Aún se siente el calor
Escuchame…
Capítulo 1
El sueño que jamás compartirías
Los labios de Mauri se deslizaban por su cuello, mientras una mano cálida se colaba entre sus piernas. Regina jadeó cuando sintió aquellos dedos acariciando esa zona tan íntima.
—Tini —dijo cerca de la oreja de su amante, aferrándose más a su espalda cuando unos dedos intrusos se colaron en ella.
—Me excita tu voz —declaró Mauritania—. Y me excita más sentirte mojada.
—Eres una…
—¿Sinvergüenza? —interrumpió la chica—. Sí, lo soy. Por eso te gusto.
Mauri se movía sobre ella, presionando su cuerpo contra la cama.
—No… me gustas —logró decir Regina, intentando no gemir más—. Yo… tengo novio…
—No soy celosa —respondió Mauri apagando sus débiles argumentos con un beso.
Regina no podía parar aquello. Quería más. Aquella mujer siempre la hacía perder la cordura. Apretó los labios pues no quería que el ego de Mauritania se inflara más al escucharla entregarse al placer. Pero no lo consiguió. Soltó una fuerte exclamación cuando aquella ola brotó de su entrepierna y le recorrió el cuerpo.
Regina abrió los ojos espantada mientras un fuerte estremecimiento la recorría. ¡¿Otra vez?! Se levantó de la cama y se tapó el rostro. Hacía varias semanas que estaba teniendo aquel sueño. ¡¿Qué carajo le pasaba?!
Se apresuró a entrar al baño y lavarse la cara con abundante agua. No podía volver a aquello. Lo de Mauri y ella había quedado en el pasado, muchos años atrás. Ella estaba feliz con Carlos, en plenos preparativos para su boda y nada debía arruinarla.
—Tranquila —se dijo frente al espejo, con el agua goteando por sus mejillas—. Son solo los nervios, todo está bien.
Cuando regresó a su colchón, cerró el libro que había estado leyendo antes de quedarse dormida. Según su reloj, eran apenas las siete de la noche. Eso quería decir que su prometido no debía tardar demasiado en llegar.
Y no se equivocó. Quince minutos después, el auto negro de Carlos aparcó en el garaje de la casa. Aquella propiedad era de su novio y Regina llevaba viviendo ahí casi un año, pues habían decidido probar lo que sería vivir juntos antes de dar el gran paso. Como ambos habían concluido que les iba bien, habían anunciado su compromiso tres meses atrás.
—El tránsito es un caos —dijo Carlos apenas entró—. Hubieras visto la cantidad de autos que hay. Deberíamos mudarnos al campo.
—Dices eso todos los días —le recordó ella correspondiendo el beso de su novio—. Pero en el campo no hay tanto trabajo para abogados penalistas.
—Entonces pondremos una frutería. Viviremos de tomates y lechugas. ¿Qué tan difícil sería cultivar?
Carlos se metió a la habitación y siguió hablando de todo lo que podría hacer en una granja, mientras Regina preparaba un café en la cocina. Aquel aroma en particular le encantaba. Le había fascinado desde la primera vez que lo había probado.
—No sabes cuánto detesto que te metas en mis sueños… —susurró al pensar en Mauri.
—¿Puedes creer lo que dijo el hijo de puta? —La voz de su novio la hizo volver de sus pensamientos—. Ya se lo había advertido a Camilo. Le dije que Otto es un cobarde, pero el imbécil le apostó todo el caso a un solo testigo.
—¿Y ahora qué pasará? —preguntó ella sin verdadero interés, concentrada en echarle la suficiente leche a su café.
—Pues que nos ha jodido todo. Mañana seguro van a rodar cabezas y la primera será la de Camilo, por pendejo. ¿Hay algo para cenar?
—Pedí pizza, no debe tardar en llegar.
—Bueno… —Carlos abrió el refrigerador y sacó un pedazo del pastel que le habían regalado en la oficina el día anterior—. Veré el resumen del partido entonces. ¿Quieres pastel?
—No. Es todo tuyo.
—No puedo creer que ayer cumplí treinta años. Carajo, ya deberíamos tener un hijo.
Regina levantó una ceja al escuchar aquello.
—¿Deberíamos?
—Sí —dijo Carlos encendiendo la televisión y subiendo los pies a la mesita de la sala—. A mi edad mi padre ya tenía cuatro hijos y tres matrimonios.
—Y tú apenas vas por el primero. Qué triste.
—Pues me asombra que no estés preocupada. Ya tienes veintisiete años.
—Veintiséis —aclaró ella.
—Es casi igual. Debemos apurarnos a tener bebés.
—Podemos encargarlos por docena para que te sientas mejor.
—Estoy hablando en serio —dijo Carlos metiendo un enorme trozo de pastel a su boca.
—Voy a darme una ducha mientras llega la cena.
Regina estaba acostumbrada a que su novio sintiera prisa cada vez que comparaba su vida con la de su padre. Y es que su suegro tenía una imagen intachable en la mente de su hijo, ya que Carlos solía pasar por alto el hecho de que su papá dejó a su madre y a dos pequeños para irse con otra mujer… Con la que tuvo una hija antes de dejarla por otra… Con quien tuvo otro hijo y que también abandonó.
Mientras el agua caía sobre su cabeza, Regina intentaba apartar la imagen de Mauri y ella haciendo el amor en su cama e intentaba poner toda su energía en pensar en los asuntos de su trabajo.
Dos años atrás había conseguido un puesto en una empresa dedicada a producir y comercializar café. Cuando aquella compañía comenzó, eran muy pocos empleados y en algunos años habían ampliado su plantilla a decenas de personas, con planes de entrar al mercado extranjero el siguiente año. Y algo que había sorprendido muchísimo a Regina al entrar a trabajar ahí, era que se trataba del mismo café que había probado en una pequeña cafetería cuando iba en su tercer año de universidad y había decidido ponerle fin a sus encuentros casuales con Mauritania. Era irónico que en aquel último encuentro, ambas hubieran bebido ese café y cuatro años después de su ruptura se reencontraran en aquella empresa cafetera.
Regina escuchó a Carlos atendiendo al repartidor y decidió que ya había estado mucho tiempo en la ducha. Durante la cena, intentó poner al tanto a su novio de lo que faltaba asegurar y pagar para su boda, pero prefirió dejarlo para después al darse cuenta de que Carlos tenía toda la atención puesta en la repetición de partido de fútbol. Así que la chica decidió regresar a su habitación y continuar leyendo aquel libro que le fascinaba. Lo más importante para ella en esos momentos, era deshacerse de las lascivas imágenes de Mauri.
Tiempo atrás había dejado que aquella chica trastornara su vida y necesitó mucha madurez para aprender a convivir con esa tonta encantadora cuando se convirtieron en compañeras de trabajo. Regina nunca le había contado a Carlos, ni a nadie, sobre la relación extraña que Mauritania y ella mantuvieron durante la adolescencia y parte de su adultez. Todo había comenzado en la secundaria, cuando se volvieron amigas inseparables y, mientras los años pasaban, su amistad había mutado en algo más que amistad pero algo menos que un noviazgo. Y es que, ¿cómo ella podría andar de novia de una chica? Su familia ultra conservadora y religiosa jamás hubiera aprobado tal comportamiento. ¡Por Dios, su tía era monja!
Fue por eso que después de meterse a la cama de Mauritania durante algunos años, Regina había decidido cortar por completo su trato con la chica. No podía dejar que las cosas se le salieran de las manos. Esa decisión le había costado mucho, pues Mauritania era una persona que la hacía morir de risa y en la que podía confiar por completo. Después de terminar su relación en la pequeña cafetería, Mauri había mantenido su palabra de no volver a buscarla, cosa que Regina agradeció mucho… Pero también fue algo que la decepcionó bastante pues extrañaba a su mejor amiga.
Regina se acomodó en la cama, lista para dormir y enfrentar los retos del día siguiente. Mantuvo los ojos cerrados cuando sintió a Carlos acostarse junto a ella. No se sentía bien mirando a su novio a los ojos. Se sentía infiel ante él, sentía que cada vez que soñaba con Mauritania o pensaba en ella, traicionaba a Carlos. No quería arruinar lo que habían construido juntos.
Carlos era una buena persona, con algunos traumas como todos, pero buen partido. Se había ganado el cariño y aprobación de su familia, era guapo, un profesionista exitoso con una carrera muy prometedora y una buena posición económica. Además de que siempre se había portado bien con ella y se había comprometido con la relación desde el principio. Carlos era lo que toda mujer quería.
No había pasado mucho cuando unos ronquidos anunciaron que su novio ya estaba dormido. Regina volteó a mirar el rostro de su prometido, iluminado tenuemente por la luz de la luna que se colaba por la ventana. Observó su perfil perfecto y el mentón cubierto por una incipiente barba, muy típica de él. Suspiró mientras se acurrucaba contra Carlos, deseando con todo su corazón que esa noche el protagonista de sus sueños fuera el hombre acostado a su lado.
Mauri
Un Golf GTI rojo se abría paso por la avenida lanzando un potente rugido mientras rebasaba a los lentos vehículos que le estorbaban el paso. Mauritania Alonzo era feliz a pesar de los bocinazos que le lanzaban y, mientras escuchaba su canción favorita, se acercaba más y más al edificio que era su destino.
Mauri llevaba seis años trabajando para aquella compañía, pues había comenzado sus labores mientras estudiaba el tercer año de la carrera, así que era una de las personas más antiguas de la empresa y a la que más estimaba Lorena Barbeito, la dueña y fundadora de Café Latino.
La chica pelirroja con facha de rockstar bajó del auto quitándose las gafas oscuras, se echó la mochila al hombro y presionó el botón de los seguros sin mirar atrás. Cualquier persona que la hubiera visto en ese momento se hubiera quedado impresionada con la seguridad y carisma que proyectaba en su rostro y caminar.
Mauri era una de las piezas clave en la empresa, pues había sido prácticamente gracias a ella que aquel negocio se había formado, aunque era una información que su jefa había mantenido oculta al resto del equipo, a petición suya por supuesto. La pelirroja no se sentía bien recordando aquel día de su vida y había pasado varios años intentando olvidarlo. Cosa que se le complicó bastante cuando dos años atrás una chica de cabello castaño y hermosos ojos color miel se había presentado a una entrevista de trabajo.
Ese día, Mauritania se había quedado petrificada viendo a Regina sentada en la sala de espera, lista para ser entrevistada para la vacante en el departamento contable. Fue hasta que Lorena la arrastró a su oficina, que Mauri pudo recuperar el habla.
—¿Es ella? —le había preguntado su protectora—. ¿Quieres que la rechace?
Aquella oferta la había tomado por sorpresa. Pensó su respuesta un momento y luego dijo:
—No. Mi historia con ella no debe intervenir en esto.
—Pero si la contratamos tendrás que verla todos los días. ¿Estás lista para eso?
—No hay nada que un poco de whisky no pueda resolver. Eso fue hace mucho, ya he madurado… Algo así.
—Si eso es lo que quieres…
Y así todo había transcurrido con normalidad en la entrevista de Regina, que había sido contratada casi de inmediato al demostrar estar muy bien preparada para el puesto. La primera vez que se vieron frente a frente, Mauritania estaba demasiado cruda como para centrarse mucho en lo que pasaba, pues su resaca la tenía totalmente devastada. Después de eso, Regina y ella habían hablado brevemente para prometerse un trato cordial y profesional. Durante ese tiempo Mauri había cumplido su palabra, intentando enfocarse únicamente en el trabajo y en su demandante vida social.
—¡Ahí estás! —dijo su asistente en cuanto la vio entrar a su oficina. Como todos los días un café y un panecillo ya la esperaban sobre su escritorio.
—¿Ahora qué pasa, Pablo?
—Esmeralda viene para aquí —le susurró él, aunque era obvio que nadie podía escucharlos ahí dentro.
—¿Por qué? Le habías dicho que me despidieron, ¿no?
—Sí, pero insiste en que seguro aquí tenemos tu nueva dirección. ¿Por qué siempre encuentras a las más tóxicas?
—Es un don. Solo asegúrate de que no pase de recepción —dijo endulzando con miel su café.
—¿No sería mejor hablar con ella para que te deje en paz?
—Lo he intentado muchas veces, créeme. Esa mujer está loca.
—¿Igual que Nina, Aura y Victoria? Empiezo a creer que tú enloqueces a tus novias.
—¿Te pago para que seas mi madre?
—A veces me parece que sí —dijo Pablo sonriendo—. Lorena pidió verte en su oficina en cuanto tuvieras unos minutos libres.
—De acuerdo. Ya vete a hacer guardia.
Cuando su fiel asistente la dejó sola, Mauri encendió su laptop para dar un rápido vistazo al trabajo del día. Como jefa de publicidad, tenía a su cargo a un equipo de varias personas que trabajaban en todo lo relacionado con la imagen y promoción de la marca.
Se apresuró a revisar los últimos videos terminados antes de atender el llamado de su jefa. Lorena Barbeito era una mujer elegante, de sesenta años que parecía quince años menor gracias a su genética y a su estilo de vida.
—Necesito que envíes al mejor de tu equipo para dirigir la oficina de Los Ángeles —dijo la mujer en cuanto la vio entrar a su oficina.
—La mejor es Galicia… No sé si quiera mudarse en pleno embarazo.
—Entonces elige a quien esté dispuesto a irse para allá, que tenga tu absoluta confianza y la capacidad para manejar tal responsabilidad.
—Pero…
—Quiero que sea alguien de tu equipo —interrumpió Lorena.
—¿Sigues nerviosa?
—No pensé que la expansión sería tan pronto —admitió la mujer—. Es muy satisfactorio lo admito, pero muy estresante.
—Si quieres me voy para allá. ¿Te imaginas? Playa, chicas, Hollywood, chicas, actrices, chicas, películas, chicas.
—¿Estás loca? Te necesito en la matriz más que nunca. No podría sola con todo esto.
—¡No digas tonterías! ¡Lo hacías muy bien antes de conocerme!
—Mi negocio era solo una cafetería, ahora surtimos a cientos de tiendas.
—Tenías el mejor café que he probado en mi vida. Me pareció justo darlo a conocer a todo el mundo.
Toc-toc.
Mauri miró atrás al escuchar los golpes.
—¡Pasa! —dijo Lorena con una sonrisa. Regina abrió la puerta de cristal y entró.
—Buenos días, Lorena. Te traigo las facturas que me pediste.
—Hola. —Saludó ella haciendo girar su silla, dando vueltas mientras la jefa recibía la carpeta de la contadora.
—Hola —dijo la chica evitando su mirada.
—¿Se concluyó el tema de los impuestos de las nuevas oficinas? —quiso saber Lorena.
—Sí. Nos enlazaremos con el despacho de Los Ángeles en la reunión de hoy para presentarte todo lo que trabajamos al respecto. Aunque te adelanto que tenemos luz verde para todo. En cuanto lo decidas podremos empezar a contratar gente.
—Perfecto, una cosa menos en mi cabeza. Solo me queda colocar a alguien al mando —comentó Lorena mientras revisaba las facturas.
—Ya te dije que yo voy —dijo la pelirroja dando otra vuelta en su silla. Fue entonces que Regina clavó sus ojos en ella. Mauri intentó no detenerse mucho tiempo en aquella mirada miel.
—Lo pensaré —respondió la jefa sin darle importancia a su comentario.
—Entonces… nos vemos en la reunión. —Con una última sonrisa hacia Lorena, la contadora salió de la oficina.
—Ya deja de dar vueltas —le pidió su jefa—. Tu amor platónico ya se fue.
—¿Amor, qué? ¡Pff! —soltó una carcajada—. Hablas de la futura esposa de un aburrido abogado. ¿Empaco para Los Ángeles?
—No. Ya largo de aquí.
Pablo tomaba agua sin parar, mientras Mauri le ponía miel a su tercera taza de café del día. Estaban en la sala de descanso en espera de que la reunión general diera inicio.
Semanalmente Lorena convocaba a una junta con los jefes de departamento para saber cómo iban los asuntos de cada área. Generalmente cada jueves tenían que reunirse, pero había semanas con reuniones de emergencia según qué tan alterados estuvieran los nervios de su jefa.
—Creí que Esmeralda nunca se iría —dijo Pablo—. Quería hablar con Lorena para solicitar tus datos. ¿Cómo le haces para esconderte de tus ex?
—Nunca les digo donde vivo y cambio de número telefónico al terminar con ellas. Con Esmeralda cometí el error de mencionar donde trabajo.
—¿Nunca la llevaste a tu departamento?
—En realidad intento no hablar mucho de mí.
—Estás demente. ¿Cómo quieres una relación seria así?
—¿Quién dijo que quiero algo serio? —dijo Mauri con una expresión de asco—. Mejor ve a adelantar los pendientes mientras yo entro a la reunión.
—De acuerdo. Y por cierto, recuerda que el viernes es el cumpleaños de tu sobrino y aún no le compras un regalo.
—¿Podrías…?
—¿«Encargarte de eso, Pablo»? —dijo el chico imitando su voz—. Sabía que lo pedirías. Le compraré algo de dinosaurios. Le gustan, ¿no?
—Eh… —Mauri pensó un momento sin lograr dar con una respuesta.
—Yo me encargo —terminó su asistente negando con la cabeza.
¿Qué esperaba Pablo? ¿Qué supiera los gustos de un niño de cuatro años? Unas risas captaron su atención. Regina apareció acompañada por María y Jessica.
—Por eso no te preocupes, no llevaremos strippers a tu despedida —decía Jessica, que miró encantada a Mauritania—. Hola.
—Hola, chicas. ¿Qué tal va todo?
—Estamos planeando la despedida de soltera de Regina —anunció Maria—. ¿Recuerdas la de Galicia? —Su compañera se tapó la boca con las manos para intentar ocultar su risa.
—Fue épica —dijo Mauri sentándose frente a la mesita.
—¿Qué pasó? —preguntó Regina al aire, aunque Mauri pudo notar sus ojos sobre ella, así que respondió:
—Se comió a un stripper.
—¡Qué asco!
—Pues Galicia no parecía muy asqueada —bromeó María sin poder aguantar más las risas—. Toda novia tiene derecho a un desliz antes del gran día. Incluso tú, Regi.
—¡Claro que no, María! —se defendió la castaña lanzando una fugaz mirada sobre Mauri. La chica parecía muy molesta por aquello y se dedicó a ignorar a todas mientras se preparaba un café con leche para la reunión.
—Pues hay que encontrar unos buenos juegos para tu despedida —intervino Jessica—. Mauri… ¿nos ayudarías?
—Con mucho gusto —dijo con una sonrisa de lado, siguiendo con la vista los movimientos bruscos de Regina, que no se dignó a mirarla o decir algo.
—Genial. —Jessica estaba sonrojada—. Yo te busco entonces para… platicar de eso… y… bueno sí.
Pero Mauri no escuchó nada más de los balbuceos de Jessica, pues a su mente había llegado un flash del pasado: Regina desnuda sobre su cama riendo de un chiste que ella le había contado después de hacer el amor. Vio claramente la curva de sus labios y el brillo de sus ojos. Hacía mucho tiempo que la chica no la miraba así, que no compartían un momento juntas. Mauritania sintió una extraña melancolía que amenazó con arruinar su buen humor. Se paró de golpe y salió de ahí sin atreverse a mirar a su antiguo amor.