ella ya no estaba para eso, tenía que estar sobria para salir a buscar a Regina. Sabía que la chica no tenía dinero ni su celular cuando había desaparecido y, según María, no se había comunicado con nadie de su familia.

   —Buenos días —dijo Pablo bostezando mientras se servía café—. Vaya, limpiaste tu cochinero.

    —Sí, no podía dormir, así que…

    —Pues no escuché nada.

    —Estabas roncando como si no hubiera un mañana.

    —No puedo ser perfecto. Al menos ya no huele a antro de mala muerte. —El chico revisó su celular—. Tengo un mensaje de María… me lo mandó hace una hora… ahm… dice que Cecilia y ella pasaron toda la noche buscando pero… —Pablo bajó la voz—. Nada aún.

    —Carajo.

    —Tranquila, Regina no pudo ir lejos. Seguro está por ahí.

    —¿Y el auto? Si es de una arrendadora de lujo seguro tiene GPS.

   —Sí, pero los bastardos dijeron que ellos se encargarán de localizarlo hasta mañana porque los fines de semana son inhábiles.

    —¡Bola de idiotas! —Mauri respiró hondo—. De acuerdo… —Empezó a caminar por el departamento—. Soy Regina, acabo de huir de mi boda, no tengo dinero encima, toda mi familia está en la iglesia, mis amigos también y necesito un lugar tranquilo para estar a solas… ¿a dónde voy?

    —Aquí contigo —respondió Pablo.

    —No después de nuestro último encuentro. No acabamos bien.

    —¿Y eso qué? Ustedes se pelean y se reconcilian cada dos días. Si ella estaba desesperada, lo lógico era que viniera a buscarte.

    —Tal vez no soy su única opción, tal vez hay alguien más.

    —¡Todos sus amigos estaban en su boda!

    Entonces a Mauri le llegó un nombre. Abrió mucho los ojos.

    —No todos —dijo agarrando las llaves de su auto.

    —¿A dónde vas? —Pablo corrió detrás de ella.

    —A buscarla.

    —¿A dónde?

    —Al único lugar donde nadie jamás la encontraría.

    Cuando salió del estacionamiento agradeció que la ciudad estuviera siempre vacía los domingos. Las calles pasaban veloces y los semáforos con luces verdes facilitaron mucho las cosas. Menos de veinte minutos después se detuvo frente a la casa.

    —¿Aquí?

    —Quédate en el auto —le dijo a Pablo desabrochando su cinturón. Corrió hasta la puerta y tocó sin parar.

    En cuanto su hermana abrió, Mauri se coló dentro de la casa.

    —¡Mauri! —Paulina fue tras ella.

    —¿Dónde está?

    —¿Quién? —dijo la mujer amarrando bien su bata.

    —Regina.

   —No sé de qué hablas. —La pelirroja miró a Pau con impaciencia—. ¿Cómo demonios lo supiste?

    —No soy estúpida… bueno sí, pero ahora estoy sobria. ¿Está arriba? —Quiso subir pero Paulina se interpuso.

    —No, está en el cuarto del fondo. Debes irte.

    —¿Por qué?

    —Porque no necesita más complicaciones ahora.

    —Pero… —quiso caminar por el pasillo pero su hermana la detuvo.

    —¿Por qué eres terca?

    Mauri respiró hondo y pensó en las opciones.

    —¿Está bien?

    —Físicamente sí —dijo Paulina con una sonrisa—. Me alegra verte también. Ya iba de salida a tu departamento.

    —Estoy bien. Sí, hice un desastre pero Pablo me pateó el trasero anoche.

    —Ese chico es un ángel.

    Se quedó callada mirando por el pasillo. Se sentía ridícula ahí parada teniendo a Regina a unos cuantos metros solamente. ¿Y porqué estaba tan mortificada? Al menos sabía que la castaña estaba bien y en el mejor sitio del mundo. Debía darse la vuelta y olvidar ese asunto que no le concernía. Sin embargo…

    —¿Necesita algo? ¿Quieres que vaya a comprar… lo que sea?

    —No hace falta nada.

    —Bien. —Pero no se movió de su lugar.

    —Confía en mí, yo me encargaré de cuidarla. Ahora debes irte, Regina no debe verte aquí.

    —¿Por qué no?

    —Porque merece tener un respiro para poder ordenar lo que siente.

    —Pero… si necesita algo o si… solo avísame, ¿quieres?

    —Lo haré. Ella no quiere que nadie sepa que está aquí, así que no lo digas.

    —Claro, claro. ¿Crees que estará bien?

    —Creo que va camino a estarlo.

  —¿Podrías dejar de responder como psicóloga? —dijo frunciendo el ceño. Paulina bufó y también la miró feo.

    —Estará bien, solo necesita que no metas tus apestosas narices.

    —Esa es mi hermana —dijo la pelirroja pellizcando la mejilla de Pau, que le dio un manotazo.



Regina
El sonido de una puerta la hizo abrir los ojos. Tardó algunos segundos en recordar dónde estaba y por qué se encontraba ahí. Volvió a sentirse terrible. Se sentó sobre el colchón agudizando el oído. El rugido de un potente motor llamó su atención, haciendo que su corazón latiera muy rápido. Salió del cuarto con cautela, caminando descalza por la casa. No escuchaba voces, solo movimientos en la cocina. Paulina estaba de espaldas poniendo café.

    —Hola —dijo bajito para no espantar a la mujer.

    —Hola, Regi, ¿dormiste bien?

    —Sí, gracias. Eh… escuché un auto…

   —¿Un auto? —Paulina parpadeó varias veces—. Tal vez el vecino salió temprano.

    Su corazón se tranquilizó un poco, pues por un breve momento habría jurado que ese sonido era del auto de Mauri. Luego se dio cuenta que también estaba un poco decepcionada por haberse equivocado.

    —¿Te ayudo con algo?

    —Pues… —Paulina hizo un ademán para mostrarle toda la cocina—. Recuerdo que amas cocinar, así que puedes consentir a toda la familia hoy. ¿Te parece?

    La idea la hizo sonreír.

    —Eso me encantaría.

    Se paró junto a su amiga para mirar todos los ingredientes que había sacado.

    —Josh ama los waffles, por ejemplo.

    Menos de diez minutos después, ya estaba cambiada y lista para empezar a preparar cosas. Paulina estaba de pie a su lado, apoyada en la barra degustando su café y hablando de su trabajo.

    Regina sentía que todo aquello la hacía olvidar su pena, o al menos la distraía lo suficiente. Movía aquí, cortaba allá. Le agradaba la forma en que la trataba Paulina, como si los acontecimientos del día anterior no hubieran existido o no fueran de la gravedad con los que Regina los sentía.

    —Espera… —dijo recordando algo—. Tenías que ir al departamento de Mauri, ¿no?

   —¡Ah, eso! —Paulina hizo un gesto para restarle importancia—. Luego le llamaré por teléfono.

    —Pero… ¿y si ella…? ¿y si…? —Sentía que la cara le ardía.

    —Mauri está bien —susurró Pau a su lado.

    —¿Cómo lo sabes?

    —Hierba mala nunca muere. —Pero esa respuesta no le convenció. Regina se quedó mirando a Paulina varios segundos—. Ella está bien, confía en mí.

    —¿Tuviste noticias suyas?

    —Sí, Pablo está con ella desde ayer.

    Suspiró aliviada escuchando eso. Entonces pensó en algo: Pablo seguro sabía lo de su huida y por ende, Mauri también.

    —Y… ¿hablaste con ella? ¿Sabe que… que yo…?

  —Creo que no deberías preocuparte por eso ahora —dijo Paulina con tranquilidad—. Solo enfócate en estar bien.

    —No sé cómo lograr estarlo. Solo… —Detuvo lo que hacía cuando sus ojos se empañaron—. Mis padres… me matarán por lo que hice.

    —No lo harán.

    —Los avergoncé. Y a Carlos.

   —Bueno, era eso o casarte. —Paulina encogió sus hombros—. Me parece que hiciste una muy buena elección.

    A su pesar, soltó una carcajada mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

    —No sé qué hacer.

    —Puedes empezar terminando el desayuno. Luego me puedes dar ideas para mi jardín, creo que luce terrible. Un día a la vez.

    —De acuerdo —dijo limpiando sus lágrimas.

    Cuando Josh bajó y la descubrió en su casa gritó emocionado. La castaña se dejó apapachar por el niño, que no dejaba de contarle cosas mientras desayunaban. Paulina los dejó un momento solos, ya que le subió el desayuno a Manuel, que aún tenía prohibido subir y bajar escaleras a cada rato. Con el paso de las horas, Regina se sentía resignada con su decisión. Sabía que no había marcha atrás.

    Su mirada se clavó en el jardín trasero, mientras las verdades le golpeaban la cabeza. Ella no deseaba casarse con Carlos. No deseaba la vida que el abogado planeaba. Y además… suspiró aceptando algo: no estaba enamorada de Carlos. Aunque físicamente estaba ahí hablando con Paulina sobre el mejor sitio para las macetas, su mente estaba divagando, encontrando las razones de su comportamiento.

    Después de cenar Regina por fin se había metido a su habitación. Le dolía el cuerpo por haberse pasado gran parte del día trabajando en el jardín. Sonrió sabiendo perfectamente lo que Paulina hacía con ella al mantenerla ocupada todo el día. Se metió a la ducha, tomándose el tiempo para respirar profundamente: un día a la vez. Al menos, ese domingo había aceptado la primera verdad: su falta de amor por Carlos. Suspiró sabiendo que había hecho lo correcto al no casarse, aunque tal vez la forma no fue la adecuada, pero ¿qué le quedaba? Debía enfrentar lo que había hecho tarde o temprano, aunque ahí bajo el chorro de agua deseó que ese momento aún no llegara.