5 Y qué estoy haciendo yo sin ti
Mauri Una puerta café se abrió frente a ella. ¿Qué parte del bar era esa?
—Pasa —dijo alguien detrás.
Mauri chocó con una mesita cuando entró a la casa. Una luz se encendió, dejando ver unos muebles aquí y allá.
—Whis… ky —balbuceó.
—Siéntate, ahora te lo traigo.
Se acomodó sobre un sofá, abriéndose la chamarra de cuero que traía para liberar su respiración. No se sentía muy bien, pero ya estaba acostumbrada a esa sensación. Sabía que después solo haría falta algunas aspirinas y mucha agua para recobrarse, así que no le dio importancia.
—Ahm… ¿Hola?
—Aquí estoy. —Se escuchó.
—Esta no… no es mi casa —dijo intentando controlar su lengua ebria.
—Sí, ya sé. Es la mía. —Jessica se sentó a su lado, con un vaso en sus manos—. ¿Recuerdas que te pedí que vinieras conmigo?
—Ah… sí… ¡Tu casa! Sí… ¿Whisky?
—Ten. —En cuanto Mauri tuvo el vaso de cristal, empezó a beber su contenido—. ¿Te ayudo?
—Claro —dijo Mauritania sin saber a lo que la chica se refería. Entonces sintió unas manos sobre ella, quitándole la chamarra.
—¿Mejor? —Jessica sonrió—. ¿Sabes? Nunca creí que estarías aquí conmigo.
—Pues… nunca me habías invitado —respondió Mauri como si fuera lo más obvio del mundo.
—Tenía miedo de que te negaras. A veces… parece que no te agrado mucho. —Jessica parecía incapaz de mirar a Mauri de frente—. Realmente creo que mi valentía de ahora se debe a que estás demasiado ebria.
—¿Quién está ebria? ¿Y quién es Valentina?
—Valentía, Mauri, valentía.
—¡Oh, sí! ¡Valentía! Es linda esa chica.
Jessica sonrió.
—Hablando de chicas lindas… pienso que tú lo eres.
—Gracias, tú también. Y eres amable, eso es muy importante. Mucha gente olvida ser amable… es como si… ¿Tienes algo de comer? ¿Tacos?
—Tacos no. Pero puedo hacerte un sándwich de queso.
—Genial. Con un taco encima.
—Entonces quédate quieta aquí y ahora regreso.
—De acuerdo, Jessica… Jessi… ¡Te llamas igual que la de Toy Story! —gritó Mauri bastante asombrada por su descubrimiento.
La chica de cabello oscuro volvió a la cocina y Mauritania se dedicó a beber hasta la última gota de whisky de su vaso. Cuando el líquido se acabó, se puso de pie y caminó tambaleante por aquel cuarto. Ese lugar era lindo. Le recordaba a la primera casa que sus padres tuvieron, antes de que se mudaran a un barrio nuevo y ella empezara la secundaria con otros compañeros. La Mauri de entonces era una niña tímida que se sentía triste por dejar atrás a sus amigos de la escuela, pero que muy pronto se olvidó de aquel malestar cuando una niña castaña le había ofrecido su mano.
«Te odio por estar en todas partes» , pensó mientras volvía a derrumbarse en el sofá, subiendo las piernas para acomodarse mejor.
—Aquí lo tienes —anunció Jessica, sonriendo con satisfacción mientras dejaba un plato en la mesita frente a ella—. Un sándwich de tacos.
—Gracias… —Mauri se incorporó en el sofá y se acercó a la chica—. Eres muy bonita —dijo deteniéndose a observar cada detalle del rostro de Jessica, que nunca había estado más roja en su vida.
—Yo…
La pelirroja se estiró más hacia Jessica… hasta que alcanzó el plato.
—Muero de hambre —dijo dando un mordisco—. ¿Tienes más whisky?
—Creo que ya ha sido suficiente alcohol por hoy.
—Nunca es suficiente… está muy bueno esto, ¿quieres? —Mauri le ofreció un poco de su comida a la chica.
Jessica sujetó su mano entre las suyas para mantener quieta la comida, pero en lugar de dar un mordisco, le dio un beso en el dorso.
—Me gustas mucho, Mauri… —susurró la chica muy bajito. La pelirroja intentó recordar lo que esas palabras significaban, pero todo era demasiado confuso.
—Entonces ¿quieres comida o no?
Los labios de Mauri fueron atrapados por los de Jessica, que se había acercado tan rápido que la pelirroja no se había dado cuenta. Mauritania movió la boca, siguiendo los movimientos de quien la besaba. Cerró los ojos, sintiendo un suave cosquilleo en su rostro.
Dejó caer la comida que aún sostenía y prefirió usar sus manos para tocar al cuerpo frente al suyo. Se trepó sobre Jessica, haciendo que se recostara en el sofá.
—Esto en verdad pasará, ¿no? —dijo alguien cerca de su oído.
Pero ella no respondió, estaba muy ocupada abriendo la blusa de su compañera.
Regina Tomó asiento en la iglesia, esperando que el sacerdote acabara los avisos y terminara con la misa dando la bendición a todos. Cada fin de semana la castaña se reunía en aquella parroquia con sus padres, varios tíos y primos. Carlos intentó ocultar un bostezo junto a ella. Regina sabía que su novio estaba ahí solo para evitar comentarios posteriores de su futura suegra.
Cuando apenas habían llegado a la iglesia, Olga los había recibido en la entrada, como de costumbre. Regina aceptó el abrazo de su madre, que le había susurrado: «Perdono tus errores, hija», refiriéndose claramente a su última discusión. Como la chica quería llevar la fiesta en paz, decidió ya no mencionar el tema.
Después de una hora participando en la ceremonia, aquello terminó y todos los asistentes salieron al atrio principal.
—Regina. —Escuchó una voz. Al voltear, se encontró con la sonrisa amable de Mariela, la hermana menor de su mamá, quien muchos años atrás había ingresado a la vida religiosa como monja.
—Hola, tía —dijo abrazando a la mujer.
—Qué gusto verlos de nuevo. Hola, Carlos.
—Hola, sor Mariela.
—En unos meses más ya seré tu tía —le recordó la mujer—. ¿Cómo van con los preparativos?
—Bien —dijo Carlos.
—Son una pesadilla —comentó ella al mismo tiempo que su prometido, que solo le lanzó una fugaz sonrisa.
—Al menos yo me salvé de eso. Mi boda con Jesucristo fue sencilla.
—Hermana. —Olga hizo su aparición—. ¿Les diste ya la noticia a los tórtolos?
—Aún no. Te estaba esperando para que hicieras los honores —respondió Mariela.
—¿Qué pasa? —quiso saber la castaña.
—Tu tía localizó al padre Ramiro, ¿lo recuerdas? El que te bautizó y dio la primera comunión —dijo Olga visiblemente emocionada. Regina ni lo recordaba—. Le dijo que estás por casarte y ¡él oficiará tu boda! ¡¿No es maravilloso?! ¡Otro sacramento más de sus manos!
—Qué bien, mamá. Gracias.
—No, no. Tu tía hizo todo.
—Es mi regalo para ustedes —dijo Mariela con felicidad—. Estoy segura de que tendrán un matrimonio ejemplar.
La castaña sonrió hasta donde pudo, ya que por alguna razón que no comprendía, cada vez le incomodaba más el tema de la boda. Ya quería salir de eso, ¿lo mismo le pasaba a todas las novias? ¿Acababan detestando su boda? Ella estaba vuelta loca con lo que faltaba por hacer.
Después de pedir una disculpa por no asistir al desayuno familiar, Regina y Carlos subieron a su auto con ganas ya de llegar a su casa.
—Necesitamos revisar la lista de invitados —le dijo a su prometido.
—¿Otra vez?
—No la hemos revisado.
—Mi mamá te envió la lista, ¿no?
—Hace un mes. Pero aún la tenemos que depurar para mandar hacer las invitaciones… Y escogerlas, claro.
—¿Depurar? ¿Quieres quitar nombres de la lista?
—Pues a menos que seas el príncipe de Inglaterra, ¿en serio quieres mil personas en tu boda?
—¡¿Mil personas?! —Carlos frenó de golpe en el semáforo—. ¡¿Por qué tantas?!
—Porque nuestras madres se creen unas socialités.
—No, no, no. No quiero a tantas personas.
—Entonces debemos revisar la lista ahora.
—¿Y tiene que ser hoy? —El hombre aceleró de nuevo y le dirigió una mirada de fastidio—. Amor, es mi día de descanso y quería relajarme viendo la televisión.
—También hoy es mi día de descanso.
—Pues sí pero… ¿podrías hacerlo tú? O dile a tu mamá que te ayude.
—¿No entendiste que ella nos metió en este problema? ¡Quiere que invitemos a parientes y personas que no ha visto en décadas!
—Solo borra sus nombres entonces. De mi lista únicamente deja a los que conoces.
—Carlos, solo quiero un poco de ayuda, ¿sí? Yo he visto todo lo de la boda…
—¡Tú tienes más tiempo libre! ¡Yo estoy todo el día trabajando!
—¡Yo también tengo un trabajo!
—¡Pero es menos complicado que el mío!
—¡¿Estás bromeando?! ¿Sabes qué? Tienes razón. Yo me encargo de esto, tu diviértete con tu estúpido futbol —terminó ella molesta.
Apenas llegaron a su casa, Regina se encerró en la habitación y empezó a tachar nombres al azar. Realmente no le interesaba quién iba o no a su boda. Arrugó una de las hojas, la hizo bolita y la lanzó por la ventana. Estaba muy enojada y no entendía por qué. Tal vez era la suma de todo. La boda, su novio, su madre, su familia y… Frunció el ceño al pensar en la chica del departamento vacío. ¿Cómo fue capaz de decirle que la extrañaba? Tomó una de sus almohadas y ahogó un grito contra ella. Se había sentido bastante ridícula desde el momento en que había salido de ese departamento. Casi había corrido a su auto, intentando controlar los fuertes latidos de su corazón. ¿Qué habría pensado Mauri? ¿Iba a decir algo? ¿Se iba a reír de ella? Las respuestas a esas preguntas nunca llegarían, pues la castaña estaba totalmente segura de que no quería estar a solas con Mauri en ningún lugar.
Respiró hondo varias veces para calmarse y recordó algunas cosas de ese día. Sonrió pensando en la falta de muebles y cosas de la pelirroja… Su amabilidad con ella… Su sentido del humor… Su hermosa sonrisa… Sus ojos…
«¡¿Qué me pasa?!», pensó poniéndose de pie de un brinco. No debía permitir aquellos pensamientos. Esos años se había esforzado por retomar el camino, por enderezar su vida después de pasar tres años en los brazos de Mauritania… Aquellas noches… «¡Calma, Regina!», se reprendió mentalmente.
—Eso se acabó —murmuró para sí misma—. Ya no quiero ser débil otra vez, ya no puedo. Por favor, ya no… —Se acurrucó en un rincón de su cuarto, con las rodillas dobladas—. Terminar fue lo correcto… lo fue… —decía mientras se balanceaba en su lugar—. Estamos bien así. Mi vida es mejor sin ella… y ella es mejor sin mí… soy feliz sin Mauri… —La voz se le quebró—. Soy feliz…
Su noche había sido terrible, pues había tenido pesadillas otra vez. En el sueño era el día de su boda y ella ya estaba por entrar a la iglesia. Entonces el vestido cobraba vida y la empezaba a asfixiar a cada paso que daba hacia el altar. Ella caía al suelo, incapaz de respirar, sintiendo cómo la vida se le iba. Carlos llegaba a ayudarla, pero le era imposible. Ella seguía escuchando la voz de sus padres que le exigían a gritos que se levantara.
Se aplicó el maquillaje suficiente para ocultar sus ojeras, lista para un nuevo día en la oficina. Aunque muchas personas podrían odiar ir al trabajo después de un mal sueño, Regina sentía que eso era lo único que podría hacerla sentir bien. Tomó sus cosas y salió de casa media hora antes de lo usual. Quería relajarse mientras conducía, escuchando música instrumental. Y así lo hizo. Despejó su mente de las imágenes perturbadoras con las que había despertado y sonrió cuando aparcó el auto en el estacionamiento subterráneo del edificio donde se encontraba su oficina.
Al entrar al piso se dio cuenta que era la primera del equipo de trabajo en llegar, pues solo estaban ahí los del personal de limpieza.
—Buenos días —les dijo a un par de señoras que sacaban la basura mientras reían por algún chisme.
Cuando se sentó en su escritorio suspiró relajada al fin. Aquel era su sitio seguro. En esa oficina nadie le gritaba o la presionaba para hacer o aceptar cosas que no quería. Por eso amaba Café Latino. Ahí era la contadora, la amiga de todos, sus compañeros la hacían sentir valiosa, importante, perfecta así como era.
Buscó la pequeña regadera que usaba para sus plantas y fue al baño a llenarla. Mientras el agua caía en el recipiente, Regina pensó en Mauritania. Lo que le había dicho era verdad: la extrañaba. Y mucho más durante aquellas semanas. Y es que con la pelirroja nunca había tenido que preocuparse por lo que decía o hacía. A Mauri siempre le había encantado todo de ella. Su parte cínica, su sarcasmo, su incredulidad ante ciertas cosas de la vida. Ya habían pasado varios años desde lo que pasó entre ellas. ¿No habían madurado lo suficiente ya como para ser amigas? ¿Por qué le costaba tanto verla a los ojos todavía?
De regreso por el pasillo, empezó a regar todas las plantas que se iba encontrando a su paso. Aquello era su terapia personal. Estar ahí viendo como aquel líquido caía en las macetas, le parecía lo más relajante del mundo. Amaba el sonido del agua cayendo, el olor a tierra mojada, el verde de las hojas. Por último, se enfocó en las plantas que tenía en su oficina. Levantó una de sus pequeñas macetas para revisar que la parte inferior no tuviera grietas. Entonces escuchó un par de voces a punto de entrar a donde ella se encontraba.
—¿Segura que no lo soñaste? —preguntó María.
—¡No! Te lo juro —respondió Jessica abriendo la puerta de su oficina—. Me acosté con Mauri.
Regina soltó la maceta, que se hizo mil pedazos cuando tocó el suelo. Sus dos amigas giraron el rostro hacia ella, que continuaba de pie mientras un zumbido en sus oídos aumentaba.
—¿Estás bien? —Maria se acercó rápido a ella, verificando si se había hecho daño. Pero Regina tenía la vista clavada en Jessica, ¿qué había dicho?
—Iré por algo para limpiar —anunció la chica de cabello negro y salió de ahí.
—Regina… ¡Regina! —María le sacudió el hombro.
—Estoy bien —dijo casi sin aire—. ¿De qué… hablaban?
La chica frente a ella soltó una risita.
—Pues Jessica dice que se encontró a Mauri en un bar el sábado en la noche, luego fueron a su casa y… ya sabes —terminó María con una sonrisa malévola—. ¿Puedes creerlo? Porque yo apenas puedo. Nunca creí que Mauri le hiciera caso. ¡Ni la miraba!
—Yo… tengo que… —Se puso en cuclillas para recoger los pedazos de la maceta que quedaron regados por el suelo. María la imitó mientras continuaba hablando.
—¿Sería muy morboso de nuestra parte hacer que Jessica nos cuente los detalles? Porque… ¿Mauri será buena en la cama?
Regina tuvo ganas de romper otra maceta pero en la cabeza de María cuando escuchó aquello. Frunció el ceño. ¿Cómo se atrevía la pelirroja a meterse con una de sus amigas?
—Yo me encargo —dijo Jessica entrando de nuevo con una escoba y un recogedor.
Regina se puso de pie, sin dejar de mirar a su compañera, que tenía una sonrisa en los labios mientras limpiaba.
—Jess, ya le conté a Regi —informó María.
—¡Estoy muy feliz! —dijo Jessica mirándola a los ojos. Regina sentía que dentro de ella había algo caliente subiendo hasta su garganta—. Mauri es tan linda.
—¿Cómo fue? —preguntó María sin ocultar su curiosidad.
—Maravilloso. Mauri… es apasionada —dijo Jessica bastante sonrojada.
—¡Eso! —María aplaudió un par de veces—. Siempre la imaginé como una loca salvaje.
Regina giró el rostro. Mauri era apasionada, sí. Pero también tierna, gentil, amorosa. La pelirroja podía ser todo a la vez. La castaña luchó para apartar esos pensamientos de su mente e intentó, con todas sus fuerzas, espantar un recuerdo.
Mauri y ella se besaban despacio. Podía sentir las manos temblorosas de la pelirroja, que con timidez se colaron bajo su blusa. Regina se estremeció cuando por primera vez unas manos que no eran las suyas tocaron sus senos.
—¿Estás segura? —le había preguntado su amiga, separándose un momento de ella para observar sus ojos.
—Sí, ¿y tú?
—Sí.
—Entonces… —Dio un paso atrás, mientras Mauri seguía roja frente a ella. Con decisión, se quitó la blusa y el sostén. Los ojos de la pelirroja bajaron lentamente por su cuerpo—. Ven —dijo tomando la mano de Mauri para llevarla hasta su cama.
Un grito la hizo volver al presente.
—¡¿Y te lo pidió?! —Maria se había tapado la boca, asombrada mientras esperaba la respuesta de Jessica.
—No, no. Solo… despertamos y se marchó.
—Pero, ¿la notaste bien? ¿O estaba huyendo? —interrogó María.
—¿Qué? ¡No! Ella estaba bien, tal vez solo un poco… eh…
—¡Termina! —exigió María.
—Se portó muy bien conmigo y… —Jessica pareció tomar valor—. ¡Por Dios, chicas! ¡Dijo que me ama!