32 Que me condenen a cien años



Mauri
Llevaba más de una hora sentada en uno de esos cuartos con una ventana desde donde alguien la observaba desde afuera. Tenía las manos esposadas y enganchadas en un grillete de la mesa. Miró hacia el cristal, sabiendo que lo mejor que podía hacer era mantener la calma.

    Frunció el ceño cuando un hombre entró.

    —Bien señorita Alonzo, sabemos que usted tiene retenida a la señorita Regina Leal desde el sábado por la noche. Tenemos testimonios de que en los últimos meses había acosado a su víctima e incluso forzado a actos de intimidad.

    —¿Actos de intimidad? —preguntó confundida.

    —Besos —aclaró el sujeto y se inclinó hacia ella con una expresión de amenaza—. Ahora quiero que me digas, ¿dónde está?

    —Yo no sé nada…

    —Enfrentarás varios años de prisión por lo que hiciste, así que te recomiendo que hables antes de que no necesitemos tu ayuda. Es tu única oportunidad para mitigar el daño…

    —Ya le dije que no sé nada —repitió encogiendo sus hombros—. Tal vez la señorita Leal solo se hartó de su familia y se fue rápida y furiosa…

    —No estoy para chistes —interrumpió el agente—. Y mi paciencia se está agotando. Dime donde está ahora o no tendrás atenuante en el juicio.

    —No sé de lo que hablan ustedes.

    —¡¿Entonces niegas que abusaste de la señorita Leal?!

   —Mi cliente no dirá una sola palabra más —dijo el abogado Linares, un muy querido amigo y colaborador de Lorena, que justo en ese momento había entrado—. ¿Me podrías decir qué tipo de evidencia tienes? —preguntó el hombre con hostilidad sentándose a su lado.

    El agente carraspeó.

   —Tenemos informes del acecho y acoso hacia Regina Leal por parte de Mauritania Alonzo. Sabemos que el sábado su cliente se llevó a la señorita bajándola del auto que la transportaba a su boda.

    —¿Tiene pruebas de eso? ¿O solo testimonios?

    —Tenemos la declaración jurada del padre de la secuestrada.

  —Hechos, querido amigo. Quiero ver evidencia, no chismes —debatió el abogado—. A diferencia de ustedes, yo sí hago bien mi trabajo. He solicitado los videos de seguridad del edificio donde se encuentra la residencia de mi defendida, donde claramente se puede ver cómo ella entra y permanece ahí todo el día y la noche del sábado. Además del reporte del GPS de su auto, mostrando que el vehículo nunca se movió de la propiedad. ¿Quieres más? Videos de la avenida donde se puede ver claramente que la señorita Leal baja y se lleva el auto sin ayuda.

    —¿Tiene esos videos? —preguntó el policía.

   —Mi equipo legal los está trayendo hasta aquí en estos momentos. Mientras tanto le sugiero que se abstenga de seguir haciendo el ridículo o me veré forzado a presentar una queja formal contra su departamento por negligencia y falsificación de testimonios.

    Pero entonces la puerta se abrió y alguien más entró. Era Carlos, que venía hecho una furia.

    —¡¿Dónde está mi prometida?! —gritó con los ojos llenos de odio—. ¡¿Dónde está Regina?! —El hombre quiso lanzarse sobre ella, pero el policía lo contuvo—. ¡Me las pagarás, ¿oíste?! ¡Veré que te pudras en la cárcel como el monstruo que eres, maldita perra asquerosa!

    —¡CARLOS! —Su corazón dio un vuelco al ver a Regina parada en la puerta, acompañada del otro oficial.

    —¡Mi amor! —Carlos abrazó a la castaña, pero la chica no le correspondió el abrazo, solo empujó a su prometido y lo miró con rabia antes de decir:

    —No te atrevas a hablarle así, ¿oíste? —Regina esquivó al hombre y se acercó a Mauri—. ¿Estás bien? —le preguntó tomando su rostro, provocando un agradable cosquilleo en su estómago.

    —Sí. No debiste venir.

    Los ojos de Regina se percataron de las esposas en sus manos.

    —¡Quítenle eso! —exigió molesta.

   —Ella es Regina Leal —dijo el segundo oficial al que interrogaba a Mauri—. Dice que nadie la secuestró.

    —¡¿Cómo?! —Carlos jaló a la castaña—. ¡¿Cómo que no te secuestraron?! ¡Tu padre dijo que ella te bajó del auto y te llevó! —gritó Carlos señalando a la pelirroja.

    —Nadie me llevó… ¡Ya quítenle las esposas! —repitió Regina regresando junto a ella—. Esto es un error, Mauri no hizo nada. ¡Ni siquiera la había visto en toda la semana!

    —Necesitamos su declaración firmada para poderla liberar.

    —Pues la daré ahora mismo.



Regina
Aunque no quería dejar a Mauri ahí, tuvo que seguir a un policía a otra sala de interrogatorios frente a donde tenían a la pelirroja. Al menos se aseguró de que Carlos saliera, pues no quería que el hombre escuchara lo que debía decir. No era el modo en que quería aclarar las cosas con él. Se sentó para empezar a responder las preguntas.

    —Entrevista con la señorita Regina Leal, presunta víctima de privación ilegal de la libertad. Señorita Leal, ¿fue o no secuestrada el día de su boda? —preguntó el oficial después de presionar un botón de la grabadora de voz en la mesa.

    —No —dijo con seriedad—. Nadie me secuestró.

    —¿Entonces?

    —Yo huí. No quería casarme y tuve que irme…

    El hombre se movió incómodo en su lugar. Parecía apenado.

    —Tenemos el testimonio de su padre, el señor Fabián Leal, afirmando que un auto les cerró el paso, que la señorita Mauritania Alonzo bajó de él y la sacó a usted del coche para llevársela, ¿es cierto?

    Regina abrió los ojos por la sorpresa y tardó unos segundos en contestar, sintiendo su sangre arder de coraje. ¡¿Por qué había dicho eso su papá?!

    —Es mentira —dijo con determinación—. Yo detuve el coche cuando faltaba una calle para llegar a mi boda. Bajé al chofer a jalones y me llevé el auto. Nadie me secuestró y mucho menos Mauritania Alonzo. Ella es una excelente persona que jamás me haría daño.

    —Tenemos testimonios que afirman que la señorita Alonzo la ha acosado e incluso ha abusado sexualmente de usted en una fiesta navideña.

    —¡¿Qué?! —Abrió la boca estupefacta. ¿De dónde habían sacado eso?

    —¿Mauritania Alonzo abusó o no de usted?

    —¡Claro que no!

    —¿No la besó a la fuerza?

    Miró nerviosa la grabadora y luego al oficial. Respiró hondo para continuar con aquello.

    —Mauri nunca se ha propasado conmigo y… cualquier demostración de afecto entre nosotras siempre ha sido con mi consentimiento —dijo con seguridad.

   —Tenemos un testimonio que afirma que ella confesó haberla forzado. —Presionó el policía.

    —Pues no fue así. Y me parece que al ser yo la supuesta víctima soy la única que puede confirmar esas acusaciones y le repito que son falsas. Si Mauri y yo nos besamos fue porque ambas quisimos. Ella no hizo nada incorrecto, ni siquiera sabe dónde estuve estos días. ¿Y no se supone que ustedes debieron investigar y no basarse solo en testimonios? Si Mauri me cerró el paso y me llevó en su auto, ¿qué pasó con el otro? ¡Era tan sencillo ubicarlo con el GPS! ¡¿Qué clase de oficina es esta?!

    El oficial carraspeó y miró nervioso hacia el cristal del costado. Regresó su atención a ella y dijo:

    —De acuerdo. Pondremos esta grabación por escrito. Espere aquí, le traeré la redacción para que usted la firme y luego dejaremos en libertad a la señorita Alonzo.

    El policía cortó la grabación.

    —¿Puedo saber quién ha dado ese testimonio sobre el abuso sexual?

    El policía asintió y revisó sus notas.

    —Jessica Beltrán.

   Sus oídos zumbaron al escuchar eso, haciendo que Regina recordara la discusión en su oficina cuando Mauri se había echado la culpa por ese beso. El oficial salió y ella se quedó ahí mirando la mesa. ¿Por qué Jessica había ido con esa información hasta la policía? ¿Qué rayos habían hecho sus padres? Aquello había sido demasiado. Ver a Mauri encadenada a una mesa era más de lo que estaba dispuesta a soportar. ¡¿De dónde había sacado su padre que Mauri les había cerrado el paso?! Apretó los labios en un intento por no ponerse a gritar. Quería salir de ahí, quería ver a Mauri y pedirle perdón por todo ese desastre.

    Se paró y empezó a dar vueltas por la habitación, sintiendo más valor que nunca antes en su vida. No dejaría que eso empeorara, lo pararía de una vez por todas. Les pondría un alto a sus padres y a Carlos. Las horribles palabras que el hombre le había dicho a Mauri le llegaron de nuevo a la mente. No. No permitiría más insultos contra la pelirroja.

    El policía entró con un par de hojas. Regina las revisó con rapidez y firmó. El oficial salió, dejando la puerta abierta. La castaña pudo ver cómo entraba a la sala donde Mauri se encontraba. Dos minutos después la pelirroja apareció caminando detrás del abogado Linares. Regina corrió hacia Mauri y se lanzó a sus brazos.

    —Perdón —susurró cerca del oído de la chica.

    —No te preocupes. No era necesario que te presentaras…

    Mauri se apartó unos centímetros para verle la cara. Regina sintió mucho alivio al ver sus ojos. Sonrió.

    —Eso ni pensarlo —dijo contenta—. Vámonos de aquí.

    Tomó la mano de Mauri y siguieron al abogado por los pasillos mientras Regina pensaba en que tenía que llevarse a Mauri de ahí para hablar a solas. Salieron hacia la sala principal y se encontraron con muchas caras conocidas. Lorena, Pablo, Paulina, Carlos y sus padres estaban ahí, cada grupo en un lado opuesto de la sala. Empujó de nuevo a Mauri para ocultarse de todos.

    —¿Qué pasa? —preguntó la pelirroja espantada.

    —Mis padres y Carlos están ahí.

    —Es la única salida.

    Regina pensó un momento sin dejar de mirar los ojos de Mauri. Estaban en un pasillo, muy cerca una de la otra. El calor en su cuerpo empezaba a quemarle.

    —Saldré primero —dijo con decisión—. Alejaré a mis padres de aquí.

    —Querrán llevarte.

    —No te preocupes. Tengo muchas cosas que aclarar con ellos.

    —De acuerdo.

    —Te buscaré —dijo entonces haciendo que Mauri se sorprendiera.

    —¿Para qué?

   —Bueno… quisiera… debo decirte algunas cosas importantes —terminó nerviosa.

    —Si es sobre mi renuncia…

    —No. Es sobre otra cosa, pero… solo espérame, ¿de acuerdo? Cuando termine de arreglar las cosas con mi familia te buscaré.

    —¿Y segura que podrás sola contra ellos? Son tres contra una.

    —No tengo opción —dijo con algo de angustia por lo que se le venía encima.

    —¿Quieres que vaya contigo?

    La expresión en la cara de Mauri fue tan sincera que Regina sintió un tremendo impulso por lanzarse a sus labios. ¿Cómo alguien a quien había lastimado tanto aún podía preocuparse así por ella?

    —Eres maravillosa… —susurró acercándose mucho al cuerpo de Mauri, besando con suavidad su mejilla donde se quedó más tiempo del normal.

    —Ujuuuum. —Alguien carraspeó junto a ellas haciendo que las dos giraran el rostro hacia esa persona. Era el oficial que le había tomado la declaración—. Ahora le creo —dijo el hombre esbozando una sonrisa—. Si me permiten, están obstruyendo el camino.

    Dio dos pasos atrás para dejar que el hombre pasara hacia una puerta al final del pasillo. Mauri permanecía frente a ella con las mejillas rojas.

    —Perdóname por todo esto —dijo sintiendo un nudo en la garganta.

    —Fue divertido. —Mauri sonrió—. ¿Entonces… te acompaño?

    —No. No quiero que mis padres te ataquen.

    —No me importaría.

    —Creo que… debo hacer esto sola.

  —Entiendo… te estaré esperando… —Pero Mauri hizo una mueca de incomodidad.

    —¿Qué?

    —Ahm… solo… no quisiera que te hicieran algo. Si en la noche aún no sé nada de ti, iré a buscarte.

    Fue el turno de Regina de sonreír, convencida que detrás de esas palabras había un enorme amor. Tuvo ganas de escapar con Mauri para decirle todo lo que sentía, pero se detuvo. Primero debía enfrentarse a sus padres.

    —De acuerdo. —Respiró hondo y adoptó una expresión seria. Capturó una última mirada de Mauri antes de salir de su escondite.

    —¡Regina! —Su madre corrió a abrazarla—. ¡Hija, ¿estás bien?!

    —Sí, mamá. Todo bien.

    —¿Me puedes explicar dónde estuviste? —Carlos se acercó molesto—. Tu padre jura que Mauri te llevó.

    —Hay muchas cosas que debemos aclarar todos. Pero no quiero hacerlo aquí. Es mejor que nos vayamos.

  —¿Y Mauri? La dejarán encerrada, ¿verdad? —preguntó su madre con esperanza, haciendo que Regina tuviera ganas de gritarle.

    —Sí, se quedará encerrada —dijo en voz muy baja para evitar que Paulina la escuchara.

    —Ahí adentro dijiste otra cosa —intervino Carlos.

    —Te explico en casa.

    Caminó hacia la salida para que su familia no hiciera un escándalo ahí. Al llegar a la puerta giró el rostro con discreción y pudo ver que la pelirroja ya se había reunido con los demás y la miraba a la distancia. Sonrió sabiendo que aquella chica la estaría esperando.