6 Una sola mirada te basta para matarme y mandarme al infierno

Mauri

Pablo entró a su oficina con una enorme jarra de agua, le sirvió un poco en un vaso y se lo dejó sobre su escritorio.

      —Eres mi salvador —dijo ella tirada sobre su silla, con un terrible malestar físico y emocional.

      —¿Fin de semana de juerga?—Su asistente se sentó frente a ella, mientras acomodaba su charola de pendientes.

      —De estupidez. ¿Por qué será que me gusta meterme en problemas?

      —¡¿Otra vez te metiste con una casada?! ¡Un día alguien te dará un balazo por ponerle los cuernos!

      —No, esta vez no fue una casada. Fue peor…

      —Me asustas —dijo Pablo, dejando lo que hacía y poniendo toda su atención en ella.

      —Fue con Jessica.

      —¡¿JESSICA?!

      —¡No grites! —protestó mientras un martillo le golpeaba el cerebro—. Creo que me acosté con ella.

      —¿Crees?

      —Es que… no estoy segura. ¡Estaba muy ebria! Solo sé que desperté en su cama y ella estaba desnuda. Fue terrible.

      —No jodas, Mauri. Ella es una chica linda —dijo Pablo con pesar.

      —Lo sé. Por eso me siento peor. Ni siquiera sé porqué estaba con ella. Ya no vuelvo a beber así, lo juro.

      —¿Eso fue anoche?

      —No, el sábado.

      —¿Y por qué sigues con resaca?

      —Porque cuando llegué a casa me embriagué de nuevo.

      —Bonita forma de recobrar la cordura. —Pablo suspiró—. Pues mi querida jefa, tendrás que enfrentar las consecuencias. Tienes que hablar con ella y explicarle que… bueno… que básicamente no recuerdas nada. Eres una persona horrible.

      —Ya sé —dijo Mauri lanzándose sobre su escritorio, ocultando la cabeza entre los brazos.

      —¿Quieres que… averigüe cómo está? —propuso su asistente.

      —¿Ah? —La pelirroja levantó el rostro.

      —Puedo preguntarle a María. Seguro ella me dirá todo.

      —Sí… —Pensó—.¡Sí! —Mauri se agarró la cabeza—. Carajo.

      —Jefa… —Pablo parecía buscar las palabras correctas para continuar—. Si María lo sabe, seguramente Regina también.

      Aquello la dejó en silencio por varios segundos. No sabía qué pensar ni qué sentir.

      —A ella no le importa mi vida sexual —dijo al fin.

      —Pero Jessica es su amiga. Tal vez sienta raro saber que la mujer que la amaba ahora está con una de sus amigas.

      —¡Yo no la…! ¡Y no estoy con Jessica! —Su cabeza resonó de nuevo—. Solo déjame dormir una hora y ya.

      Cuando Pablo la dejó sola, Mauri se acostó en el sofá del rincón pero no pudo dormir. Solo pensaba en lo tonta que había sido. Nunca había perdido así la consciencia. ¡¿Cómo le había hecho eso a Jessica?! Tenía que ver la forma de arreglar las cosas con la chica.

      Tal vez debería buscar a Jess para invitarla a cenar y poder pedirle una disculpa. Pero ¿qué le diría? ¿Cómo te disculpas por algo que ni siquiera recuerdas? ¿Sí se había acostado con ella? Cerró los ojos haciendo un esfuerzo por regresar a esa casa. Jessica y ella estaban platicando en su sala… Mauri se estrujó el cerebro. En algún rincón debía estar lo que había pasado. Pudo escuchar su voz… Jessica reía por algo. Se besaban… Jessica estaba desnuda en la cama.

      «Qué estúpida eres, Mauritania», pensó antes de darse una bofetada.





Regina
 Al medio día Lorena había convocado a una reunión express para comunicarles sobre la posible compra de un terreno junto a la plantación de café que la empresa poseía.

    —Me parece una oferta tentadora —dijo Lorena—. Y sin duda nos ayudaría a incrementar la producción aprovechando nuestro sistema de logística ya implementado. Lo que necesito saber, Regina, es si la empresa puede realizar esa compra sin hacer tambalear nuestras finanzas —terminó Lorena clavando sus ojos en ella.

    La castaña fingió revisar unos documentos para ocultar el hecho de que estaba más ocupada fulminando a Mauri con su mirada que escuchando la exposición de Lorena.

    —Debo hacer unos cálculos —opinó.

    —¿Podrías entregarme tu diagnóstico mañana? —preguntó la mujer.

    —Por supuesto.

    —Perfecto. Ya pueden retirarse todos, excepto Regina y Mauri, por favor.

    La castaña observó a la pelirroja por unos segundos. La chica no parecía feliz con aquella petición de Lorena. Durante toda la reunión, Mauri había evitado mirarla a los ojos, haciendo que Regina se enojara más. Quería lanzar una silla a la cara de esa cobarde. Quería escupirla, gritarle por su desvergüenza.

    —¿Qué pasa? —quiso saber Mauri.

    —Me parece que es necesario que viaje a Los Ángeles antes de la apertura de las oficinas —dijo Lorena. La mujer hizo una pausa como para darles la oportunidad de opinar, pero como ninguna habló, prosiguió—. Regina, debes acompañarme.

    —¿Qué?

    —Sé que estarás con el tiempo justo para tu boda pero será un viaje rápido, un par de días.

    —¿Cuándo sería ese viaje?

    —Entre la primera o segunda semana de enero, tal vez. Me reuniré con los dueños de una cadena de supermercados. Si logramos firmar ese contrato, el lanzamiento de Café Latino en Estados Unidos sería con mucha más fuerza.

    —Yo no soy de ventas, ¿cómo podría ayudarte? —dijo Regina sin comprender porqué la necesitaba Lorena.

    —Eres una chica inteligente. Además necesito que tus proyecciones financieras hagan que nuestros posibles socios deseen nuestro café en sus anaqueles. ¿Puedes acompañarme?

    —¡Por supuesto! —dijo ella sin pensarlo demasiado.

    —Y tú… —Lorena giró el rostro hacia Mauri y la observó con el ceño fruncido—. ¿Estás bien?

    —¿Qué? —preguntó Mauri, como si estuviera despertando de un sueño y no supiera cómo rayos había llegado ahí.

    Lorena se acercó un poco a la pelirroja.

    —¿Estuvo buena la fiesta?

    —No…

    Fue entonces que Mauri la miró a ella. Por una breve fracción de segundos, Regina pudo ver preocupación en esos ojos pero prefirió ignorar aquello. Mantuvo el contacto visual intentando hacerle saber a Mauri que estaba al tanto de lo que había ocurrido y que merecía morir.

    —Mientras Regina y yo nos vamos a Los Ángeles, tú te quedarás al frente de la empresa —le dijo Lorena a Mauri, que asintió como si fuera una penitencia.

    —De acuerdo.

    —Chicas… —La mujer extendió sus manos sobre la mesa, una a cada lado para que se las sujetaran como si estuvieran unidas para una oración—. Gracias. Ustedes son dos personas de mi absoluta confianza. Los meses que vienen serán duros, pero sé que puedo contar con las dos. Ahora si me disculpan, iré a mi oficina por un obsequio para ambas.

    La mujer salió rápido de la sala de juntas, dejándolas solas ahí. Regina volvió a mirar a Mauri, que lentamente giró hacia ella.

    —¿Y… qué tal tu día? —preguntó la pelirroja.

    —¿Qué tal el tuyo, Mauritania? —preguntó ella de vuelta, usando su tono más duro.

    —Bien —dijo la chica como si nada, rascándose la cabeza.

    La castaña frunció el ceño y apretó los labios, intentando mantenerse callada. Después de todo, lo que Mauri hiciera con su vida no era problema suyo. ¿Qué importaba si se acostaba con Jessica o si cambiaba de novia como de ropa?

    La puerta se abrió de nuevo y Lorena apareció con una amplia sonrisa en su rostro.

    —Quiero obsequiarles estos pases de cortesía para la degustación anual de vinos del restaurante Amaranta. —La mujer colocó los pases en medio de la mesa—. No podré asistir y me pareció un desperdicio no aprovechar esa ocasión, así que…

    —¿Es para ir… juntas? —quiso saber ella, nerviosa de pronto.

    —No necesariamente —aclaró Lorena—. Cada pase es para dos personas, para sentarse en una misma mesa, claro.

    —Gracias, es… gracias —dijo la castaña sonriendo a su jefa. Por nada del mundo quería ser grosera, pero la idea de ir a un lugar con Mauri no estaba en sus planes de vida.

    —Degustación de vinos, genial —murmuró la pelirroja examinando su pase.

    —Entonces, volvamos a los deberes. —Lorena se levantó y salió tan rápido que Regina no había tenido tiempo de ordenar sus cosas para regresar a su lugar. Cerró su laptop, tomó unas carpetas y se puso de pie. Mauri estaba esperando algo junto a la salida. La pelirroja parecía indecisa en sus movimientos.

    —¿Y qué te parece? —le preguntó Mauritania cuando se acercó.

    —¿Qué me parece qué cosa?

    —Los vinos… —Mauri levantó el boleto que traía en la mano.

    —Creo que es un regalo generoso —dijo ella pasando junto a la pelirroja sin detenerse—. Aunque no podré asistir.

    —¡¿Por qué?!

    —Tengo cosas que hacer.

    Mauritania corrió detrás.

    —Pero…

    —Supongo que llevarás a Jessica. —Se le escapó deteniéndose de golpe. Mauri frenó justo a tiempo para no chocar con ella.

    —¿Jessica?

   —Es tu novia, ¿no? ¡Felicidades! —dijo la castaña intentando contener sus ganas de darle dos bofetadas.

    —¡Espera!

    Mauri la tomó del brazo para evitar que emprendiera su camino. Regina sintió como aquel contacto con su piel le lanzó una descarga de electricidad a todo el cuerpo.

    —¿Qué quieres? —Hizo un movimiento para liberarse. No quería que Mauri la tocara.

    —Yo… no… Jessica… no…

    —No me interesa lo que hagas con tu vida, Mauritania.

    —¿En serio? —La pelirroja frunció el ceño—. ¿Quién fue a mi departamento a decir que me extraña?

    —¡¿Qué?! —¡¿Cómo se atrevía a mencionar eso?! En ese momento ella fue la que empujó a Mauri hasta una pequeña oficina que servía como bodega para la tinta de las impresoras—. ¡Fui a pedirte una disculpa por el comportamiento de mi mamá!

    —Sí, claro. —Mauri se cruzó de brazos y sonrió. Regina odiaba esa expresión burlona de la chica.

    —¡Tú eres la sinvergüenza que se metió con una de mis mejores amigas! ¡¿Cómo pudiste hacerlo?! —Sintió la rabia subir por su garganta.

    —¿Tus amigas están prohibidas o qué?

    —¡No seas cínica, sabes a lo que me refiero!

    —¡No lo sé! ¡No entiendo por qué te enojas si durante todos estos años apenas me has dirigido la palabra!

    —¡Jessica es mi amiga! ¡No voy a permitir que juegues con ella!

    —¡¿Así como tú jugaste conmigo?! —soltó Mauri. Aquellas palabras se clavaron en el corazón de la castaña como flechas envenenadas—. ¡No seas hipócrita ahora, Regina!

    Su mano viajó veloz hasta la mejilla de Mauri, golpeándola con fuerza.

    —¡Idiota!

    Sin perder otro segundo, Regina salió de aquella pequeña habitación dejando atrás a la pelirroja. Se sentía tan furiosa que si no se alejaba de Mauri, no podría evitar romperle la cabezota. Entró a su oficina azotando la puerta. Arrojó sus cosas sobre su mesa de trabajo y se la pasó dando vueltas como león enjaulado. Su estómago le dolía por el coraje y sentía la mano adolorida. Se frotó las sienes intentando apartar la voz de Mauri de su cabeza. Respiró hondo varias veces para recobrar el control pero todo fue inútil. Empezó a llorar.





Mauri

Miraba por la ventana de su oficina, aunque su mente estaba muy lejos de ahí. Después de su discusión con Regina, se había encerrado. Incluso Pablo salió huyendo cuando al querer entrar a hablarle sobre algo, ella lo había corrido a gritos.

    Desde que Regina y ella terminaron, nunca habían hablado sobre eso. Mauri nunca le había reclamado a la castaña su comportamiento de aquel día, ni la forma en que había desaparecido.

    Cuando se reencontraron, simplemente habían hecho un pacto de ignorarse mutuamente en el trabajo.

    —En verdad soy una idiota —murmuró mientras se acariciaba la mejilla golpeada—. Tal vez… Es por…

    Ese par de horas ahí parada, había intentado encontrar el momento en que su vida se había fracturado. Algo bastante sencillo en realidad. Lo complicado fue aceptar que todas las tonterías que había hecho desde entonces habían sido por su incapacidad de manejar los sentimientos que aquella ruptura le había dejado. No es que ella no quisiera ir en serio con alguna de las chicas con las que salía, es que no podía. Se bloqueaba cuando las cosas iban avanzando y el vacío emocional que sentía, hacía que se alejara. Pero no podía seguir así. No podía dejar que algo del pasado siguiera jodiendo su vida. Ya no quería que Regina tuviera poder sobre ella y tal vez lo que había pasado con Jessica no fuera tan malo después de todo. Presionó el botón del intercomunicador sobre su escritorio.

    —¿Sí? —Se escuchó la voz temblorosa de Pablo.

    —¿Podrías pedirle a Jessica que venga un momento a mi oficina, por favor?

    —Claro, jefa.

    Se acomodó bien la ropa y el cabello. Ya se había escondido por mucho tiempo ese día y aquello debía parar.

    La puerta se abrió y Jessica hizo acto de presencia. La chica sonrió algo tímida.

    —Adelante —dijo Mauri.

    —Eh… ¿querías verme?

    —Sí. —Extendió una mano para indicarle a la chica que tomara asiento en el sofá del rincón. Cuando Jessica lo hizo, ella se acomodó a su lado, girando un poco el cuerpo para poder verla de frente—. Quiero pedirte una disculpa por mi estado del sábado.

   —No te preocupes —dijo la hermosa joven regalándole una sonrisa a la pelirroja.

    —Dios, soy una tonta. —Mauri se tapó el rostro un momento, conmovida por la actitud de Jessica—. ¿Sabes qué me molesta?

    —La verdad no.

   —Que eres totalmente linda y no merecías tener a una borracha contigo. Jessi… —Colocó una mano sobre la de la chica—. Honestamente no recuerdo mucho de lo que pasó en tu casa.

    —¿Qué? —El brillo en la mirada de Jessica se apagó un poco.

    —Creo que fue demasiado alcohol. Lo siento.

    —Entonces… —Jessica se puso de pie y dio un par de pasos para alejarse de ella—. ¿No recuerdas lo que hicimos ni… lo que… dijiste?

    —No.

    —¡Oh, Dios! —A la chica se le empañaron los ojos—. ¡Qué vergüenza! La tonta soy yo por pensar que… Debo irme.

    —¡No! —Mauri se apresuró a cerrarle el paso a Jessica—. Déjame compensarlo.

    —¡¿Y cómo harás eso?! Tú sabes que yo… ¡Fui demasiado fácil, ¿no?!

    —¿Qué? ¡No! Jamás pienses eso de ti. Eres linda, eres honesta. Yo fui la que no estuvo bien… ¿Te gustaría salir conmigo?

    La chica se quedó muda durante varios segundos, parpadeando muchas veces mientras no despegaba sus ojos de ella.

    —¿Hablas en serio?

    —Sí. Quiero salir contigo sin ninguna gota de alcohol encima. ¿Vamos a cenar hoy?

    —¿Por qué haces esto realmente? Ya estoy bastante apenada como para que también sientas lástima.

    —No es lástima… al menos no por ti. Es más bien que… He sido una estúpida por mucho tiempo y me gustaría dejar todo atrás. No quiero lastimarte, de verdad. Solo me gustaría saber si podemos… Si, tal vez… —La pelirroja se acercó a Jessica. Buscó sus labios y la besó.

    —Sí —susurró la chica contra su boca—. Saldré contigo.



Pablo se rascó la cabeza de nuevo, haciendo que su pelo se mantuviera parado en la coronilla. La miró varios segundos con cara de confusión hasta que por fin dijo:

    —¿Me estás diciendo que Jessica es tu novia ahora?

    —No. Novia es una palabra fuerte en estos momentos. Solo saldré con ella… Veremos cómo va todo —dijo Mauri mientras terminaba de enviar un correo.

    —¡¿Por qué?! ¡Tenías que disculparte nada más, no llevarla al abismo contigo!

    —¿Es en serio? —La pelirroja dejó lo que hacía y miró con fastidio a Pablo—. Tú eres el que me pedía parar con mis tonterías y ahora que te digo que lo haré, ¿me dices esto?

    —Es que Jessica… ella es…

    —¡Sé lo que es! —gritó parándose de un brinco—. ¡Quiero estabilidad! ¡Quiero por fin dejar de pensar en…!

    —¿En quién? ¿En quién, Mauri? Acaso… ¿En Regina? —preguntó Pablo bastante asombrado—. ¿Qué tan importante fue ella en verdad? ¡¿Qué pasó con ella?!

    —No quiero hablar de Regina.

    —¡¿Ves?! ¡Ese es tu principal problema! ¡No puedes ni hablar de ella sin que te enfades o te emborraches!

    —¡¿Qué quieres que te diga?! ¡¿Que estaba perdidamente enamorada de ella?! ¡¿Que estuvimos saliendo a escondidas durante tres años?! ¡Pues sí, eso pasó! ¡Yo la amaba y ella solo pasaba el rato!

    —Espera… ¿Regina fue tu novia? —Pablo se sentó lentamente en la silla frente a su escritorio—. O sea… dijiste que había sido tu mejor amiga… Creí que ella nunca… que…

    —Estuvimos juntas mucho tiempo —confesó—. Era mutuo… al menos eso se suponía.

    —¡Carajo, Mauri! Ten mucho cuidado con lo que harás. Jessica es amiga de Regina… No puedes empezar algo con ella por las razones incorrectas. Si fracasas, Jessica será la que pagará los platos rotos.

    —Lo sé. Por eso no puedo fracasar.

    —Mejor no lo hagas.

   —Lo tengo bajo control, ¿sí? Regina se casará pronto y yo podré seguir con Jessica. Ella es estupenda. Lo lograré.


Regina

Después de un largo día, Regina había llegado por fin a casa. Le encantó el silencio y la soledad que sintió apenas puso un pie en ella, así que pasó directo a la cocina a servirse una copa de vino y se la fue bebiendo mientras preparaba la tina para darse un largo baño.

    Quería olvidar el mal rato que había pasado con Mauri. La chica nunca le había gritado antes y mucho menos algo tan hiriente… tan cierto. Regina aún no podía entender cómo alguien tan dulce como Jessica podía caer en las artimañas de Mauri.

    Desde que se habían convertido en compañeras de trabajo, la castaña había escuchado en los pasillos de la empresa sobre las aventuras amorosas de la pelirroja. Sabía que la chica solía empezar y terminar relaciones con frecuencia, y lo que más le enojaba a Regina era la sonrisa de satisfacción que Mauri siempre tenía por ello.

    —Par de tontas —dijo quitándose la ropa para meterse al agua. Cerró los ojos intentando concentrarse en la sensación del agua sobre su cuerpo. Se deleitó el olfato con la fragancia de rosas que había colocado en el baño y estiró el brazo para alcanzar su copa—. Todo está bien. Mauri puede hacer lo que quiera con quien quiera. Yo me casaré y tendré la vida que siempre he deseado.

    Ahí se quedó la castaña sin tener en cuenta el tiempo que iba transcurriendo y sin prestarle atención a los sonidos que hacía su celular para avisarle que tenía mensajes.

    Cuando al fin salió envuelta en una toalla, ya era casi la hora de llegada de Carlos, así que se apresuró a vestirse y a buscar en la nevera algo para preparar la cena. Cocinar era otra de las cosas que le fascinaban y, aunque Carlos también era bueno en la cocina, ella prefería ocuparse pues la comida le quedaba mejor.

    Estaba cortando las verduras cuando escuchó un auto detenerse en la entrada. Pocos minutos después su prometido entró con cara de cansancio total.

    —Hola. —La saludó el hombre mientras besaba su sien—. ¿Qué tal te fue hoy?

    —Bien, como siempre —dijo ella sin querer detenerse a pensar en su día.

    —¿Y qué preparas?

    —Boloñesa.

    —Qué bien, ¿te ayudo? —Carlos la abrazó por atrás.

    —No te preocupes, ya lo tengo casi listo.

    —Entonces me daré una ducha.

    Carlos desapareció de su vista, haciendo que Regina regresara a su estado relajado otra vez. Cortar, mover y sazonar eran lo único en su cabeza. Puso la mesa en espera de su novio y se sirvió más vino. Debía centrarse en su vida familiar, no en tonterías.

    —¿Fuiste al gimnasio hoy? —Su prometido tenía el cabello mojado cuando se sentó a la mesa.

    —No, estaba muy cansada. Pero ya mañana retomaré la rutina. ¿Volverás también?

    —No creo. Hay un rumor en la oficina —dijo el hombre esbozando una sonrisa—. Dicen que este caso les servirá a los socios para elegir a uno de nosotros.

    —¿Para qué?

    —¡¿Cómo que para qué?! ¡Para ser socio también! ¡¿Te imaginas?! ¡Podré ser socio a los treinta años! Mi papá lo logró hasta los cuarenta.

    —Pues que bien, Carlos. Felicidades.

    —Aún no lo consigo, mi amor.

    —Estoy segura de que lo lograrás. Eres muy buen abogado.

    —Gracias. Y por lo que te acabo de contar… Es posible que tenga que hacer más horas de oficina o salir de viaje.

    —¿Qué? —Regina bajó el tenedor con comida que estaba a punto de llevarse a la boca—. ¿Cuándo?

    —No sé, Regina. En cuanto el caso lo requiera.

    —¿Y nuestra boda?

    —Tranquila, ya he pensado en eso. Mi madre y mi hermana te ayudarán.

   —¡Ay, no! Tu mamá y tu media hermana no se soportan. No quiero estar lidiando con el carácter de las dos.

    —¡¿Entonces qué propones?!

    —Que me ayudes tú.

    —No puedo Regina. Tengo que enfocarme en ser socio, ¡es mi sueño!

    —Tú eres muy chingón, ¿no? Solo que te avisen el día para pasar a casarte, ¿verdad? ¡Dijiste que planearíamos todo juntos!

    —¡Esto es importante! ¡Es nuestro futuro!

  —No, Carlos, es tu futuro. Acordamos estar juntos en los preparativos, casarnos, hacer lo que se supone que debemos hacer.

    —¡Perdón, ¿de acuerdo?! ¡Pero no puedo partirme en dos! Estaré contigo y te ayudaré en lo que pueda, pero entiende que tengo responsabilidades que cumplir en el trabajo.

    Regina se quedó callada unos segundos, intentando recobrar la compostura.

    —Mira… Vamos a solucionarlo según vengan las cosas, ¿sí? Ya no quiero pelear.

    Y en verdad no quería. Sentía que las energías para afrontar el día ya las tenía consumidas. Cenaron en silencio los dos y cuando acabaron, Carlos se ofreció a limpiar, así que la castaña se metió a la recámara. Tomó el celular que había dejado en su buró para ver la hora y vio las notificaciones. Recordó que el aparato había estado sonando mientras se bañaba.

    En cuanto abrió el mensaje, sintió que una mano invisible le apretaba el corazón. El texto de Jessica decía: «Envíenme suerte, chicas». Lo acompañaba una selfie de la chica sonriendo, mirando a la cámara. A su lado, Mauri también sonreía, con los ojos puestos en la chica de cabello negro, mirándola con fascinación.

    Regina no pudo contener el impulso de arrojar su celular contra la pared.